Entrevista

Pedro Casablanc, actor: “Soy un vaso vacío que relleno con mis personajes”

El actor interpreta estos días el monólogo de Ramón Gómez de la Serna sobre Valle-Inclán del Teatro Español bajo las riendas de Xavier Albertí

Pedro Casablanc y el monóculo de Gómez de la Serna, un elemento básico del monólogo.

Pedro Casablanc y el monóculo de Gómez de la Serna, un elemento básico del monólogo.

Juan Cruz

Juan Cruz

Hay una apostura civil, de caballero que va por la calle sin hacerse notar, que distingue a Pedro Casablanc (Casablanca, 1963), uno de los actores más importantes de este tiempo, en España y en Europa. Luego, cuando se sube al escenario, no deja de ser él, pero ya es otro, u otros, como esta vez que sube a las tablas del Teatro Español para ser, casi al tiempo, Ramón Gómez de la Serna y don Ramón María del Valle Inclán, en el espectáculo que dirige Xavier Albertí y en el que está acompañado, tan solo, por un pianista, Mario Molina, que junto a la música aporta, en el curso de la representación, un grito: “¡Asqueroso!”

El monóculo está ahí, es un fetiche. Como si aquel objeto de Ramón, y los guantes blancos, otro fetiche del gran caricato de la primera mitad del siglo XX, le diera la personalidad que él mismo precisa para ser en escena el biógrafo de Valle. Con esos objetos en la mano Casablanc se transmuta de pronto en el autor, en el biografiado y, también, en el público, que se divierte oyéndolo cantar o viéndolo bailar como si llevara haciendo el mismo personaje (los mismos personajes) desde hace un siglo.

La gente que estaba en el teatro cuando fuimos a verle hacer de todas esas figuras que están en el texto de Ramón fue entrando a carcajadas en la obra, pero Casablanc los atrajo también a la parte seria que incluye ese libro singular cuya traducción teatral dura poco más de una hora pero que se queda en la memoria, además, con una pregunta: ¿por qué no habrá más ocasiones como esta, en la que el autor, el actor y la obra parecen haber nacido juntos?

Sobre su interpretación, y sobre su modo de ver el teatro que hace, hablamos con Casablanc en el hotel Santo Mauro de Madrid. Llegó vestido de oscuro, con una bolsa en la que llevaba papeles y un monóculo como el que usa en la representación, y venía acompañado de su mujer, Sara Illán, actriz también. Esta nos contó, antes de empezar a hablar, que su hijo Unax, de doce años, ya se sabe muchos de los papeles que su padre representa, de tanto oírlos ensayar en casa. El chico ya se sabe la vida de su padre por cada uno de los personajes que ha representado, y hasta en otros idiomas lo imita cuando son otras lenguas las que haya tenido que usar en sus diversas caracterizaciones. Por esa coincidencia empezamos la conversación, que aquí queda transcrita como fue, desde que empezó hasta que nos despedimos.

P. ¿Quién es usted ahora mismo? No sólo en la escena, sino también como ciudadano.

R. No puedo decir que sea una persona normal. Porque normal ya entra dentro de lo incorrecto. Yo creo que soy un padre de familia, un marido, un señor burgués que echa de menos su casa y su ambiente familiar, al que le gusta su trabajo, al que le gusta que se le reconozca por lo que hace en escena, al que no le gusta exhibir su intimidad, al que le gusta refugiarse en los libros, en mis quehaceres familiares y… bastante tengo con eso.

P. De los personajes de ficción con los que han convivido y que ahora le recuerda su hijo… ¿cuál le ha ayudado más a comprender lo que ocurre en esta vida?

R. Muchos. Con muchos he convivido y mi familia también, porque ellos tienen que aguantarme cuando estoy en el proceso de creación o de ensayo. Afortunadamente mi compañera de vida es mi cómplice, porque también es actriz, y me ayuda… Ahora que estoy leyendo sobre Valle Inclán y sobre Gómez de la Serna, en casa soy un poco Valle Inclán y un poco Gómez de la Serna porque estoy repasando constantemente el texto que estoy representando en el Teatro Español. Mi hijo me escucha y creo que ya se sabe La tarántula, jajajaja …[que él canta en varios episodios de la representación]. Cuando hice una película que se llama Vida privada, de Josep María de Sagarra, mi hijo era muy pequeño, pero llegó a aprenderse mi texto y también lo que decía en catalán. Luego, claro, algunos personajes se quedan conmigo. Valle Inclán, por ejemplo. En el año 89 hice El afilador, luego hice Tirano Banderas, después las Comedias Bárbaras… Así que Valle Inclán está muy metido en mi vida y mi manera de comprender el arte, la poesía y la literatura.

A mí no me gusta hacer máscaras, me gusta captar la esencia del personaje y así mezclo su esencia con la mía. Yo no soy un actor que se quiere en escena, intento ocultarme, pero… siempre salgo"

P. ¿Y qué tiene usted de Valle Inclán y de Gómez de la Serna? ¿Qué le aporta a los personajes?

R. Mucho. Porque uno ya tiene una edad en la que no puede renunciar a lo suyo. Supongo que ahora tendrán mucho de mí esos personajes. Es que el material con el que uno trabaja es su cuerpo, su voz, su alma… Y así uno no se esconde detrás de una máscara. A mí no me gusta hacer máscaras, me gusta captar la esencia del personaje y así mezclo su esencia con la mía. Yo no soy un actor que se quiere en escena, intento ocultarme, pero… siempre salgo [risas].

