La ética de las imágenes prohibidas

Fotografía post-mortem: el caso del cadáver de Susan Sontag

La polémica sobre la exhibición de las fotos que Annie Leibovitz hizo a la autora norteamericana después de su muerte aporta argumentos encontrados al debate sobre la moralidad de la fotografía

Susan Sontag.

Susan Sontag. / PETER HUJAR

Elena Hevia

Nadie como Susan Sontag, la gran crítica de la sociedad norteamericana fallecida en el 2004, a la hora de plantearse la ética de la fotografía, uno de sus grandes caballos de batalla. Lo hizo tempranamente en su ensayo ‘Sobre la fotografía’ y poco antes de morir en el fundamental ‘Ante el dolor de los demás’. La escritura de ese libro fue en paralelo al tercer cáncer al que se enfrentaba y a las imágenes de las torturas en Abu Ghraib que circularon entonces y que mostraban a los soldados iraquís disfrutando con aquellas terribles faena. No era la primera vez que las imágenes agredían a la autora. De niña se enfrentó a un libro de fotografías del Holocausto que fueron para ella un antes y un después en su formación como personas. La imagen nunca es neutral y así lo dejó escrito. Llamó a la cámara “arma depredadora” y afirmó que su utilización podía convertirse en una “agresión”.

Y sin embargo, paradójicamente, la relación más larga y profunda de la escritora la tuvo precisamente con una fotógrafa, Annie Leibovitz, aunque jamás se mencionaran la una a otra como ‘pareja’ en público. No podían estar más alejadas. Leibovitz amaba el glamur de las estrellas de cine que captó espectacularmente con su cámara y fue es conocida por ser la última que disparó un obturador fotográfico frente a John Lennon y Yoko Ono pocas horas antes de que Mark David Chapman lo hiciera frente al cantante con un arma de verdad. Sontag era el polo opuesto, la pensadora grave y profunda que muy a menudo se mostraba intransigente y terrible. Se conocieron cuando Leibovitz tenía 39 años y Sontag superaba los 55.

La última etapa de la enfermedad de Sontag quedó precisamente documentada por la cámara de su compañera. La escritora, que jamás se resignó ante la perspectiva de morir llegando incluso a negar la enfermedad, acabó sometiéndose a un doloroso trasplante de médula ósea que no fue exitoso. Durante todo ese proceso estuvo ahí el objetivo de su amiga documentando día a día el terrible combate con la muerte.

Intimidad expuesta

Dos años más tarde del deceso, a Leibovitz le ofrecieron una retrospectiva de toda su obra para la National Portrait Gallery de Londres y a ella se le presentó el dilema: ¿Debía incluir las fotos que hizo a su compañera en su lecho de muerte e incluso la más polémica, la que hizo siendo ya un cadáver? Formaban parte de su vida. Y nunca había querido exponer su intimidad. Lo consultó con algunos amigos comunes, pero no aceptó las reticencias del hijo de Sontag, David Rieff a quien la fotógrafa recordó que una de las primeras funciones de la fotografía fue retratar a los muertos para conservar su memoria. La foto en cuestión, en blanco y negro, dividida por su autora en varios fragmentos superpuestos unidos con cinta adhesiva en un formato panorámico, muestra los restos mortales en el ataúd. Fue la imagen más perturbadora de la exposición y desde entonces Rieff y Leibovitz se han convertido en poderosos antagonistas. Aquellas eran “imágenes de carnaval de la muerte de una celebridad”, escribió el hijo para apuntalar una reflexión que parece en sintonía con los escritos de su madre. Aunque fuese ella misma la que dejó a su compañera documentar su última derrota.

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