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Arte&letras | Clásicos contemoporáneos

Valle-Inclán, genio y figura

Valle-Inclán, manco como Cervantes.

«En España el mérito no se premia, se premia al ladrón y al sinvergüenza. El talento es un delito y se desprecian la inteligencia y el trabajo. La gran miseria moral del pueblo español está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y de la muerte. La Vida es un magro puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes; el Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones; el Cielo, una kermés sin obscenidades, a donde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María. La religión de este pueblo miserable es una chochez de viejas que transforma todos los grandes conceptos en un cuento de costureras y beatas». Max Estrella, en Luces de bohemia. Valle-Inclán.

Como lo describe Umbral, rendido admirador del personaje y de su obra, don Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) se nos ofrece en la fotografía como un dandi de vuelta de todo y venido a menos, barba que uno no sabe si es de chivo, de bohemio o de profeta y botines blancos de piqué. La foto es de estudio, hecha para la posteridad con mensaje cifrado. Valle nos presenta con intención su lado malo, el de la manga huérfana del brazo que perdió en una trifulca de café con Manuel Bueno, un periodista malnacido que le arreó un estacazo con su bastón que, ¡vaya por Dios!, era de hierro. El golpe da en gangrena y Valle pierde el brazo. Pero lejos de arrugarse, Valle tiene ingenio y lo aprovecha. Nos lo expone. Tal vez piensa que los mancos, si lo son de la siniestra como lo era el mismísimo Cervantes, al concentrar su hacer en la mano que les queda, escriben mucho mejor que el ambidiestro plumífero de turno. Aunque no es lo mismo, claro está, perder el brazo como don Miguel contra los turcos -¡Lepanto era Lepanto!-, que en una riña de café. Tanto da. Don Ramón apoya la diestra sobre un libro, como si jurara sobre la Biblia que sus relatorías son y serán siempre verdaderas. Toda su vida lo resume el gesto. Valle sabe que le salva la escritura. También nosotros lo sabemos. Valle es uno de los grandes. Umbral exagera, pero esto es lo que suelta: «Considero a Valle el mejor escritor de todos los tiempos». Queda dicho. Hoy, sin embargo, Valle duerme en las bibliotecas. En tres grandes librerías de Barcelona, me enseñan de Valle ‘Luces de Bohemia’, ‘Tirano Banderas’ y sanseacabó. El librero me dice que a Valle sólo se asoma gente de teatro y algún estudiante. Y que no lo entiende. Yo tampoco. Porque Valle es mucho Valle. Inclasificable o definible, en todo caso, por mera acumulación. Es acre, sarcástico, irónico, burlón, cruel, cínico, comediante, bohemio, provocador y excesivo siempre.

Y en lo político, donde mete la nariz, Valle empieza carlista conservador, estético y modernista, para acabar de revolucionario wagneriano, anarquista y alborotador de barricadas, enarbolando banderas de Bakunin en un Madrid en el que baja a los infiernos, en el que quiere fusilar a los Quintero y guillotinar a los malos en la Puerta del Sol. Nadie cuenta el siglo XIX como él. En ‘El Ruedo Ibérico’, -para muchos la mejor novela después de ‘El Quijote’-, Valle deja a España con sus vergüenzas al aire. Y a caer de un burro a sus mandarines. Es látigo de tiranos, castigo de liberales, fiscal de republicanos, debelador de caudillos y espanto de dictadores. El gobierno es una cueva de fulleros y ladrones que sin disimulos se apuntan al latrocinio, el trinque y el sablazo. No se salva ni Isabel II, fornicadora impenitente. Tampoco la esposa de Alfonso XII que en su lecho de muerte le advierte dolido: «Cristinita, de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas. ¡Guarda el coño, Cristinita!».Y es que don Ramón ve aquellos años como pavana de sexo, avilantez y sangre. Para él, las tres bestias negras de la historia de España son la Iglesia, la aristocracia y el ejército.

Dejando politiqueos y entrándonos en harina, alguien investiga el estilo de Valle para nada. Porque tiene muchos. Según le viene en gana, es expresionista, impresionista, barroco, cubista, castizo, arcaizante, cultista, callejero y qué sé yo. Va en forma y contenidos, eso sí lo sabemos, del Modernismo al 98. Por cierto, se queja de que elogian su estilo para ocultar su pensamiento. Un aspecto que admiro en Valle –en las antípodas de Proust- es que tiene mucha calle. Decía que «para escribir, hay que vivir». Con una vida de novela, novela su vida que es muy corrida y viajada. Ama la bohemia, habita buhardillas de catre, mesa de pino, clavo en la pared para el gabán y muchos libros. Le acusan de masónico y rojo, pero es sólo anticlerical y ateo a rabiar. Seguidor de Nietzsche y el Decadentismo, se interesa literariamente por el tremendismo, lo satánico, los aquelarres y la Santa Compaña. Aficionado a las camareras, fuma hachís, la ‘maría’ de hoy que dice «es un estimulante». Le va lo alucinatorio que da en un alto lirismo: «en la pipa el humo da su grito azul». Tiene, incluso, un poema dedicado al cloroformo. Una de sus novelas es ‘La pipa de kif’. Sabemos que, alborotador y ‘colocado’, pasa alguna noche en calabozo. Valle es siempre desconcertante y subversivo. Uno de sus primeros textos, ‘Corte de amor’, subtitulado ‘Florilegio de nobles y honestas damas’ es en realidad la historia de cinco putas. Cosas de Valle.

Y tiene, eso no lo discute nadie, un dominio total del lenguaje, inventa neologismos y escribe ‘valleinclanesco’, que es todo un idioma. Véase una frase que cojo al vuelo: «No más cargando los restos de mi chamaco que devoraron los chancos, gané en los albures para feriar guaco, tiré a un gachupín la mangana y escapé ileso de la balasera de los gendarmes». Uno de sus inventos es el ‘esperpento’, deformar la realidad para mostrar su verdadera esencia, absurda, ridícula y grotesca. Y trabaja, por supuesto, todos los géneros literarios. Extraordinario cuentista en ‘Jardín umbrío’, poeta excepcional en ‘La pipa de kif’, dramaturgo excepcional con ‘Retablo de avaricia’, ácido articulista en ‘Café con gotas’, magnífico cronista en ‘La medianoche’, místico en ‘La lámpara maravillosa’ y novelista inmenso en ‘Tirano Banderas’ que inaugura un género, ‘la novela del dictador’ que luego explotan Ayala, Asturias, Carpentier, Roa Bastos, Vargas Llosa y García Márquez. Y un último apunte es su juego con lo sagrado, estético y blasfematorio. Basta acudir a ‘Flor de Santidad’ donde encontramos una forma de literario satanismo. Por cierto, Valle dejó escrito que en su entierro no hubiera cura discreto, fraile humilde ni jesuita sabiondo. Y así se hizo. Genio y figura.

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