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La arboleda perdida

Cuando el poeta Alberti se convierte en el camarada Alberti, la calidad de su poesía cae en picado

Rafael Alberti en Ibiza en 1987. | TONI POMAR/ARCHIVO DI

La memoria lo es todo para la vida y la vida lo es todo para la memoria. En ‘La arboleda perdida’, Rafael Alberti (Puerto de Santa María 1902–1999) recuerda su pasado, sus vivencias, sueños y desengaños. No es un caso excepcional. Son muchísimos los escritores que ceden a la tentación de dejar a la posteridad sus memorias. Me pregunto por qué. ¿Qué motivos tiene el escritor para protagonizar en primera persona tal desnudamiento, para descubrirnos querencias, desvelos, huidas, reencuentros, exilios, regresos, incluso lo que piensa? Sorprende comercializar y ventilar en un libro la propia intimidad. ¿Es vanidad? ¿Cree el escritor que su biografía es a tal punto importante que nos interesará? No lo sé. Uno tiene la impresión –puede ser mera estrategia- que Alberti escribe sus memorias para sí, como si celebrara con Neruda el ‘he vivido’. O que le mueva la necesidad de reconciliarse con el mundo y consigo mismo, saldar cuentas y cerrar el pasado. O tal vez se trata de, sencillamente, de revivir lo vivido. Puede, incluso, que el autor haga del relato un espejo en el que trata de conocerse. Al fin y al cabo, nos identifica precisamente la memoria, lo que recordamos.

Cuando la crítica literaria analiza en su conjunto la obra de Alberti, un lugar común es separar poesía, prosa, incursiones en el ensayo y el teatro, artículos de prensa, etc. Pero es una opción, me temo, que no lleva a ninguna parte, porque el poeta, en su prosa, sigue siendo poeta. Y de ello es un buen ejemplo ‘La Arboleda’ que, en fondo y forma, es un documento poético, una dilatada recitación, un extenso poema. Muchas de sus prosas tienen azules y saben a mar, el que veía desde las dunas gaditanas y el Puerto de Santa María. La clave de su obra está en la mirada y en la expresión de esa mirada. Porque Alberti, Rafael, iba para pintor y fue, de hecho, un extraordinario dibujante que llegó a exponer en el Ateneo madrileño. Desde muy joven, crece con la deuda de la luz y el color. Y eso se nota. Sólo por azares de la vida, casi por casualidad, cambia los pinceles por las palabras. Tanto da. Porque sus palabras son pinceles y sus parrafadas pinceladas. Hace también incursiones en el teatro con ‘El hombre deshabitado’, ‘El adefesio’, etc. Tampoco digo que ‘La Arboleda’ sea sólo poesía. Cualquiera ve que es un torrente de acontecimientos: Segunda República, dictadura de Primo de Rivera, Guerra Civil, exilio en la Argentina y Roma, regreso a España muerto ya el dictador, intervención política como diputado por el partido comunista en el Congreso, etc. En ‘La Arboleda’ recorremos buena parte del siglo XX, principalmente en lo cultural, pero también en lo político y social. Alberti se codea con García Lorca, Cernuda, Alexandre, Jorge Guillén, Altolaguirre, Dámaso Alonso, Bergamín, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Eugenio d’Ors, Neruda,… Y también con pintores, políticos, gente de la farándula, cómicos, toreros, y gente de la calle. Ese es uno de sus títulos, ‘Poeta en la calle’. Y hay mucho Rafael, también, en la Residencia de Estudiantes, donde conoce a Buñuel y Dalí. ‘La Arboleda’, en todo caso, no es flor de un día. Nos deja mucha prosa en sus ensayos, caso de Picasso en Aviñón y Picasso, el rayo que no cesa, y en la recopilación de sus escritos en ‘Prosas encontradas’, y en las prosas aún por encontrar, porque parece que queda muchísimo material por rescatar, conferencias, relatos viajeros, anotaciones en cuadernos, prólogos, reseñas literarias de Cervantes, Fray Luis de León, Lope, Quevedo, Bécquer, Galdós, Baroja, etc., amén de muchísimas colaboraciones en revistas y periódicos, en algunos casos parisinos, italianos y argentinos.

El camarada Alberti

Llegados aquí, nos quedaríamos a medias si no dijéramos que al poeta le ha perjudicado –es lo que pienso, sólo mi opinión- cierta condición de showman y, sobre todo, su radicalización política. Cuando el poeta Alberti se convierte en el camarada Alberti, la calidad de su poesía, no tanto su prosa en la que se prodiga menos y se contiene más, cae en picado, se resiente. Basta recordar la sentida elegía que escribió en honor de Stalin: «Padre, maestro y camarada, que el agua clara me ilumine en esta noche en que te vas», elogio que le valió que Moscú le concediera el Premio Lenin, una guisa de Nobel del mundo comunista. Conviene también decir que su agitación política es sólo propagandística y panfletaria. Juan Ramón Jiménez, que en tiempos le admiraba, carga contra escritores y poetas que, como Alberti, le parecen «señoritos imitadores de guerrilleros que exhiben por Madrid sus rifles y sus pistolas de juguete». Y en nuestros días, Andrés Trapiello, que no se casa con nadie y tiene buen ojo, comenta como Alberti, en los momentos difíciles, permanece siempre en retaguardia, con una vida cómoda y desahogada, mientras otros dan la cara en las trincheras, caso de Miguel Hernández, con el que, por cierto, tuvo un serio encontronazo. Fue en una fiesta. El poeta alicantino, cabreado ante la ostentación y palabrería de algunos, dijo que allí había «mucho hijo de puta!» y, cuando Alberti se dio por aludido y quiso obligarle a rectificar, Miguel escribió sus palabras en una gran pizarra para que no pasaran desapercibidas. Y no acabó aquí la cosa. Cuando la República hizo aguas, Alberti organizó su salida del país y pudo incluir a Miguel Hernández en la lista de refugiados que serían acogidos en Chile, pero no lo hizo. El alicantino acabó en una prisión franquista, donde murió en el 1942, a los 31 años. Esto, por supuesto, Alberti lo ignora en sus memorias. En el prólogo de ‘Rafael Alberti en Ibiza’, que recoge las seis semanas del verano del 36 que el poeta pasó en la isla, nuestro querido y admirado Colinas dice: «He de precisar que el tema (del libro) fue decidido y fijado antes de que estallara en la prensa una polémica en torno a la figura de Rafael Alberti. Mi interés por cuanto en el libro trato es puramente literario». Este es también el único interés de estas rayas. Alberti fue y es un grandísimo poeta. Y pues aquí hemos hablado de su prosa, cabe reconocer que ‘La Arboleda’ es un texto precioso y necesario.

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