Arte&letras

Emily Dickinson. Poemas, cartas, vida

Para Emily Dickinson, que pasó gran parte de su vida voluntariamente recluida, la correspondencia se convirtió en casi su único contacto con el mundo exterior y en una prolongación de su poesía, de su literatura. Sus cartas nos acercan a su intimidad, pero también completan su obra

Emily Dickinson en un
daguerrotipo que se conserva
en su casa museo de Amherst.

Emily Dickinson en un daguerrotipo que se conserva en su casa museo de Amherst. / Juan Gaitán

Juan Gaitán

En un futuro que ya no está muy lejano no se publicarán libros como este, y los lectores, especialmente los interesados en ahondar en el alma y en la biografía de sus escritores más amados, perderán la posibilidad de adentrarse en sus intimidades, en sus vidas privadas. Pero así es a veces el progreso. Desde que el correo electrónico ha invadido nuestras vidas relegando el correo postal («terrestre» lo llaman algunos) a la mera actividad comercial y administrativa, ya no se escriben cartas. Y es, literal y literariamente, una tragedia.

Emily DickinsonPoemas, cartas, vida

Emily DickinsonPoemas, cartas, vida / Juan Gaitán

He reflexionado largamente sobre esto con la lectura de ‘Emily Dickinson. Cartas’, la edición que Lumen acaba de poner en circulación de 101 cartas de la que, probablemente, sea la mejor poeta norteamericana.

Emily Dickinson vivió una vida de voluntaria reclusión que se extremó en sus seis últimos años, en los cuales no salió de su casa, solo vistió de blanco y prácticamente no vio a nadie más que a su familia más allegada y a algunos, muy pocos, visitantes. De ahí la extrema importancia de su correspondencia, porque fue su único vínculo con el mundo exterior, su modo de relacionarse con un pequeño número de personas a quienes confiaba sus sentimientos, emociones, ideas y pensamientos.

En Emily Dickinson las cartas tienen el mismo valor literario y, por tanto, el mismo nivel de interés, que su poesía. La correspondencia de Dickinson no constituye un complemento a su literatura, sino que es parte fundamental de esta, y no una parte pequeña. La poeta escribió más de mil setecientos poemas, pero también escribió más de mil cartas. Y en ambos géneros puso igual empeño, el mismo esfuerzo, idéntica calidad. Así, en una carta dirigida a la señora de J. G. Holland a principios de marzo de 1866 dice: «Febrero pasó como un Patín y conozco marzo. Aquí está la ‘luz’ de la que el Forastero dijo que ‘nunca la hubo ni en la tierra ni en el mar’. Yo podría capturarla (…) Nedd ha estado enfermo una semana y ha hecho madurar todos nuestros rostros (…) Su mamá acaba de pasar, dejando su huella de Cachemira».

Y por si ese ejemplo no fuese, en sí mismo, una evidencia de que, en el caso de Emily Dickinson, poema y carta tienen el mismo valor literario, baste la lectura de la que T.W. Higginson remite a Emily Dickinson el 11 de mayo de 1869, en la que dice textualmente: «escríbame y dígame algo, en prosa o en verso». Esta es, por cierto, una de las dos únicas cartas de respuesta recogidas en la edición, y en ambas el remitente es T.W. Higginson, de quien la poeta se consideró siempre «alumna» Higginson fue, junto a Mabel Loomis Todd, el primer editor de los poemas y las cartas de Emily Dickinson. La relación epistolar entre ambos comenzó en abril de 1962 y se mantuvo hasta la muerte de ella, ocurrida dos años antes que la de él.

La lectura del libro permite intimar con la escritora incluso antes de que se sintiese escritora. Estructurado en cuatro partes, la primera recoge la correspondencia entre 1842 y 1857, es decir, entre los doce y los diecisiete años de la autora. Sorprende, en este bloque, en una carta dirigida a su hermano Austin el 27 de marzo de 1853, su primera confesión de que escribe: «Tengo por costumbre escribir algunas cosas».

Alta calidad literaria

Pero ya desde ese momento asombra la alta calidad literaria de las cartas. Es evidente que Emily Dickinson tiene respeto por lo literario y siempre escribe con conciencia de escritora. En una misiva remitida a su cuñada, Susan Gilbert, a finales de 1854, dice: «Susie, es poca cosa decir lo solitario que resulta -cualquiera puede hacerlo, pero llevar la soledad junto al corazón durante semanas, cuando duermes y cuando despiertas, siempre echando en falta algo, esto, no todos pueden decirlo y me desconcierta».

El volumen se cierra con una brevísima carta a sus primas Louise y Frances Norcross, que se convertirá en su epitafio: «Primitas, me reclaman». Unos días después entró en coma. Era mayo de 1886. Murió dos días después. Y, sin embargo, es inmortal.

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