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Queremos tanto a Barenboim

El domingo dos de octubre se confirmaron los peores presagios. Daniel Barenboim no dirigió El oro del Rin, la primera ópera de la tetralogía de Wagner El anillo del nibelungo, que abría la temporada de la Statsoper Unter den Linden de Berlín, de la que es director musical desde hace treinta años. El martes, el gran pianista y director de orquesta anunciaba que padecía una «grave enfermedad neurológica» y que se retiraba de algunas de sus actividades de interpretación y especialmente de la dirección durante los próximos meses. La fecha marca un punto y aparte en una larga carrera que inició a los siete años con su primer concierto en Buenos Aires. A punto de cumplir los ochenta años, el maestro ha bajado la batuta.

Daniel Barenboim es una figura absolutamente singular en el mundo de la música. Por su virtuosismo como concertista, por su enorme profundidad y capacidad como director dotado de una memoria prodigiosa. Por su genialidad como músico sí, pero también por su figura intelectual y su nobleza como persona. He conocido a algunos grandes intérpretes y pocos tienen un discurso que vaya más allá de lo estrictamente musical. No es el caso de Daniel Barenboim, que une a su portentosa habilidad interpretativa un profundo conocimiento teórico y una amplia mirada social. Buena prueba de ello es el libro Paralelismos y paradojas Reflexiones sobre música y sociedad (Debate) que escribió junto al gran intelectual palestino y profesor de la Universidad de Columbia Edward Said.

Said un palestino que, como dijo George Steiner logró el extraño reto de ser él mismo un judío errante. Barenboim, el músico que por primera vez dirigió a Wagner en Israel, de familia judía, ciudadano de Israel, con ciudadanía española y palestina honoraria, a quien podría aplicarse lo que dijo Tzventan Todorov sobre el propio Said: los hombres desplazados participan de dos culturas sin jamás identificarse con ninguna; ese estar dentro y fuera se convierte en una condición del humanismo. Barenboim, como Said, es eso, un humanista que con sus posicionamientos públicos y sus acciones políticas en el más noble sentido de la palabra ha dado esperanza al mundo. Juntos crearon la West-Eastern Divan Orchestra, que reúne a músicos judíos y árabes en uno de los pocos espacios de concordia en ese mundo de odios. Si judíos y palestinos pueden juntarse para crear belleza, decía Barenboim, quiere decir que pueden vivir en paz.

Daniel Barenboim nos ha regalado felicidad musical y fe en la humanidad. Y uno, como miles de aficionados que tanto le queremos, no pierde la esperanza de volverle a oír tocar en vivo y en directo. Hasta ese día, nos contentaremos con algunas de sus maravillosas grabaciones. ¡Salud, maestro!

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