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Arte&letras

El año de la república, una novela histórica

Asistiremos a las apasionantes sesiones del Congreso de los Diputados y cuyas afirmaciones podrían ser válidas

para situaciones que vivimos

en nuestro tiempo

José Calvo Poyato, doctor en historia y escritor. José Calvo Poyato

En 1873, hace ciento cincuenta años, se vivió uno de los periodos más agitados de nuestra historia. En febrero abdicaba Amadeo de Saboya. Con su renuncia al trono se frustraba el intento de Prim de entronizar una nueva dinastía que encarnase los valores de la Revolución de 1868, que destronó a Isabel II. El atentado que sufrió el general en la calle del Turco causó su muerte en vísperas de la llegada de Amadeo. Su muerte privó al nuevo monarca de su principal apoyo. Pocas horas después de ser efectiva la abdicación, se proclamaba la república como salida política a la situación creada, pese a que los republicanos no contaban más allá del veinte por ciento de los escaños en el Congreso de los Diputados. Así nacía la Primera República, cuya efímera vida sería de once meses mal contados. Estuvo marcada por tal inestabilidad que se sucederían, en tan corto espacio de tiempo, cuatro presidentes de gobierno: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar.

En las páginas de El año de la República el lector conocerá, de la mano de Fernando Besora, ahora director de La Iberia —en la novela Sangre en la calle del Turco era un meritorio que buscaba hacerse un sitio en el periódico—, los entresijos de unos meses apasionantes y llenos de incertidumbres. Eran consecuencia de los graves enfrentamientos entre las distintas familias del republicanismo y de los graves conflictos bélicos que sacudían España. Había guerra en Cuba desde 1868 —la conocida después como la Guerra Larga— y los carlistas, por tercera vez, se habían echado al monte en 1872. A esas dos guerras vino a sumarse, aquel verano, el conocido como movimiento cantonal a partir de la idea de proclamar la república federal de abajo arriba, contra el criterio de Pi y Margall que sostenía que había de organizarse de arriba abajo, una vez aprobada la nueva constitución. El cantonalismo, con epicentro en Cartagena, brotó en muchos otros lugares dando lugar a una guerra que, en el caso cartagenero, se prolongaría más allá de la existencia de la república.

Asistiremos a las apasionantes sesiones del Congreso de los Diputados, a veces rodeado por los más radicales como forma de presión, donde brillaban oradores como Salmerón o Castelar y cuyas afirmaciones podrían ser válidas para situaciones que vivimos en nuestro tiempo. En la novela son comentadas, desde la tribuna de prensa, por Besora, por algunos de los periodistas de La Iberia, por Galdós, que dirigía por entonces la Revista de España o por Fernánflor, todo un referente de aquel periodismo a quien con el tiempo se dedicaría una calle en la zona.

En El año de la República se recogen sabrosas anécdotas, algunas tan extravagantes que pueden hacer pensar que forman parte de la ficción que acompaña a toda novela, pero que se vivieron en aquella España, convulsa donde eran frecuentes las tertulias en los cafés. En ellas se hablaba de política, de literatura o de aspectos de la vida cotidiana. A una de esas tertulias, la que se celebraba en el café Suizo, acudirá Besora y también Galdós, que aquel año daría a la estampa nada menos que sus cuatro primeros Episodios Nacionales. También don Juan Valera, que andaba escribiendo su Pepita Jiménez, que llegaría a manos de los lectores al año siguiente, el pintor Casado del Alisal que echaría a andar la Academia Española de Roma, José Zorrilla, cuyo don Juan Tenorio era de obligada representación por el día de los Difuntos, Miguel Morayta, catedrático de Historia y republicano, vinculado a Castelar, así como algún otro personaje de la vida cultural y política del momento, como Cánovas del Castillo.

El lector de El año de la República encontrará aspectos de la vida cotidiana de un tiempo en que el ferrocarril sustituía a las diligencias y los tranvías eran tirados por mulas. Conocerá la vida en los balnearios, puestos de moda entre las clases de mayor poder económico, los duelos o las corridas de toros, una de las grandes pasiones de la época. También las celebraciones religiosas de entonces y las protestas callejeras de contenido político o social.

Los acontecimientos históricos acaecidos hasta el golpe de Estado de Pavía, tras perder Castelar una moción de confianza en la madrugada del 3 de enero de 1874, se entremezclan con una intrigante trama que arranca con la desaparición de unos valiosos libros de la Biblioteca Nacional. Ello nos ha permitido situar al lector en un mundo donde el desaforado amor por los libros, vivido con pasión por libreros y bibliófilos, dio lugar a que hubiera quien estaba dispuesto a cometer graves delitos por hacerse con ejemplares anhelados, lo que provocará situaciones comprometidas y peligrosas.

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