Entra vestida de negro al Café Gijón, el más literario de Madrid. Se sienta a la mesa Lydia Cacho, la periodista, la escritora mexicana que, desde que era niña, lucha por la libertad de las mujeres y que desde hace años lucha por su propia libertad, pues poderosos bandidos mexicanos la persiguen a muerte por sacar esa bandera igualitaria que exhibe en reportajes y en libros. Y ahora es una exiliada en España, que tanto exiliado envió a México tras la Guerra Civil. Ese retrato de perseguida no le ha ensombrecido el rostro de niña de 59 años que, en un libro singular, Cartas de amor y rebeldía (Debate), acaba de compilar la correspondencia y otros documentos que, desde que era una adolescente de doce años, compartía con padres, amigos, amantes, compañeros. La mayor parte de esas cartas fueron escritas a mano, y todas ellas tienen el amor, la tristeza o la lucha como materia, así como las raíces de la persecución que ahora la hace clandestina en Madrid. De ella dijo el New York Times: “Es la rockstar del periodismo mexicano”. Cuando se sienta a responder es Lydia Cacho, aquella muchacha.

P. ¿Qué le ha asustado más de lo que se cuenta aquí?

R. Exhibir el amor hacia mi familia. Porque yo siempre temo por mi familia.

P. En el primer documento cuenta que un primo la asalta en la cama, usted tiene doce años… Y luego siempre hubo alguien que quiso asaltar su libertad.

R. El problema no es sólo mío. Cada 15 segundos, según la ONU, una mujer sufre este tipo de cosas. Eso significa que no soy excepcional, es sólo que yo sí lo cuento.

P. Pero aquella escena, en concreto, ¿le marcó la vida?

R. En el mejor de los sentidos porque…. Que él se haya metido en la cama no tiene nada que ver con la forma en la que valoraríamos un acto así ahora. Sentí que era una traición, porque además de mi primo lo consideraba mi amigo. Jugábamos desde chiquitos. Fue algo incómodo porque yo nunca había tenido cerca de un niño con un pene erecto. Y se metió en mi espacio vital. Y me marcó la vida porque, cuando llamé a mi mamá, ella respondió, me escuchó y me creyó. Porque a la mayoría de los niños que pasan por esto no les creen los adultos o lo minimizan, como lo hizo mi tía, la madre de mi primo.

P. En otros episodios hubo hombres que intentaban que usted no fuera la que quería ser. Como que la vigilaban.

R. No sé si estaba vigilada. Lo que sí sé es que eso nos sucede a millones de mujeres. En el momento en que decidimos lanzarnos a tener una carrera, hay parejas que no lo soportan. Si yo fuese hombre, eso no me habría pasado. Pero soy mujer. Y, de nuevo, les pasa a muchas. Pero no se atreven a contarlo.

P. ¿Y usted por qué sí se ha atrevido?

R. Es que hay una historia detrás. Hace unos años, varios periodistas mexicanos logramos denunciar al gobernador de Quintana Roo, Roberto Borge, por actos de corrupción, amenazas, tentativa de homicidio de un periodista… y lo que él hizo fue tratar de desacreditar a todos los reporteros. Pero conmigo no pudo. Incluso mandó inventar una biografía mía, eh. Inventó que en toda mi juventud yo me fui a Cancún y que hacía trencitas en la playa, que yo no había ido a la escuela, que me prostituía, que había encontrado hombres que escribían mis libros… todo contado con una imaginación bastante precaria. Ponía los nombres de hombres con los que decía que yo había tenido sexo, varios políticos entre ellos, cosa que no era verdad. Y eso se quedó ahí y mis colegas periodistas no se hicieron eco, porque sabían que sólo eran chismes para perjudicarme. Pero luego yo me cansé, sabía que tenía que huir porque, dije, ya me van a matar. Pero también pensé: ¿son ellos quienes van a contar mi historia? Mi editor me dijo que escribiera mi autobiografía, pero rehusé y luego empecé a recuperar cosas de mi casa y las revisé y dije: voy a escribir sobre esta especie de arqueología periodística.

P. Es un milagro que haya conservado tantas cosas.

R. Claro. Además, hay algo muy lindo: cuando yo les escribía a mis amistades, les parecía curioso que yo les mandara cartas. Y yo guardaba todas las cartas. Mis abuelos también guardaban cartas. Y a mis amigos les dije: oigan, si tienen cartas que yo les mandé, dénmelas por favor. Les pedí permiso. La gran mayoría me dijeron que sí. Mi padre lo dudó un poco, pero al final aceptó.

