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Maggie O’Farrell. Retrato de un tigre enjaulado

Maggie O’FarrellRetrato de un tigre enjaulado

Maggie O’FarrellRetrato de un tigre enjaulado / Francisco Millet Alcoba

Francisco Millet Alcoba

La irlandesa Maggie O’Farrell ha repetido con ‘El retrato de casada’ la fórmula que le llevó al éxito con ‘Hamnet’. Tomó una figura histórica poco conocida, la de Lucrezia Medici, que no tiene el brillo áureo de aquella otra Lucrezia Borgia, e imaginó el mundo desde su perspectiva, la de una niña que como una pieza más del poderoso mundo de los Medici debe sacrificarse en matrimonio y renunciar a su libertad. Ello le llevó a morir un año después del casamiento. No llegó a cumplir los 16 años.

O’Farrell nos recuerda de inicio la referencia histórica, aquella que dice que Lucrezia murió de «fiebres pútridas» (tuberculosis), pero se rumoreaba que había sido envenenada por su marido, al no darle descendencia.

Este es el hilo que teje la trama sobre la que se levanta ‘El retrato de casada’. O’Farrell no teme recrear una historia de laque ya se conoce su final pues lo apuesta todo a la atracción magnética de su imaginación narrativa que, como ya demostró en ‘Hamnet’, tiene un poder cautivador e irresistible.

Es así que el libro no comienza con la celebración de la boda, o con las negociaciones entre los Medici y los Ferarra para concertar el matrimonio. O’Farrell elige el momento más dramático posible, aquel en el que la pareja, ya casada, se traslada a una fortaleza alejada de la corte y Lucrezia tiene la certeza de que su marido va a asesinarla.

Inmediatamente después la trama da un salto atrás en el tiempo y nos lleva al momento de la gestación de la propia Lucrezia para ir relatándonos su infancia junto a su padre, el poderoso Cosme de Medici y su madre, la española Leonor Álvarez de Toledo, hija del virrey de Nápoles. El resto del libro alterna entre el pasado y el presente, para presentarnos la infancia y adolescencia de Lucrezia y sus últimos momentos junto su marido en la corte de Ferrara.

Seguimos así el hilo del relato de Maggie O’Farrell para conocer que Lucrezia nació rebelde, una niña que no descansa, que no duerme, es intratable. La madre, una Álvarez de Toledo, que sigue la estricta disciplina española, la destierra a las cocinas, entre doncellas y criados. A los cuatro años no juega con muñecas ni participa en los entretenimientos de sus cuatro hermanos, pasa el tiempo corriendo como una salvaje. A los quince, a punto de casarse, sigue igual.

Hay un episodio que es definitorio del carácter y la personalidad de Lucrezia. Su padre, que tiene en el sótano un recinto para fieras, ha mandado capturar una tigresa como regalo. Cuando un día el padre la lleva a ella y a sus hermanos a ver a la tigre, Lucrezia quedó hipnotizada por el animal; hubo una comunión entre la niña y la fiera cuando se vieron frente a frente. Lucrezia sintió la tristeza, la soledad que emanaba la tigresa, el impacto de ser arrancada de su hogar, el horror de estar prisionera; solo ella comprende la desesperación de la tigresa una criatura cuyos deseos han sido ignorados por todos. Años después ella se convirtió a su pesar en aquella tigresa.

Por eso, cuando su padre concierta su matrimonio con el duque de Ferrara, ella intenta, sin éxito, convencerle de que no quiere desposarse con ese hombre.

Supo que moriría

Ella heredó el matrimonio concertado para su hermana mayor María con el hijo del duque de Ferrara. Cuando María falleció repentinamente de una dolencia de pulmón, las familias decidieron que Lucrecia casara con el futuro duque

Cuando Lucrecia se enteró, el miedo le cubrió toda. Supo que esa unión sería la muerte, que moriría si ese matrimonio seguía adelante.

Su vínculo con sus padres siempre fue tenso y crispado, lleno de sinsabores. Siempre se sintió menos querida que sus hermanos, que Isabella era la preferida de su padre, que nunca les había quedado cariño suficiente para ella, que siempre es la hija de la que se acuerdan a destiempo, la que se tolera en el mejor de los casos.

En Ferrara encuentra hostilidad empezando por Leonello, el mejor amigo del duque, que la ve como una intrusa que se ha interpuesto entre él y Alfonso. Este se transforma por momentos en un hombre cruel y despiadado. Sólo encuentra salida en la pintura, a la que se dedica con solitaria pasión.

Ella es la gran esperanza de Ferrara, para eso está allí, para darle con urgencia un heredero a Alfonso e impedir así que los hijos de sus hermanas le quiten el ducado. Él no ha engendrado bastardos y se rumorea que puede ser incapaz de fecundar. Cuando, pese a los intentos continuos, no consigue engendrar un heredero sabe que será reemplazada.

O’Farrell nos presenta el retrato de una Lucrezia brillante, rebelde y artística, pero que su fin destino es someterse pues su único significado para su familia es ser utilizada como un eslabón en las cadenas de poder de su padre y ser pieza de unión con otra familia que engrandezca su poder.

Otro elemento que hace brillante y poderosa a esta novela es esa recreación en segundo plano de todo el mundo renacentista. Sin estar en el protagonismo de la trama, el Renacimiento impregna la historia de esta novela gracias a un cuidadoso modelado de los escenarios y las imágenes predominantes de aquella época. Hay cierto grado de deleite en los detalles, particularmente en torno a la decoración, las comidas o los paisajes, pero siempre como escenario de fondo, sin pretensiones.

La novela brilla con detalles históricos y una prosa elegante, atractiva, que cautiva y engancha. Su mérito deviene también de cómo O’Farrell logra un retrato convincente de un personaje histórico pero desconocido que, puesto en boca de Shakespeare, fue «un juguete del destino».

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