Diario de Ibiza

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Entrevista
Antonio Gamoneda Poeta

“No he acabado ningún poema, yo le veo agujeros y la arruga”

“El libre mercado hace que la cultura hoy en día sea pequeñita para que la gente se entretenga, ahora son culturetas”

El poeta Antonio Gamoneda. Ana Burrieza

El poeta Antonio Gamoneda ha presentado su último libro “Imaginario del vértigo” que aúna sus poemas con pinturas efectuadas por artista Carlos Piñel tras leer sus versos.

–Vuelve a Zamora de la unión de artes la creación artística pictórica y la creación artística. ¿Por qué esta unión?

–Yo no sé si se puede llamar unión. Yo sé que en todos estos años que fueron tres de trabajo para este libro yo en mi escritura advertía problemas no iguales sí equivalentes, pues no es lo mismo la igualdad que la equivalencia, a los de Carlos (Piñel). Carlos tiene que componer en un espacio que ese tipo de composición que yo no la sé decir que consiste en que un periodo rítmico aquí y 30 segundos después hay otro golpe fonético que tampoco sé cómo ha venido pero él en un curso compositivo equivalente al que pudo tener Carlos al poner aquí una masa rosa para meterle allí otro. Yo he llegado a la conclusión de que absolutamente de toda realidad estética obedece a las mismas leyes.

–Y ¿cuáles son?

–El ser humano es simple y funciona prácticamente igual el compositor del espacio físico que el de del tiempo que puede ser un músico, o el que puede ser del pensamiento y el espacio que puedo ser yo. Cuatro cosas aparentemente sencillas, pero que te pueden volver loco.

–Y ¿le vuelven loco?

–Seguramente sí. Llevo varios años fugado de frenopático. (Esboza una sonrisa). A veces me meto en un agujero y no habría más que revolver un poco para quitar la telaraña que hay y que impiden ver la luz y que no la veo.

–¿Cómo vive el hecho creativo de la escritura?

–La escritura es una situación pasional entendiendo que no se habla de pasiones como “La venganza de don Mendo”, sino de tensiones y de una voluntad que no se logra, pero tú estás tratando de crear o de construir esa centella que tiene que salir y a veces no sale. Esa centella no se sabe dónde está. Tengo muchas dudas de que la poesía no tenga siempre el mismo tema, pero lo que sí puede tener son temas pretexto. El punto donde sale la centella poética no sé si se corresponden con las verdades objetivas o con todas las mentiras.

–Esa pasión con los años ¿ha cambiado?

–Yo cuando era un muchacho adolescente escribía mucho como el que está en una búsqueda hasta agotarse. Escribía por la mañana y por la tarde. Luego vinieron 50 años en los cuales más bien le daba un espacio a la reflexión, antes de entrar en esa situación pasional ciega, pero que busca una luz. Ahora que tengo 91 años estoy volviendo a escribir mucho, aunque yo sé bien que para tirar el 80%, de hecho, borro las letras del teclado del ordenador de lo que escribo. Trabajo muchas horas, unas once o doce diarias, aunque no todas son de producir, pero la actitud se parece más a la que tenía hace más de 70 años que a la que tenía hace 30.

–¿A qué lo achaca?

–No sé si será, pero sí tengo una especie de conciencia poco grata, y sin tragedia alguna, de que no me puede quedar mucho tiempo y sin embargo, hay muchas cosas que quise hacer y que no he hecho.

–Actualmente ¿qué le reporta la escritura?

–Cansancio y alguna que otra satisfacción como la que tiene un preso a la que de repente le abren la puerta y ve la luz. Yo de repente, sin saber muy bien cómo me encontré con aquella palabra que me dice, que tiene una consistencia significativa, fonética y rítmica en un contexto que yo no sabía que buscaba eso, pero yo lo encontré.

–Cuando conforma un poema ¿lo da por acabado en algún momento?

–No he acabado ningún poema y no sé si me dará tiempo a acabar alguno. No es exigencia, es que el poema está ahí y yo le veo los agujeros (risas). Para mí está vivo. No es una fijación del poeta sino que el poema está tirando del pescuezo para que vuelva a él y entonces le veo la arruga y el agujero y yo no lo puedo consentir.

–Pese a este sistema de trabajo tiene una amplia producción.

