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Arte&letras

El donjuán más esteta en las ‘Sonatas’ de Valle-Inclán

Con la sabia dirección de Luis Alberto de Cuenca, Reino de Cordelia actualiza las Sonatas de Valle-Inclán y nos devuelve a un Marqués de Bradomín, quizá incorrecto en estos tiempos de feminismo, pero de trascendencia inmortal

El donjuán más esteta en las ‘Sonatas’ de Valle-Inclán Francisco Millet Alcoba

El mito de don Juan, su presencia permanente en la literatura europea, la maldición del donjuanismo y su figura iconoclasta alcanzan en Valle-Inclán y en sus ‘Sonatas’ una plástica magistral y soberbia. Siempre es necesario volver a esa prosa convertida en orfebrería del lenguaje, a la belleza de sus descripciones voluptuosas y cargadas de imágenes, a la sensualidad de sus metáforas que conmocionan al leerlas.

En estos tiempos en que la mujer defiende su protagonismo y su papel de igual a igual, las historias amorosas del protagonista de las Sonatas, el Marqués de Bradomín, su concepción donjuanesca del amor, pueden resultar a contra corriente y Valle-Inclán un escritor fuera de lo políticamente correcto.

No hay tal. El genio de Valle Inclán, su trascendencia literaria es tan elevada e inalcanzable a disputas menores. Esto es lo que lleva a la editorial Reino de Cordelia a poner en las librerías una nueva edición de las ‘Sonatas’, con una edición esclarecedora que firma Luis Alberto de Cuenca y unas ilustraciones a cargo del maestro Manuel Alcorlo.

Valle-Inclán reviste las aventuras amorosas del Marqués de Bradomín de un donjuanismo ilustrado, esteta y apropiado a sus conquistas. Aunque «feo, católico y sentimental», como lo describe el propio Valle, fue guardia noble del Papa en Italia, capitán de lanceros en Navarra en las guerras carlistas, al servicio del aspirante Carlos VII, conquistador en México, peregrino en Galicia y conquistador de mujeres en todas partes. Bradomín no es ese don Juan canalla del Tenorio, que asalta conventos o liquida a espada a un contrincante, pero tampoco desprecia ningún posible bocado y por ello no deja de pasar la oportunidad de seducir a una joven que va a tomar los hábitos de monja, como María del Rosario, la mayor de las cinco hijas de la princesa Gaetani, en la ‘Sonata de Primavera’, o tener amores escondidos con la esposa de un camarada de armas, la María Antonieta, condesa de Volfani, en la ‘Sonata de Invierno’, o aquellos otros, más abiertos y jugosos que vivió en México con la hermosa y galante Niña Chole, una patricia criolla de belleza sin par y esposa de un hacendado despótico y cruel. Fueron estos los amores mas gozados por el marqués, en los que más se recrea Valle-Inclán, desde aquella primera noche celebrada «con siete copiosos sacrificios que ofrecimos a los dioses como el triunfo de la vida».

En la ‘Sonata de Otoño’, un marqués ya asentado en la madurez, acude presuroso a la llamada deseosa de Concha, uno de sus ardientes amores de antaño, que se moría en su viejo palacio de Brandeso. Bradomín consuela sus últimos días volviendo a ofrecer sus mejores deleites en la cama de la amante.

En la ‘Sonata de Invierno’, un Marqués de Bradomín ya viejo recuerda que ha visto morir a todas las mujeres por quienes en otro tiempo suspiró de amor y cómo después de haber despertado amores muy grandes , vive en la más triste y adusta «soledad del alma».

Luis Alberto de Cuenca señala en su edición que «Las ‘Sonatas’ de Valle-Inclán son la mejor, y acaso la única, muestra de literatura plena y profundamente decadente de las letras hispanas. Atrevidas y audaces, nos hacen discurrir por un universo trazado a la medida de un personaje, el Marqués de Bradomín, que ignora, a lo Nietzsche, todo lo que no sea emanación directa de su propio yo, bordeando una genial psicopatía, a lo Edgar Allan Poe».

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