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Arte&letras

Juan Rulfo, críptico y revelador

críptico y revelador

«Aquella noche, mientras no terminé la segunda lectura de Pedro Páramo, no pude dormir. Nunca había sufrido una conmoción semejante. Con la lectura de Rulfo aprendí a escribir de otro modo». De ‘Yo no vengo a decir un discurso’. Gabriel García Márquez

Juan Rulfo (Sayula, 1917 – México DF, 1986) es un caso único en la historia de la literatura. Traducido a 50 idiomas y considerado uno de los escritores más relevantes del siglo XX, es autor de sólo tres libros y conocido, sobre todo, por uno de ellos, ‘Pedro Páramo’ (1955), una obra de poco más de cien páginas, enigmática, inagotable y singular, un clásico universal que, paradójicamente, tardó su tiempo en abrirse camino. El propio Rulfo, en la entrevista que le hizo Joaquín Soler Serrano en TVE (17/08/1977), reconocía que su publicación fue un absoluto fracaso: «No se entendió y me sentí frustrado. No se vendía y sólo circulaban los ejemplares que yo regalaba. La crítica dijo que era un relato desordenado, sin núcleo ni unidad, sin hilo conductor ni estructura, mera improvisación. Y tampoco aquí tuvo aplausos. La censura franquista la prohibió y tuvimos que esperar tres lustros para que viera la luz».

Cabe reconocer que ‘Pedro Páramo’ exige una lectura atenta, pertinaz y, a poder ser, encararla con algunas claves que ayuden a entender qué sentido puede tener su composición y qué busca Rulfo al escribirla. No se trata, en todo caso, como algunos dijeron, de una obra escrita a vuela pluma, impremeditada. Todo lo contrario. Rulfo era obsesivamente concienzudo y muchos de sus escritos acabaron en la papelera. Dijo lo que tenía que decir y cuando lo hubo dicho dejó la literatura. Durante más de 30 años enmudeció. En cuanto a la forma, sus técnicas desconcertaron. Hay que tener en cuenta los debates estéticos del momento, con posiciones encontradas entre realismo y vanguardismo.

A Rulfo no le vale la escritura convencional, lineal, causalmente concatenada. Escribe, como había hecho Joyce en ‘Ulises’, fragmentariamente, tal como nos vienen a la mente las experiencias, emociones y recuerdos, una guisa de puzle que el escritor organiza como puede y que el lector, proactivo, como ‘coautor’, tiene que reconstruir. Rulfo es inclemente con el lector y su texto descaradamente transgresor. Hay autores que llevan de la mano al lector por los recovecos de la historia que cuentan, mientras otros, caso de Rulfo, lo abandonan en la entrada del laberinto y lo desafían a seguirlo por su enrevesado universo narrativo, un mundo en el que tiempo y espacio se desvanecen o, más precisamente, tiene una dimensión mítica que funde, en simultaneidad, presentes, ayeres y mañanas. Si el lector supera el reto, -y tiene sobradas señales de pista para hacerlo- no tarda en descubrir de qué va la cosa. Está en un universo/arquetipo, Comala, y arquetipos son también los personajes que lo habitan, que han sido y son, en una historia que ocurre en un tiempo sin tiempo en el que se cruzan vivos y muertos, los que viven y los que vivieron. Pero Rulfo no escribe un relato fantástico, como no lo es la ‘Divina Comedia’ cuando paseamos por el inframundo. Hay, en todo caso, representación y ontología. Un juego que cuadra bien en el contexto mexicano de la obra, donde la Muerte es inseparable de la Vida. Los muertos viven en los vivos que, a su vez, están muertos en lo ya vivido.

Dicho esto, conviene advertir que la función, -el escenario y lo que en él ocurre- es sólo el pretexto que Rulfo utiliza, en fábula onírica y mítica, para ofrecernos, trascendiendo localismos y anacronías, lo que es universal: la violencia, el dominio, el destino ciego, la angustia y la solead, la amoralidad (violaciones, incesto, parricidio, extorsiones, etc), la desesperanza, la Iglesia que se vende al poder, el desamor, la paz imposible… Y en un círculo perfecto, todo acaba donde había empezado, en una ciudad muerta, donde un tal Abundio, que abrió la historia, la cierra como macabro telonero.

‘Pedro Páramo’ puede parecer –con razón, porque lo es- un relato oscuro, truculento y casi insoportable, pero en su trasfondo, en caricatura alucinada, es un retrato de la condición humana, un reflejo llevado al límite de la realidad, del sinsentido de la vida. Es como el envés de una moneda cuya cara no vemos. Es, diría, una denuncia de lo que presenta, un alegato contra el Absurdo y contra el Mal en cualquiera de sus formas.

Referencias biográficas

Rulfo negaba que la novela tuviera referencias biográficas, pero las hay. Sin ir más lejos, a su padre, como a ‘Pedro Páramo’, lo asesinaron. Y es difícil no entrever en el fatalismo del relato el escepticismo, el desamparo y la desesperanza que le provocaron algunos episodios de su vida, la temprana muerte de sus padres –él tenía diez años-, los duelos no resueltos y, sobre todo, su malvivir en el régimen carcelario de un orfanato en el que le abandona su abuelo. Sesenta años después, Rulfo reconocía no haberse liberado del mal sueño y la depresión que contrajo aquellos años. Uno se pregunta si su talante introvertido, asténico, hermético y retraído, casi triste, no son las huellas de aquel internado que recordaba como un infierno y que en algunos relatos de ‘El llano en llamas’ son fácilmente visibles, particularmente en ‘La noche que lo dejaron solo’, ‘No oyes ladrar los perros’, ‘El día del derrumbe’ y ‘¡Diles que no me maten!’ Un último aspecto determinante de ‘Pedro Páramo’ es el aliento poético que sabe arrancar a sus personajes y su particular dominio del lenguaje coloquial, rico en matices y acentos. El drama está siempre presente, pero se nos ofrece exaltado, en una dimensión de fuerza y de belleza que hiere o acaricia la sensibilidad del lector que no sale indemne de su recorrido.

‘Pedro Páramo’, como todo los clásicos, se mueve en un universo que, precisamente por su atemporalidad, permanecerá para que sigamos preguntándonos por su mensaje y tratando de desentrañar su peculiar narrativa que tanto desconcierta a quienes, como náufragos a la deriva, entramos en sus lacónicas y poéticas aguas, de las que sólo con esfuerzo conseguimos salir. Como comenta Borges, «‘Pedro Páramo’ es una de las mejores novelas de la literatura universal» (Prólogo de OC. IV. 2000).

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