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Arte&letras

Una revelación llamada Paulina Flores

Paulina Flores. Joan Mateu

¿Qué tienen en común un maduro hombre blanco que malvive como electricista, la hija de este, una urbanita en crisis sentimental, y un marinero coreano que ha huido de la semiesclavitud de un barco pesquero donde regían condiciones infrahumanas? Pues que todos han salido de la cabeza de Paulina Flores (Santiago de Chile, 1988) para poblar su esperada primera novela, Isla Decepción (Seix Barral). Lo que ya resultaría más difícil de establecer es qué narices une a esta escritora, una de las más celebradas de la cosecha Granta de 2020, los mejores autores en castellano de menos de 35 años, con esas tres criaturas solitarias. Nada sabía Flores de los pescadores asiáticos en los confines del mundo, allá en el estrecho de Magallanes, frontera de los hielos de la Antártida, pero cayó en sus manos un reportaje sobre las condiciones laborales de aquellos trabajadores marítimos y pensó que, con aquello, tan alejado de sí misma, una periodista rebelde, pero en el fondo burguesa, podía armar su primera novela.

Tiene la autora –que reside en Barcelona por motivos académicos– un discurso intenso y chispeante, cargado de acelerada pasión y autoironía. Para ella Isla Decepción supone afinar el trabajo novelístico jamás abordado hasta el momento, después de que, primeriza, los focos la iluminaran con Qué vergüenza, una colección de relatos en los que vertió todo lo que le enseñaron los maestros del cuento norteamericano, tan amantes de la trama, y que le valió el prestigioso Premio Roberto Bolaño. Así que sí, Flores sintió el peso de la atención afilada y las expectativas despertadas con esta novela. «Tenía que ir con cuidado, y más con un título tan sensible como este, no vaya a ser que se cumpla».

Si bien es consciente la autora de que Corea del Sur, el país de su personaje más explotado, no es en estos momentos el mejor ejemplo de sociedad tercermundista, necesitaba profesionalizar unas obsesiones que le vienen de lejos. De cuando, en un cine de Santiago, vio Sympathy for Mr. Vengeance, de Park Chan-wook. «Me voló la cabeza, guau, estuve al borde del ataque de pánico». Fue la puerta de entrada a la cultura asiática y el inicio de la construcción de una muy personal teoría, según la cual Chile y Corea del Sur son países hermanos. «En los 90 e impulsados por EE UU ambos países se lanzaron a un experimento neoliberal, que en Chile se frenó porque fue evidente el apoyo americano a la violación de los derechos humanos y a que, en realidad, en el país no había riquezas que explotar. Además, coreanos y chilenos somos igual de alcohólicos». Así la obsesión se hizo novela después de que se la invitara a presentar la traducción al chino de su primer libro en Shanghái, lo que le permitió dar el salto al país de sus desvelos y empaparse de su cotidianidad. «Quería oír cómo hablan, ver cómo se viste o cómo se mueven, pero no me he atrevido a meterme en la piel de un coreano. Yo quería ser coreana, pero no pudo ser».

Quizá sea así, pero Flores ha sabido trasvasar a la perfección en Isla Decepción esa violencia seca y sin paliativos que habita en el cine coreano, añadiéndole además su propio toque poético. En esto de la documentación es de la vieja escuela. Como Vargas Llosa bajando por el Congo, ella también se obligó a viajar a Punta Arenas, la ciudad más austral del país. Un lugar tan alejado del mundo, donde siempre empuja el viento y en el que sus habitantes se han acostumbrado a caminar agarrados a una cuerda para no salir volando. «Quería una sensibilidad de frontera, alejada de una normalidad burguesa, y profundizar en cómo esos hombres y mujeres se han acostumbrado a una vida tan radical. Hablar con ellos».

Y es que Flores no puede evitar que se trasluzca su formación periodística: «Durante años hice un reportaje diario en un periódico de Chile en el que tenía que entrevistar a cualquier persona que me encontrara por la calle. De jovencita no me interesaba la gente, pero ese trabajo me abrió al mundo. En ese espacio de desconocimiento entre tú y otras personas pueden pasar cosas muy lindas». La novela se alimenta precisamente del choque de soledades de ese trío de personajes.

Estallido social

Cuando se produjo el estallido social en las calles de Santiago y otras ciudades chilenas, Isla Decepción estaba ya escrita, pero Flores admite que el descontento anterior se filtró en la escritura al hilo de la muerte, en 2018, del líder mapuche Camilo Catrillanca, a quien la policía local endosó una bala por la espalda. «No quería hablar solo de una violencia exótica. No quería asombrarme de lo terrible que puede ser el mundo y luego no ver lo que ocurre en tu propio país. Por eso necesitaba hablar del nivel de crueldad al que están sometidos los mapuches».

Por ese compromiso directo con la realidad podría decirse que su mirada se aleja un poco de la atmósfera de extrañeza de autoras tan señaladas como Mónica Ojeda, Mariana Enríquez o Samanta Schweblin, pero ella no está del todo de acuerdo: «Yo soy una escritora realista, por supuesto, pero la realidad no es exactamente como nos creemos. Siempre funciona en un presente de extrañezas y atmósferas. Y no quisiera ponerme mística, pero creo que aunque retrates lo que se puede ver, siempre hay un momento en que te trasladas a la otra orilla, porque está ahí, como un susurro imperceptible».

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