Arte&letras

Calamaro reedita ‘Honestidad brutal’ ¿Exceso? No: excelso

El escritor argentino Rodrigo Fresán y el cantante se conocieron cuando el primero tenía 6 años, y el segundo, 8. Fue en Buenos Aires, cuando Calamaro ya reventaba paredes. Ahora que se reedita su éxito de 1999, Fresán rememora algunos momentos de esa amistad

Calamaro reedita ‘Honestidad brutal’ ¿Exceso? No: excelso

Calamaro reedita ‘Honestidad brutal’ ¿Exceso? No: excelso / Rodrigo Fresán

Rodrigo Fresán

Mi primer recuerdo del sujeto en cuestión (pero, también, uno de los más inolvidables) es el de un Andresito C. de unos 8 años (yo tendría unos 6) derribando con una pesada maza una de las paredes de su cuarto. Y lo hacía con la anuencia de sus padres (conocidos de mis padres) porque no querían «castrar» su «manera de expresarse». Con las décadas transcurridas y las noches compartidas, cada vez que le evoco esta postal infanto-doméstica-destroyer de un lejano Buenos Aires a Andrés, este me mira y se limita a esbozar una sonrisa de Giocondo Mono Liso; como si yo lo hubiese alucinado o como si él se lamentase de no haber continuado con la demolición hasta acabar con todo el edificio.

Calamaro reedita ‘Honestidad brutal’ ¿Exceso? No: excelso

Calamaro reedita ‘Honestidad brutal’ ¿Exceso? No: excelso / Rodrigo Fresán

En cualquier caso, se sabe y se escucha, Calamaro siguió derrumbando paredes y/o (como se presenta en una de sus canciones que más me gustan) abriendo la puerta «como un poeta fértil».

Y, sí, en su momento, 1999, el muy poético y fertilizador Honestidad brutal ya tenía nada más y nada menos que 37 canciones (una para cada uno de los abriles que entonces ostentaba su autor) que más bien eran todo un repertorio con muchas paredes y muchas puertas. Ahora, en su reencarnación en versión extra brut y XL, cuenta con seis cedés que incluyen el ya conocido doble, el singular Versión original y tres bonus de In & alt con versiones, descartes y todo lo demás también. ¿Exceso? No: Excelso.

Y mucho se ha contado/cantado sobre la accidentada y turbulenta y accidental y encandiladora grabación de uno de esos álbumes dobles que remiten, automáticamente, al fundante The Beatles/White album donde todo cabe y vale todo siempre y cuando sea bueno. Así, Honestidad brutal (aunque el referente estilístico/estético más inmediato sea el Blonde on blonde de Bob Dylan; y ahí está ese Te quiero igual con melodía circular y juguetona y delgada y salvaje y mercurial como la de I want you) es el Red album al rojo vivo.

Una de sus cumbres más elevadas

Aquí, un artista amurallado en permanente alerta roja y descendiendo al búnker antiatómico para ascender a una de sus cumbres más elevadas. Aquí, más paredes para tirar abajo: la pared de un divorcio, la pared del espejado y deformante pero implacable botiquín de baño (previo vaciado de todas sus drogas) que ya no responde al preguntársele quién es el más bello y suena mejor, la pared de la rock star del previo y exitosísimo posrodríguezismo de Alta suciedad a la que se eclipsa con modales de supernova, la pared del paredón sin venda en los ojos.

Entonces, ahí, honesto y brutal, el enrojecido Andrés como el Pink de The wall. «Sí, The Wall, pero también The Door, The Floor, The Window, The Ceiling...», me amplió él cuando lo entrevisté en San Sebastián por la salida de Honestidad brutal, cuando acompañaba al The Don’t Be Late Tour de Bob Dylan -otro tramo de su gira interminable- por varias ciudades españolas y recordaba en alta voz baja el making of de algo que no dejaba de desarmarse para poder armarse a lo largo y ancho de varias ciudades y estudios de grabación.

«Hubo un momento muy eufórico y muy terrible en que estuvimos seguros de que alguien no iba a llegar al final de la grabación. Era como jugar a la ruleta rusa. Hacíamos apuestas. Primero perdimos un ingeniero de sonido; después me perdí yo. A ver si me encuentro un día de estos, ¡ja!.. Mucha gente se asustó... Y todos, siempre, con la sensación de un revólver frío en la nuca. Todos los músicos involucrados en profundas crisis sentimentales o a punto de. Si no estabas divorciado o divorciándote no tocabas en Honestidad brutal... Pero el rock and roll existe y, qué querés que te diga, a mí me parece una etapa ideal para vivirla en un año terminado con tres nueves. Además, no conozco a nadie que haya vivido un año con tres nueves antes... En resumen: Honestidad brutal es mi Apocalypse now cruzado con mi Martín Fierro», añadió.

Y, claro, hay algo de eso: hay gaucho-napalm al galope y hay marine-pampeano cabalgando con valkirias. Y ya se intuye también («Yo tengo la suerte o la desgracia de que muchas veces mis canciones se dan cuenta de lo que me pasa o me va a pasar antes que yo. En ese sentido, Honestidad brutal es un disco terriblemente futurista en lo que a mí concierne», me anticipó A. C.) su mega-secuela-resaca-extra brutal: apenas al año siguiente, los cinco-cedés de un El salmón (que bien podría haberse llamado Moby Dick) antes de desaparecer de los sitios que se solía nadar/frecuentar por un tiempo largo. Y no volver al 100% (El cantante, Tinta roja y El palacio de las flores son como cautelosos reencuentros consigo mismo casi a través de otros) hasta 2007 con el formidable y gozoso La lengua popular, donde cantaba, triunfal, eso de: «Parte de mí no cambió y a la vez ya no soy el viejo Andrés que no dormía jamás». Pero entonces aún faltaba un poco para todo eso y ahora hace ya tanto tiempo que pasó.

Por suerte, la música y la letra permanecen, y la memoria aguanta y me acuerdo que esa noche de 1999, en San Sebastián, en una habitación de hotel de luxe, le comenté a A.C. que, en reportaje, Dylan había dicho que le preocupaba que ya no aparecieran jóvenes cantautores llamados Hank. «No digas que dijo eso...», me dijo. Un segundo después, golpeó: «Hankdrés Calamaro», sonrió mientras, fértil y poético, abría otra puerta pero no por eso dejando de mirar fijo la próxima pared.

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