–En mis libros, hasta los publicados, hay páginas que no están cerradas y que las cerré por casualidad o por imperativo editorial o de algún tipo, pero soy consciente de que no están acabados esos poemas. No obstante, a veces no soy consciente. Hay poetas que tienen un perfil previo de su poema. Son hábiles y lo consiguen al 80 o al 90% y se quedan tan tranquilos. A mí me tiene que decir el poema que ya está y eso lo ha dicho en muy pocas ocasiones.

–El ser un poeta afincado en León le ha conllevado...

–Es un verdadero lujo. Sin duda ha sido una ventaja. No estaría ahora del buen humor que estoy si hubiera que haber vivido más de 60 años en Madrid o en Barcelona. En su momento tiraron de mí para que fuera cuando tenía unos 30 años y resistí. A vivir la vida literaria madrileña hay que ir provisto de una escafandra o algo parecido de mentira para crear un personaje exterior. Tienes que llevar una vida falsa en un porcentaje importante. Yo tengo tres o cuatro amigos en León, mi familia, mis calles, mis paisajes y mis horas de noctámbulo solitario, de chico acompañado que toma los viernes un vino en la taberna donde saben quiénes somos. Eso es alimento que ayuda a vivir. Si tuviera que llevar esa escafandra estaría muerto. Soy provinciano, pero en el buen sentido.

–La escritura y el mundo editorial caminan de la mano.

–Y tanto. Hasta me ofrecieron hacerme cargo de la editorial Taurus, que quebró finalmente. Yo tenía un buen amigo que falleció, Manuel Viñuela, que estuvo por lo menos medio año detrás de mí para que me hiciera cargo de la dirección de la editorial. Luego le tomaba yo el pelo a mi chica octogenaria con que podía haber sido duque de Alba (risas) dado que (Jesús) Aguirre ocupó el puesto de director de Taurus. No me dejé llevar a ese mundo. Tuve una vida de trabajo muy dura desde los 14 años y eso me hizo espabilar muy pronto. Me enseñó a defenderme y a no entrar en falsos cotos.

–¿Cuándo se puede considerar uno escritor?

–Cuando hay doce libros, cobras unos derechos de autor, tienes un agente literario y te llaman para dar una conferencia quizá ya lo seas, pero yo no lo tengo muy claro. ¿Cuándo fue escritor Claudio Rodríguez? No se enteró, pero lo era.

–Estamos volviendo hacia atrás en muchos derechos por lo que usted luchó durante el franquismo.

–Buena parte del franquismo lo pasé en la clandestinidad. Tenía una personalidad familiar y en el trabajo y otra clandestina que la gente de mi edad de una relativa buena conciencia terminábamos allí. Luego vino lo que se llamó la transición. Yo me di cuenta de que una falsa transición, que no era eso para lo que habíamos estado moviéndonos. Ahora no puedo hacer nada en la vida social o política, pero siento que efectivamente hay un fracaso en quienes éramos, qué pretendíamos, que no ha sucedido y la sensación simultánea de que es posible que hiciéramos lo que pudimos, pero... no bastó. Vendrán otras generaciones, que están viniendo y tampoco bastará. Es una cuestión de darse cuenta y llegar a un momento de conformidad y de cierto descanso, no completo descanso porque no nos enseñó nadie a descansar ni nosotros aprendimos. Cuando el franquismo estaba consolidado yo estaba en mis 18 años. Recuerdo que Claudio, que quizá más ingenuo que yo aunque fuera genial como poeta, fue a la base del partido en Madrid preguntando que dónde estaban las armas (risas). Lo miraron y se echaron a reí diciendo que nos lleváramos a este chico de allí, una respuesta de niño genial, pero de niño.

–Claudio Rodríguez reclamaba las armas, unas armas físicas, pero la cultura es un arma que libera la mente y que ahora ¿está un poco al margen de la sociedad?

–Los estados democráticos reposan sobre el mercado libre y este tiene una de las facetas que es la invención de la cultura, pequeñita para que la gente se entretenga. Ahora son culturetas no es cultura. Ahora se fomenta el entretenimiento mientras que la cultura con mayúsculas está desapareciendo. Han promovido una bisutería mala y hay un reconocimiento del mercado de ella.

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