La oscura cocina del Nobel de Literatura

Tras la sorpresa del premio a la escritora surcoreana Han Kang es un buen momento para comentar las luces y sombras de las elecciones de la academia sueca

Han Kang, en una foto promocional. /

Han Kang, en una foto promocional. / / PENGUIN RANDOM HOUSE

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Ibiza

Hace sólo unos días, la Svenska Akademiem sueca concedió el Premio Nobel de Literatura a la escritora surcoreana Han Kang, (Gwangju, 1970), elección que ha cogido a la crítica literaria con el pie cambiado. Eran otros los candidatos que aireaban las apuestas, el japonés Haruki Murakami, las canadienses Margaret Atwod y Anne Carson, la china Can Xue, el argentino César Aira, la griega Ersi Sotiropoulos y el estadounidense Thomas Pynchon. Parece que entre los nombres que en la trastienda se barajaban había algunos ‘tapados’, entre ellos, visto lo visto, la premiada Han Kang. Autora prácticamente desconocida en nuestro país, me parece precipitado tratar de comentar su escritura a partir de las dos únicas novelas que de ella conozco, ‘La vegetariana’, que leí por casualidad cuando obtuvo el Premio Booker Internacional 2016, y ‘La clase de griego’, publicada el año pasado y que ha sido una de mis lecturas este verano. Pienso que es necesario tener una mayor perspectiva para dar una opinión de la premiada que tenga sentido. Lo dejo para más adelante, pero podemos aprovechar la sorpresa que nos ha proporcionado la premiada, Han Kang, para comentar las luces y sombras que siempre ha tenido el Nobel de Literatura, su oscura cocina, los cuestionados y subjetivos criterios de selección que siguen los miembros de la Academia sueca.

A la vista de los 117 autores premiados con el Nobel desde 1901, año de su primera edición, lo primero que cabe decir –y no es precisamente un elogio- es que en la lista ‘no son todos los que están, ni están todos los que son’. Me pregunto si no había mejores escritores y poetas en los años en que consiguieron el Nobel, pongo por caso, José Echagaray o, en tiempos más recientes, Winston Churchill o Bob Dylan. Y no es breve la relación de premiados que hoy nadie recuerda. ¿Quién tiene en mente a Gracia Deledda, Wladyslaw Reymont, William Butler, Karl Spitteler y tantos otros de los que no nos suena ni el nombre? Y tenemos, por otro lado, autores indiscutibles, pesos pesados de la Literatura Universal que han quedado incomprensiblemente excluidos del galardón, entre otros, Franz Kafka, Paul Valéry, Marcel Proust, Rubén Dario, Émile Zola, Mark Twain, Henrik Ibsen, Pérez Galdós, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Isak Dinesen, Enrik Ibsen, James Joyce, Wladimir Nabokov, etc. Las meteduras de pata son de manual. El caso de Borges es especialmente escandaloso porque fue candidato y finalista al Nobel en una docena de ocasiones. Y otras doce veces fue también candidato Paul Valéry. 

Ideologías

Es estupendo que se valore la escritura al margen de ideologías y talantes, caso, por ejemplo de Günter Grass que no tuvo en contra el haber sido en su juventud miembro de las Waffen-SS. Y que no se tuviera en cuenta que nuestro admirado Cela, don Camilo, fuera censor con el franquismo. Ni que fuera un impedimento que García Márquez defendiera el castrismo sin matices de ninguna clase. Está bien, digo, que se valore sólo la escritura, la literatura. Pero ¿por qué unos sí y otros no? ¿Por qué en otros casos la moralidad o la mentalidad de un autor han sido un inconveniente para conseguir el premio? Cualquiera que revise la trayectoria del Nobel verá que, desde su mismo arranque, tiene una buena ristra de desatinos y contradicciones. En la primera convocatoria de 1901, el comité del Nobel tuvo que elegir entre el ruso León Tólstói y Sully Prudhomme, poeta francés. ¿Adivinan quien se llevó el gato al agua? Pues sí, fue Prudhomme, hoy desconocido. Parece que el autor de ‘Guerra y paz’ y ‘Ana Karénina’ no tenía los méritos del galo. 

El criterio nuclear para merecer el Nobel de Literatura es que «el candidato genere el mayor beneficio a la humanidad y escriba en la dirección ideal». ¿Cabe mayor abstracción? ¿Cómo se sabe cuál es el mayor beneficio para la humanidad y qué se entiende por dirección ideal? No puede extrañar que Sartre rechazara el premio. Sorprende que no lo hayan rechazado otros autores, aunque podemos entender que no sea fácil rechazar diez millones de coronas suecas, un millón de euros al cambio. A nadie le amarga un dulce. 

Lo cierto es que el Nobel ha estado siempre condicionado por camarillas de peso, incluso por presiones de los gobiernos, de manera que no siempre ha contado sólo la escritura. Y el pretexto de la subjetividad inherente a la propia literatura no puede servir siempre de excusa, sobre todo cuando los errores, como ha sucedido, son de bulto. Es bien sabido, por otra parte, que el Comité del Nobel conoce más y mejor determinadas literaturas y desconoce otras. 

En el caso de nuestro país, ¿no hubieran sido merecedores del galardón, entre otros, autores como Josep Pla, Unamuno, Delibes o Javier Marías? Sabemos a ciencia cierta, por citar otro caso, que a Vicente Blasco Ibáñez se le escapó el Nobel en dos convocatorias por motivos bien conocidos, la primera por la presión del Gobierno Español con la dictadura de Primo de Rivera –no conviene olvidar que Blasco estuvo en la cárcel en 30 ocasiones-, y la segunda por la sangre jacobina y las firmes convicciones republicanas del valenciano. 

Y un detalle curioso. Es sintomático que las actas de los premios no puedan hacerse públicas hasta pasados 50 años de las concesiones. Me pregunto por qué. ¿Qué secretos esconden las deliberaciones para que no puedan conocerse? Tal medida hace pensar que existen motivos poco claros para retenerlas. Lo cierto es que, cuando las hemos conocido en premios ya antiguos, los criterios aducidos en algunos casos para negar el premio han sido de vergüenza ajena. A Vladimir Nabokov y a Graham Greene, -son sólo dos ejemplos- no se les concedió el Nobel porque se consideró que su prosa era pobre, no estaba a la altura. También resulta un claro ninguneo que de 111 galardonados sólo 14 sean escritoras y que la primera mujer que lo consiguió fue, ¡vaya por Dios!, precisamente sueca, Selma Lagerlöf. Lo dicho, que entre los premiados no son todos los que están, ni están todos los que son.

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