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La competición de la Mostra

Venecia da inicio a los Oscar con las ampulosidades de Todd Field y Alejandro González Iñárritu

El actor y también director estadounidense presenta 'Tár', sobre la cultura de la cancelación, y el cineasta mexicano estrena 'Bardo', sobre... sí mismo

Cate Blanchett atiende a los fans en la presentación de ’Tár’, en Venecia, este jueves. CLAUDIO ONORATI

La nada prolífica carrera como director del también actor Todd Field tiene un asunto transversal: los abusos consustanciales a las relaciones de poder, ya sea en el seno del matrimonio -habló de ello en ‘En la habitación’ (2001)-, en un vecindario repleto de niños indefensos -en ‘Juegos secretos’ (2006)- o, en el caso de la ficción con la que este año compite por el León de Oro, ‘Tár’, en el elitista mundo de la música clásica.

Entre las tres películas, esta última es de largo la más ambiciosa y conectada con el ‘zeitgeist’, y eso bastará para que oigamos hablar mucho de ella en los próximos meses pese a que la magnitud de sus logros no le llega a la altura del betún a la de sus pretensiones. Su protagonista es una directora de orquesta o, más exactamente, la mejor directora de orquesta viva del mundo. Pese a que desde el principio queda claro que la mujer es una narcisista autoritaria para quien toda relación personal es una forma de transacción, los aspectos más oscuros de su personalidad se toman su tiempo de metraje en ver la luz.

Simplista

Dicho de otro modo, ‘Tár’ ilustra este presente nuestro en el que aquellas figuras públicas con comportamientos inadmisibles son canceladas, y lo hace retratando a una que es femenina y homosexual; su premisa, por tanto, es particularmente intrigante. Y, en buena medida por eso, se muestra absolutamente convencida de su propia importancia, a través tanto de sus dimensiones -160 minutos- como de su afectada puesta en escena o sus pesados simbolismos. El problema es que, hablando de cosas inadmisibles, ninguna película tan simplista y manipuladora debería permitirse tamañas ínfulas. Field no solo no se molesta en aportar nada al interesante debate sobre los excesos de la cultura ‘woke’, sino que además priva a su protagonista de toda complejidad para así poder castigarla sin reparos. Por fortuna para el personaje, lo interpreta Cate Blanchett. Que le vayan dando el Oscar ya, y así mucha gente se ahorrará pérdidas de tiempo. 

Pobre Fellini 

Además de su participación en la lucha por el León de Oro, la nueva película de Alejandro González Iñárritu comparte con ‘Tár’ dos cosas más. 1: acumulará nominaciones a premios porque, 2, ha sido cuidadosamente diseñada para ello. Su gran referente es ‘8 1/2’ (1963), la obra maestra de Federico Fellini, aunque si el maestro italiano regresara de la tumba para verla, casi seguro que se moriría inmediatamente de nuevo al ver los monstruos que su influencia ha creado.

Aunque se dedica a hacer documentales en lugar de películas de ficción, el protagonista de ‘Bardo’ es un ‘alter ego’ perfecto de su director; no hay más que cotejar las circunstancias personales y las opiniones de ambos para confirmarlo. Mientras contempla al personaje atravesar algo parecido a una crisis de identidad, González Iñárritu aprovecha para reflexionar sobre su propia vida familiar -en especial sobre la muerte de su hijo Mateo solo unos días después de nacer- y su postura respecto a un millar de cosas -su país natal, su condición de inmigrante en Estados Unidos, sus críticos, las diferencias de clase, la profesión periodística, Hernán Cortés- y, de paso, para ofrecer un curso acelerado sobre la historia de México.

Autoindulgencia

‘Bardo’, pues, ha sido concebida como la obra magna del autor de películas tan encantadas de conocerse como ‘Amores perros’, ‘Biutiful’ y ‘El renacido’; no contiene ni una sola escena ni un plano -y en tres horas de metraje caben muchos- que no intente apabullarnos a base de trucos visuales, ocurrencias de puesta en escena, imponentes coreografías, diálogos imposiblemente locuaces, interludios oníricos o surrealistas y demás exhibiciones de músculo cinematográfico; y, dicho sea de paso, no se corta un pelo a la hora de retratar a su protagonista como víctima de un mundo ingrato que no reconoce su genio ni lo merece. González Iñárritu ha hecho una película que retrata su vida de la forma más espectacular y autoindulgente posible; la ha usado para mirarse al espejo no en busca de arrugas o moratones, sino para ensayar su mejor pose.

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