Durante los años de pandemia este pintor, José Luis Fajardo (La Laguna, Tenerife, 1942), de una generación que incluye a Antonio Saura, José Luis AlexancoLucio Muñoz o Manolo Millares, no salió de su casa ni para comprar pinturas. Con lo que había allí, imaginación, experiencia y pinturas, se sentó cada día (cada día) ante los lienzos que ya estaban en su estudio y terminó por lo menos mil cuadros. Unos tenían que ver con el estupor que vivía la sociedad alrededor y otros obedecían a antiguas pasiones suyas, entre las cuales figuran la mirada, los ojos en los cuadros, las grafías que recuerdan a los subrayados de Cy Twombly, y muchos atrevimientos propios de su larga carrera como pintor.

Todo fue saliendo como parte de un testimonio que subraya sus obsesiones. Su amigo el diseñador Pedro García Ramos (y el hijo de este, que se llama igual) le han ayudado a poner cada cuadro en su sitio y de esa cantidad inmensa de pintura le han ayudado a colgar unos ciento veinte cuadros que desde este jueves estarán expuestos en un ámbito que plantea un desafío casi sobrenatural, pues este esfuerzo de Fajardo va a coexistir, como él dice, "con el Martirio de Rubens", pues la crucifixión famosa del impresionante pintor flamenco es insólita piedra de toque para esta exposición que va desde la pandemia, otro martirio, a las luchas e imaginaciones del artista canario.

El marco incomparable que acoge este desafío es, por supuesto, la sede de la Fundación Carlos de Amberes (Claudio Coello, 99, Madrid), donde ese cuadro de Rubens (Martirio de San Andrés, 1639) remarca desde hace siglos la importancia que tuvo esa pintura entre nosotros. Fajardo no exponía en Madrid desde 2010. Entonces sacó a relucir lo que él llama "los cuadros blancos", mientras que aquí exhibe los que, en cierta manera, más tienen que ver con las oscuridades de la época. De estos de ahora y de los que forman parte de su pasión impenitente por hacer de la pintura una forma de hablar charlamos con él justo al lado de su desafío más impresionante, la vecindad de un martirio de Rubens.

P. Aquí tiene pintura de varias épocas. ¿Qué ha pintado últimamente?

R. Con la pandemia estuve encerrado, como todo el mundo, y empecé a rellenar papeles de garabatos. Así fue durante dos, o casi tres años, y un día me di cuenta de que tenía mil y pico papeles pintados. Aquí sólo habrá unos 30 o 40 de esos papeles. El resto son piezas que obedecen a distintas series en las que he ido trabajando, como las de los personajes goyescos… Pedro García Ramos ha elegido lo que le parecía más coherente.

P. Y eso que ha elegido él, ¿qué significa dentro de su pintura?

R. Significa madurez, el final de una etapa. O de mi vida, ¿no? Los dibujos significan la enorme libertad de expresión sobre el papel.

P. ¿Cómo afectó a su vida y a su inspiración la pandemia?

R. Fundamentalmente me dio una disciplina enorme. Siempre la he tenido, pero como no podía salir, pues… tenía la sensación de libertad total y, como la pandemia me pilló con mucho papel, tampoco tuve necesidad de ir a buscar materiales.

P. ¿Qué dicen esas pinturas?

R. No lo sé. Porque dicen que ninguna se parece a la otra. La reflexión que he hecho viendo todo lo que hice es que he trabajado con mucha libertad y me salía una cosa y otra, cada una hija de su padre y de su madre.

P. ¿Su modo de pintar ha variado con estos accidentes del tiempo reciente?

R. No. Es el mismo. La libertad es la base y si te dejas guiar por ella, creas sin obstáculos. Luego ya vendrá la etapa de clasificar y eso.

P. Lo que ha pintado no tiene que ver, necesariamente, con la pandemia. ¿Con qué tiene que ver su pintura actual?

R. Con mi vida anterior. Ahora que he revisado prácticamente toda mi obra, he visto que siempre he sido coherente. Incluso si pinto unas papas o unas hortalizas, mi concepto de pintura siempre ha sido el mismo.

P. ¿Pero cómo ha ido variando su relación con la pintura?

R. Es que si pensara en eso me metería en el territorio de la duda, fundamentalmente. Y yo no me he planteado nunca aquello de repetirme. Pero también sé que no basta con manchar el lienzo, eh. A mí lo que me interesa es concentrarme, levantarme temprano y luego ponerme a trabajar y darme cuenta de que han pasado seis horas y no te has enterado. Es el cuadro el que te va indicando el camino a seguir y, si veo que hay alguna torpeza, lo guardo un par de años y vuelvo a él y espero a que me diga por dónde ir.

