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Arte&letras

La vida imaginaria de Gonzalo Suárez

El escritor ovetense publica el libro de relatos El cementerio azul, una audaz

y rotunda apuesta por la literatura como alternativa soñada a la realidad

La vida imaginaria de Gonzalo Suárez

Gonzalo Suárez arranca sus historias de El cementerio azul un 29 de octubre de 1992 conduciendo un Saab rumbo a Asturias. Lo acompañan los actores Javier Bardem y Carmelo Gómez. El plan es rodar la secuencia inicial de El detective y la muerte, sin duda una de sus mejores películas. Luego aguarda Polonia. Un rodaje duro, muy duro. De resplandores azulados. Con accidentes mortales incluidos. La ficción atrapada por el infierno de la realidad. Su libro libre es otra vuelta de tuerca (con permiso de Henry James y sus fantasmas) al universo creativo de un autor que da a la literatura la responsabilidad de ser una alternativa soñada a la realidad.

El primer relato, El cementerio inglés, nos recuerda que «vivimos solo un instante. Siempre nuevo. Sin antes ni después. Lo demás no es vida. Es solo memoria». ¿Será la muerte una mentira más? En realidad, la ficción es un sueño. Y en sueño puedes aparecer, de repente en un cementerio inglés por el que pasea el Pato Donald. Como creador, Suárez apuesta por los personajes imaginarios que, siendo mentira, nunca morirán: su engaño «resulta más verdadera por duradera que nuestra supuesta existencia». La literatura es un camino de baldosas amarillas que conduce a la Ciudad Esmeralda: «la fantasía como mapa del tesoro que nunca encontramos porque el tesoro es la misma búsqueda».

Personajes de cuento se alinean en la prosa magnífica de Gonzalo Suárez con personajes que juegan al billar con el abismo. Como ese tal Arturo que disecciona sin piedad el mundo actual: barbarie vírica, basura espacial, líderes corruptos, tecnología armada, arte derrumbado, ética y estética en desuso, chácharas religiosas, pantallas como ventanas cerradas a cal y llanto. El desconcierto como moneda de curso ilegal. Por ahí se agitan las almas en pena de Lem, Bradbury, Clarke. Tú, robot. ¿Un secreto es una vía muerta o un callejón sin salida? Hay cartas que carga el diablo (con amor) y Suárez maneja con su habitual destreza tan poco habitual en las letras españolas los ingredientes que solo una mente audaz como la suya se atreve a mezclar obteniendo un cóctel explosivo donde la memoria como impulso creador se convierte en una excusa para (des)contarse a sí mismo.

¿No son a menudo los libros y las películas de Gonzalo Suárez una invocación saludablemente maliciosa de los cuentos de hadas, ogros, bobos feroces, monstruos remendados y castillos derrumbados que se reflejan en el agua? ¿No está en su obra la permanente complicidad del tiempo y de la Muerte (con mayúscula) como confidentes que recelan de lo que llamamos Realidad? Si aceptamos que «los sueños son otra realidad de la vida», hay que prestarles mucha atención. Y ojito, que la Muerte también tiene sentido del humor y puede apiadarse de estúpidos enamorados para darles un poco de eterna felicidad allí donde todos se creen inmortales. En las quimbambas. Atención, pregunta: ¿de qué sustancia están hechos los recuerdos olvidados que no se pueden recordar? Ni siquiera la muerte (con minúscula) podrá borrarlos de la memoria, como esos amores que suben y bajan en al ascensor del cadalso donde aguardan mujeres catastróficas. La Naturaleza más brava (tantas veces presente en algunas de las tormentas rodadas por Suárez) se hace presente cuando el autor asume la condición de «pintor de lienzos a la intemperie que se lleva al viento». Hay que leer entre líneas al escritor ovetense para extraer algunas pistas sobre su estado de (des)ánimo.

La verdad y la mentira

Una vida imaginaria enhebra hilos que (parecen, o no, yo qué sé) autobiográficos. «Hubo un tiempo en que yo era el más osado, ambicioso, veraz y voraz periodista». Claro: luego la realidad y la imaginación colisionan y el resultado es imprevisible cuando la verdad se convierte en rehén de la mentira. O al revés. Suárez gana la partida sin cartas mascadas en la manga y da cortes de manga a lo previsible, a las soluciones fáciles, a los personajes a los que se ve venir de lejos. No es un autor que se arrepienta de sus movimientos en falso para alejar la falsedad de la ficción: como domina el lenguaje del humor corrosivo y es capaz de darle la vuelta a un párrafo como un calcetín desparejado, el autor asturiano se mueve con una soltura impetuosa por los márgenes de las historias, hurga en los pliegues de lo que narra para que nadie pierda el tiempo buscando lógica o normalidad. En cierto modo, se divierte poniendo patas arriba las expectativas del lector al obligarle a no dar nunca nada por hecho: «El intruso que en sueños sueña contigo siempre se queda parte de lo soñado por ti como si le perteneciera».

De la misma forma que «hay niños que juegan a saltar por encima de su sombra», Gonzalo Suárez busca respuestas en el interior de sus propias fantasías, como juego y como ruego: por favor, no quiero aburrirme. «He sido consciente de la existencia de otras vidas en mi interior», decía el vagabundo de las estrellas de Jack London. Y Suárez asume esa condición de casa vacía que está llena de fantasmas muy vivos. «Dios no existe, pero nos sueña. El diablo tampoco existe, pero lo soñamos nosotros». Las coherentes contradicciones de Suárez se alimentan de pensamientos errantes (y desamparados), le animan a mirar por el ojo (de pez) de la cerradura para descubrir que «cada vez que damos un paso dejamos un fantasma atrás». La aventura de escribir llena las páginas de El cementerio azul de imaginación, poesía y vida. Mucha vida. Que, como todos sabemos, es un sueño sin dueño.

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