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La serie más rupturista

de Marvel, un equipo

de superhéroes mutantes

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Superhéroes Inc.TM © / Álvaro Pons

Álvaro Pons

Es posible que, tras leer Watchmen, muchos pensaran que el género de superhéroes había muerto definitivamente. La magna obra de Alan Moore y Dave Gibbons llevaba al superhéroe al mundo real para descubrir que los protagonistas de los mitos infantiles eran execrables, psicópatas que se ocultan tras disfraces para dar rienda suelta a sus perversiones con impunidad o, si de verdad tuvieran poderes, dioses a los que el concepto de humanidad les resultaría tan fútil como irrelevante para su existencia, incluso incomprensible y hasta molesto. La paradoja es que el objetivo de Moore de devolver al héroe al ámbito del mensaje moralizante, ese que enseñaba que los fuertes protegen a los débiles, se leyó en términos literales dando apertura oficial a la «Edad Oscura» del superhéroe. Y si bien es cierto, como dice el guionista inglés, que el interés hacia temáticas infantiles por parte del adulto es el peligroso germen de una simplificación maniquea que subyace en todo fascismo, no es menos innegable que su obra demostraba a su pesar que el género de superhéroes puede generar reflexiones profundas y adultas compatibles con una lectura madura. Aunque la mayoría de obras posteriores se quedaron en una interpretación superficial del grim and gritty como una provocación que, por desgracia, caía casi siempre en la gratuidad y frivolidad, algunos autores tomaron el testigo para realmente ahondar en el género como reflejo de la realidad humana. Y, así, a finales de los años 90, otro guionista inglés sería el encargado de dar una nueva vuelta de tuerca a la reflexión sobre el género: Peter Milligan. Su reconocido paso por el sello Vertigo de la editorial DC con series tan brillantes como Shade, the Changing Man o Enigma, le abrió las puertas de Marvel para encargarse de una colección creada por el polémico Rob Liefeld, X-Force, que se había consolidado dentro de la franquicia mutante. Con la ayuda del siempre brillante Mike Allred a los lápices, Milligan transformó por completo el título dejando de lado a los personajes conocidos por el fandom para crear nuevos superhéroes que rompían todas las reglas para volver a insertarse en un mundo real muy diferente al de Watchmen: frente a la psicopatía como norma, el guionista inglés planteó el mundo superheroico como carne de mercadotécnica y mass-media. Los personajes son ahora protagonistas de realities donde la máxima de «todo poder conlleva una gran responsabilidad» deja de tener sentido para traducirse en «todo poder conlleva una gran audiencia», movidos por la especulación mediática y un nuevo poder: el del número de seguidores. Un argumento que se avanza al imperio del like de las redes sociales, pero compartiendo una profunda perversión de la realidad que reescribe el camino campbelliano del héroe sufre, cambiando el sacrificio personal por el de cualquiera que se ponga en la trayectoria hacia el éxito televisivo. Los superhéroes de Milligan y Allred buscan tareas que le reporten picos de audiencia, no salvar el mundo, y los personajes cambian a una velocidad vertiginosa, olvidados por un público que solo busca la pirueta del más difícil o dejarse llevar por una pasión fanática que dura una exhalación y obliga a un rebranding del grupo que pasaría a denominarse X-Statix, compitiendo con los personajes de la farándula en pos de una fama donde la tarea del héroe hace mucho que se olvidó. La editorial Panini publica X-Statix recopilado ahora en una lujosa edición (traducción de ) que permite comprobar que, pese a las dos décadas pasadas, la sátira acerada de la serie no solo no ha perdido mordiente, sino que su mensaje resultaba extrañamente profético en tanto fácilmente identificable con este mundo de hoy de influencers.

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