P. ¿Qué es lo que le ha afirmado como actor y como individuo?

R. Como actor, la experiencia. Afortunadamente yo no he dejado de trabajar, siempre he tenido muchos proyectos, con profesionales muy valorados que me han enseñado mucho. Y como persona… La verdad es que soy una persona muy vacía, un vaso vacío que hay que llenar del contenido del personaje o de la obra que estás haciendo, como decía Vittorio Gassman. No sé si eso me ha ayudado a ser mejor actor. Tal vez.

En la obra hay humanidad y hay interés por la cultura en ese reducto de seres que salen a escena, y que hoy se echa de menos. Ahora las tertulias que hacía esta gente se han reducido a una rueda de prensa y ya, ¿no? ¡Qué envidia de ese tiempo!"

P. En esta obra narra un episodio de entreguerras, que era difícil de vivir y ahora puede ser difícil de interpretar. Cuando leyó el texto, ¿qué sintió?

R. Es un episodio complicado, en efecto, pero lo que vivimos ahora… también es complicado, eh. Lo que pasa es que en el episodio de la obra hay humanidad y hay interés por la cultura en ese reducto de seres que salen a escena, y que hoy se echa de menos. Ahora las tertulias que hacía esta gente se han reducido a una rueda de prensa y ya, ¿no? ¡Qué envidia de ese tiempo! Yo tuve una abuela que era maestra nacional, que era de Granada y leía a Lorca, y fue ella quien me introdujo al mundo de la cultura, pero… hoy ya no es lo mismo. No veo en la gente tanto interés por la cultura.

P. Los dos personajes no evitan que sea usted mismo en ambos…

R. Es verdad, te lo he dicho antes. Yo he tenido una madre muy emocional y un padre muy racional y están mezcladas esas dos cosas en mí. Lo de mi madre era tan volcánico que por algún sitio tiene que salir. Y lo de mi padre me hace detener las riendas. Uno no debe abrirse en canal, el público debe venir a ti. No hay que atosigar, pero… ¡no sé por qué estoy hablando de esto!

P. Porque quiero preguntarle cómo preparó la identidad de los dos personajes que usted mismo hace.

R. Preparé a los personajes con mucha ilusión porque yo ya los conocía. También con expectación, porque iba a hacer en escena algo que nunca había hecho: cantar. Pero me gustó la idea de tener que cantar, eh. El personaje de Gómez de la Serna te da una libertad creativa tremenda y me pareció que tenía la oportunidad de hacerle un homenaje. Él tenía espíritu de actor y de histrión y, al mismo tiempo, era un gran literato. Representar a Valle Inclán sin caricaturizarlo me pareció un buen reto, la verdad. Porque había que intentar no ponerse una máscara, sino sacar el alma del personaje.

P. ¿Y cómo se saca un alma ajena?

R. Eso se hace cada día sobre el escenario. Sobre la marcha. No lo debes pensar, debes hacerlo. Te imaginas cómo es el personaje, echas mano de tu imaginación, filtras eso a través de las emociones y luego surge dentro de ti el alma del personaje y la necesidad de proyectarla. Valle Inclán, por ejemplo, tiene cierta altivez. Tú piensas eso y así, simplemente con pensarlo, sale. Pero eso no tiene que ver tanto con los ensayos, eso lo haces todos los días sobre el escenario.

P. ¿Qué siente cuando el público le aplaude?

R. Mucha satisfacción. Lo agradezco desde el espíritu y desde el alma.

P. Usted está interpretando también una época, no sólo a los personajes.

R. Sí. Eso te lo da el mismo teatro. El Español es un teatro por donde han pasado el propio Valle Inclán, Lorca, Echegaray… Entonces, esa empatía con el sitio te ayuda mucho. Así que me subo al escenario e intento recuperar esa energía que dejaron todos estos por ahí.

P. ¿Y esta época de hoy qué le inspira?

R. Pues, no mucha alegría. No me quiero poner pesimista, pero… Mira: cuando España ganó el Mundial yo también estaba haciendo una obra aquí y salí del teatro y vi a unos energúmenos en la estatua de Lorca poniendo banderas españolas en torno al cuello del poeta. Casi me da un infarto. ¡Qué nostalgia del pasado! Esta época es mejor, tenemos más avances en muchos aspectos, sin duda, pero alrededor ves el mundo tan de plástico, tan de consumo que… dices: ¡qué deshumanización!

Coincido con estos personajes en esa ligereza que tenían, ese olimpismo de ver las cosas fuera del tiempo y del espacio, ese contemplar con una cierta mirada irónica, divertida y ligera"

P. ¿Cómo ha interpretado la actitud de estos dos personajes que ahora se juntan con usted en el Español?

R. Coincido con ellos en esa ligereza que tenían, ese olimpismo de ver las cosas fuera del tiempo y del espacio, ese contemplar con una cierta mirada irónica, divertida y ligera. Por eso me ha sido relativamente fácil interpretarlos en escena. Porque los comprendo muy bien.

P. ¿Para qué le ha servido a usted el monóculo?

R. Para mirar las cosas con esa ligereza que te he dicho, para ver las cosas con la deformación del cristal, para ver todo con una cierta intención creativa o literaria o teatral.