P. ¿Qué significó tanto acoso para usted?

R. Yo no lo vivía con angustia. Era una molestia, una incomodidad, y yo seguía adelante. Con el tiempo revaloras las cosas de una manera distinta y entonces reflexionas. Yo me concentraba en mi trabajo, que me gustaba mucho. Mis compañeros me molestaban porque decían que yo era muy feminista y que los hombres eran como el PRI, que nunca iban a soltar el poder. No todos los hombres, pero la mayoría eran así.

P. ¿En qué medida sus cartas explican México?

R. Pues mucha gente que ya ha leído el libro, me dice: ¡es que estás narrando mi niñez y la forma en que veíamos muchas cosas! Entonces… creo que es espejo de muchas vidas. De México y del mundo.

P. ¿Qué fue lo que le hizo tan obstinada?

R. Yo creo que nací así. Desde pequeña era muy obstinada, necia, con una personalidad obsesivo-compulsiva que he intentado domar, pero no he podido. Pero eso me ha servido mucho en mi trabajo. En cambio, en mi vida personal, pues… no. Mi padre quería que hiciera cosas parecidas a las de él, quería que yo fuera ingeniera para luego quedarme con su empresa. Cuando le dije que lo que me gustaban eran las Humanidades… no le gustó. Y empezamos a tener una relación muy tirante. Hoy ya no, hoy ya hablo con él y nos reímos mucho.

"Cuando escribí sobre violencia intrafamiliar, un abogado llegó a la redacción con una pistola y me amenazó. Ahí me di cuenta de que era riesgoso decir la verdad"

P. ¿Cuándo empezó a estar en riesgo como periodista?

R. ¿Físicamente? En 1994, cuando fui a Ciudad Juárez a hacer un reportaje sobre los feminicidios. Pero tal vez antes, cuando escribí sobre violencia intrafamiliar, un abogado llegó a la redacción con una pistola y me amenazó. Ahí me di cuenta de que era riesgoso decir la verdad. Yo sabía que los hechos eran reales, que yo había contado la verdad, pero por otro lado supe que tenía que tener más cuidado.

P. ¿Qué denuncia le ha salido más cara?

R. La decisión de contar la historia que después se convirtió en mi libro Los demonios del edén. Tenía un programa de televisión e invité a una abogada y a un psicólogo para analizar el caso de pornografía infantil, y al leer el guion me di cuenta de que esto iba a estar fuerte. Y, sí, ahí vinieron las primeras amenazas. Cuando publiqué el libro ya tenía amenazas, pero aun así publiqué.

P. Eso es algo común en el periodismo de su país: denunciar y recibir amenazas.

R. Sí. Hoy el periodismo de mi país está herido de muerte. Por el agotamiento, por los asesinatos de periodistas, por los desplazamientos, por los exilios. Y, en este momento, desde la presidencia de la República hay un ataque frontal al periodismo, de descrédito a todos los periodistas. Y eso hace que los periodistas estén más en riesgo, porque los que deberían protegerte son los que te atacan…. En México en lugar de destripar y de criticar la violencia, lo único que se ha hecho es reivindicarla. En la literatura, en la música, en el cine… Entonces, glorificar eso ha hecho que, al mismo tiempo, también se glorifique la impunidad. Y eso hace muy difícil que se acabe la violencia.

"Veo que los españoles se empeñan en ser europeos, tal vez porque si no fueran europeos serían casi latinoamericanos y eso les parece algo indigno"

P. ¿Cómo se siente en este exilio?

R. Estoy aprendiendo a vivir en España. A ver su vida cotidiana, a ver las debilidades de esta democracia, a ver cómo lo niegan los españoles y a ver que no saben qué hacer con su pasado. Porque todavía hay gente por ahí en las cunetas y no se atreven plenamente a resarcir todo eso. Veo que se empeñan en ser europeos, tal vez porque si no fueran europeos serían casi latinoamericanos y eso les parece algo indigno.

P. ¿Y tiene miedo?

R. Eso lo estaba hablando ayer con mi terapeuta. Yo creo que el miedo habita en mí pero ya no me inquieta. Como que he aprendido a sobrellevarlo y a seguir adelante a pesar de todo.