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Arte&letras

La maratón de Ulises

En el centenario de la obra de James Joyce

James Joyce. Por Miguel Ángel González

La mejor manera de leer ‘Ulises’ sería zambullirnos directamente en sus páginas, dejándose llevar por el poderío musical y ambiental de su palabra, y encomendando confiadamente sus oscuridades a la esperanza de una gradual familiarización con la obra. (J. Mª Valverde, en su prólogo a 'Ulises'').

Al hablar aquí de clásicos contemporáneos, leer completa la desmesurada y caótica novela de James Joyce, ‘Ulises’, era un reto aplazado que debía abordar. Sé que hay quien califica la obra de mamarrachada y tomadura de pelo, pero son mayoría los críticos y escritores que la consideran un texto impar y crucial que ha dado un vuelco total a la literatura anterior. En cualquier caso, no puedo minimizar la dificultad de su lectura. El 21 de septiembre de 1920, Joyce, pedante elefantino, escribe a su amigo Carlo Linati lo que sigue: «En vista del enorme volumen y de la más que enorme complejidad de mi maldita novela-monstruo, es mejor mandaros para uso doméstico una especie de resumen y clave para su lectura. Con alguna reserva. Porque si lo revelara todo, el lector perdería lo que por sí mismo debería descubrir. He metido en ‘Ulises’ tantos enigmas y rompecabezas que tendrá atareados a los estudiosos durante siglos, discutiendo sobre lo que quise decir. Es el único modo de asegurarme la inmortalidad».

En mi temerario atrevimiento de hincarle el diente a ‘Ulises’, he tenido la ayuda -que me faltó en anteriores intentos- de la extraordinaria traducción que hizo para Random House José María Valverde, poeta, filósofo y crítico literario, con un prólogo que deja impagables señales de pista y un breve resumen de cada capítulo para que el lector no se pierda en el laberinto joyciano. Dicho esto, permitan una confidencia sobre mi lectura. Con la peregrina idea de abordar ‘Ulises’ con ganas y un plus un tanto loco, me dije que si las mil páginas sólo recogen 24 horas de la vida de sus protagonistas, Dedalus y Bloom en Dublín, desde las 8 de la mañana del jueves 16 de julio de 1904 hasta la 2 de la madrugada siguiente, yo tendría la humorada de hacer la maratón de ‘Ulises’, es decir, de recorrer sus mil páginas, también, en 24 horas. Y al tercer intento, esta vez, he llegado al final.

No lo comento porque vea en ello mérito alguno, ha sido mera cabezonada. Lo digo porque ahora sé que su lectura no se puede aparcar y hay que hacerla a buen ritmo. La morosidad proustiana aquí no cabe. Si se lee despacio, es fácil que al primer escollo, –los hay a cientos-, el lector tire la toalla; y perder el hilo con una lectura intermitente tampoco funciona. También he comprobado que ayuda tener en cuenta algunas premisas. Una de ellas es saber que en ‘Ulises’, más que el contenido, importa la forma, la composición y el lenguaje. El argumento es una perogrullada, rabiosamente cotidiano si salvamos alguna boutade y casi vulgar. Aunque también es, en vis tragicómica, una bufonada cruel y transcendental. La clave de bóveda está, creo yo, en la alambicada estructura de la novela y en el sofisticado uso de las palabras, símbolos y metáforas. Fiel, en todo caso, a los parámetros que inspiran la obra.

Revolcón estético

Porque ‘Ulises ‘sería impensable sin las aportaciones de Freud sobre el subconsciente -que engloba todos los procesos mentales que están por debajo del umbral de la conciencia, detrás de todo lo que hacemos, decimos y deseamos-, y sin la teoría de la relatividad, que subraya la importancia de la perspectiva que modifica la percepción espacio-temporal. Antes de Einstein, la literatura, con influencia newtoniana, seguía el lineal y sereno ‘continuo’ que todavía encontramos en ‘La busca del tiempo perdido’ de Proust, una estética tradicional a la que Joyce le da un revolcón. En ‘Ulises’ el tiempo es einsteniano y freudiano, fluye con meandros, se retuerce, retrocede y se proyecta. Es un tiempo subjetivo, relativo. A partir de Ulises, la literatura ya puede jugar con el tiempo. No conviene olvidar que Joyce y Einstein coincidieron en Zurich y compartieron horas y conversaciones en el antiguo café Odeón, que todavía existe. La estrategia de Joyce ya se insinúa en Huxley, que sólo seis años después de la publicación del ‘Ulises’ de Joyce en 1922, publica en 1928 ‘Contrapunto’, novela en la que, como en la obra del irlandés, todo pasa en el tiempo encogido de una velada que se dilata, y que en virtud de su estructura asimismo perspectivista, de su cruce de historias, tiempos y espacios, en su forma fugada, alcanza una entidad narrativa y temática casi inabarcable.

Si tratamos de analizar lo que, en un día cualquiera, usted o yo, pensamos, sentimos, queremos, oímos, decimos, etc., -desde que nos despertamos en el duermevela matinal hasta que por la noche nos abandonamos al sueño-, y tratamos luego de recoger todo lo pensado y vivido por escrito, comprobamos que el relato resulta aparentemente caótico y laberíntico. La razón es simple. En una misma jornada, en una misma hora, lo mezclamos todo. Nuestra percepción es un batiburrillo de pulsiones variopintas que coinciden, se siguen, alternan y sobreponen. Nuestra mente salta de una cosa a otra y amalgama recuerdos, proyectos, impresiones visuales, querencias, lo que decimos, lo que oímos, sensaciones táctiles, etc. Y todo se da en instantes o secuencias brevísimas que, a pesar de su confuso chorreo, integramos sin ningún problema.

Pues bien, ese conglomerado perceptivo, mental y sensitivo, que vivimos a diario, es el que Joyce recoge tal como lo siente y vive en unas horas. A usted y a mí no nos sorprende experimentarlo, es algo que hacemos constantemente mezclando consciente y subconsciente, pero nos desconcierta descubrirlo en la escritura que estábamos acostumbrados a que en sus exposiciones fuera lineal, hilada con orden y concierto, no con el desorden que, sin embargo, es el que se da en la realidad. Yo diría que Joyce hace en la novela lo que otras artes han hecho en sus respectivos campos, abstracción, expresionismo, cubismo, surrealismo, constructivismo, fauvismo, futurismo, dadaísmo, etc. Sin ir más lejos, en Ibiza y con referencia a un espacio y un tiempo concretos, en esta línea de escritura que comentamos, tenemos una buena aproximación en el relato que Hausmann hace en ‘HYLE’. Si tras la lectura de ‘Ulises’ hemos aprendido a reírnos un poco del mundo y de nosotros mismos, no habremos perdido el tiempo.

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