P. ¿La actualidad le ha importado para pintar?

R. No. Lo que sí he tratado es de ser coetáneo. O sea: no me centro en que el cuadro tenga que pertenecer a un tiempo específico porque… entonces todo sería una falsead. El cuadro pertenece a mi mundo y ya está. No hay más reflexión.

P. ¿De dónde viene su pasión por los ojos? Hay ojos, siempre ojos, bocas mudas o inexistentes, y ojos.

R. Esta mañana un señor de los que está colgando los cuadros me dicho: oiga, ¿usted nunca ha pintado una boca? Pues no. En el lugar de la boca he llegado a poner la palabra silencio, como indicando que quiero estar en ese mundo del silencio. El silencio del cuadro. Generalmente, todos los cuadros tienen un punto de fuga, pero yo lo tengo que señalar con algo. Una palabra, por ejemplo.

P. ¿Qué distingue a su generación? ¿Quiénes son sus compañeros y qué ha sido de ellos?

R. Pues… a la mayoría de mis compañeros ya les llevo flores. Yo soy un superviviente, desde el punto de vista cronológico. Pero no me siento viejo. Pese a los achaques, me encuentro mentalmente bien y eso me reconforta. Lo que pasa es que, a veces, tengo la tentación de llamar a alguno para saber qué opinan de alguna cosa y… ya no se puede, ya se han ido a la chercha [así se llama al cementerio anglicano en el lenguaje popular de Canarias].

P. ¿Son gente que han sido sólo sus amigos o que también han influido en su forma de pintar?

R. Ha habido de todo. Hay a quien consideras amigo dentro del mundo de la pintura, muy pocos, porque el mundo de los pintores es muy solitario. Yo he estado años compartiendo taller con José Luis Alexanco y jamás hablábamos de pintura. Se daba por hecho que cada uno tenía su sistema, de manera íntima. A otros amigos pintores no los dejábamos entrar porque tenían una enorme capacidad imitativa. No copiaban, se sentían influidos y al día siguiente ya estaban plasmándolo en sus cuadros.

P. De los que sí dejaba entrar, ¿quiénes le han dejado huella?

R. La mayor huella que he tenido en mi vida es la de Manolo Millares. En Manolo estaban el misterio y la honradez. Eso es algo impresionante, ¿no? Lucio Muñoz también ha dejado huella en mí. Son gente que también tenía respeto por mi trabajo. Lucio me llamaba y me decía: "vente y ves mis cuadros, a ver qué te parecen". Nos unía esa franqueza, esa honestidad, esa no envidia, el respeto y la admiración por el otro. Una vez desaparecido él… pues yo sigo admirando y respetando su obra. Sin despreciar la mía, eh. Cada uno tiene sus coordenadas de trabajo y ya está.

P. Ahora, al ver sus cuadros aquí, ¿qué sensación tiene?

R. En primer lugar, he tenido una sensación de sorpresa. En segundo lugar, le tenía un miedo enorme a la exposición. Porque hacía mucho tiempo que no exponía y llegó el momento en que no me interesaban las exposiciones, ni el mercado del arte ni nada. Pensaba que ya se había acabado mi tiempo. Mi tiempo público, digamos, porque yo he seguido trabajando. Por la muerte de José Luis Alexanco y, previamente, por una enfermedad que nos hizo tener que dejar el taller, ya no podía hacer cosas grandes y empecé con esto que hice en la pandemia. También he rescatado algunos cuadros almacenados, tapados y… mira ahora: resulta que estoy acompañado por Rubens, y… en el sentido que decía Picasso: si mi familia es el Prado, ¿cómo no voy a estar contento? Pues, mira: Rubens (este Martirio de San Andrés) es parte de mi familia y además estar aquí, en un lugar fundado hace siglos, pues… ¡es un milagro!

Pedro García Ramos ha incluido en la exposición frases que a lo largo del tiempo han formado parte de las reflexiones que ha hecho Fajardo, en textos diversos, incluyendo entrevistas. “Desde niños nos mecieron en cunas, en columpios. Nos enseñaron el vértigo de la caída. Nos arroparon con palabras. Ahora, en la vejez, la trampa es otra; ahora nos sientan en la mecedora para olvidar”. “Estuve enredando con Goya y el maestro me llevó de la mano a conocer las obsesiones y el silencio de los sordos, a rebuscar entre los fusilados de la noche un aliento para seguir vivo”. “A veces me reconozco isla, como si fuera una isla con la historia agotada por el aislamiento”. “Qué es la pintura sino el intento de fijar la imagen de otra realidad, o un gesto manual para ganar la libertad contra el tiempo”.

Un poeta pintando, ahora frente a un martirio legendario.