La portentosa garganta de William Bruce Rose Jr., bautizado para la posteridad como Axl Rose, ha sonado esta noche, 30 años después, en el estadio Benito Villamarín de Sevilla, donde el cantante de Guns N’ Roses se esperaría de todo, menos ver a su fans con la camiseta del grupo y bufandas del Real Betis.

Para muchos admiradores de la banda formada en Los Ángeles en 1985 ha sido complicado hoy separar sus dos religiones, la musical y la deportiva, la que tantas veces han gozado en forma de goles en el estadio donde se ha celebrado el concierto, y los casi 38 grados de máxima en Sevilla no han sido impedimento para acudir al concierto con bufanda, verdiblanca, eso sí. Con o sin ella, la comunión entre los fans y el grupo ha escrito hoy un nuevo capítulo, muy distinto al del concierto en Sevilla de 1992, cuando se quedó mucho papel sin vender, porque no solo no había un rincón sin cubrir del estadio, sino que era muy difícil pasear por la capital andaluza sin encontrarse una camiseta con el logo circular amarillo, con dos pistolas y dos rosas.

Hasta los taxistas que llegaban al estadio a llevar al público comentaban cómo era posible que hubiesen cogido a un portugués que había visto dos días antes el concierto en Lisboa, se había plantado hoy en Sevilla y ya tenía todo preparado para ir a dos o tres conciertos más de la gira. En algo tan simple, y a la vez tan complicado, se define ser fan de Guns N’ Roses. Y Axl Rose lo sabe, como lo saben sus compañeros de grupo y escenario, Duff McKagan, Slash, Dizzy Reed, Richard Fortus, Frank Ferrer y Melissa Reese, y conoce cómo calentar al público de menos a más, con el sonido impecable de ‘Dead Horse’ o ‘My Michelle’, e invitando a casi 50.000 voces a corear con él ‘Chinese Democracy’, con ese truco que los rockeros emplean mejor que nadie, el de dar aire a sus cuerdas vocales dando al público el micrófono en un ejercicio de complicidad calculado.

Y es que, para ser un viejo rockero, Axl 'solo' tiene 60 años recién cumplidos, y cuidar una voz que lleva media vida cantando el estilo de Guns N’ Roses no es fácil, de modo que su modulación la cuida durante el concierto con mimo, sin exponerse a excesos, y si hay que parar un poco y hacer que el público sucumba a un solo de guitarra de Slash, se para, se sucumbe y se continúa, que la noche es joven y rockera.

La experiencia es un grado en el escenario, la misma que hace que dos banderas de Ucrania presidan el escenario, la que marca que el binomio grupo-público debe estar en plena efervescencia para reventar el estado cantando ‘Live and let die’, y recibir a ‘November Rain’, la canción de la que la leyenda cuenta que Axl tardó más de siete años en crear, hasta hacerla tan perfecta como fue escuchada por primera vez en 1990, y que casi se ha convertido en un himno del propio grupo, que, como le ocurre a Scorpions con ‘Still Loving You’ o a Aerosmith con ‘I don't want to miss a thing’, ha hecho de una balada el logotipo sonoro con el que se les conoce en todo el mundo.

Que gente de la LOGSE y la EGB de medio mundo se sepa de carretilla una canción de casi diez minutos no sorprendía a nadie en la noche sevillana, y quien más quien menos acompañaba a la voz presidencial chapurreando en inglés real o fonético frases como “Love is always coming, love is always going, no one's really sure who's lettin' go today”, o lo más parecido posible, en todo caso, acompañados al piano de cola por el propio Axl desde el centro del escenario.

La cifra oficial de asistentes al Benito Villamarín hablaba de 43.000 entradas vendidas, pero el estadio verdiblanco ha vibrado como cuando 65.000 gritan los goles de Joaquín, por obra y gracia de un grupo que solo acaba de comenzar una gira destinada a llenar estadios, y que, como Gordillo, Cardeñosa o Marc Bartra, ya puede presumir de hacer triunfado en toda una ‘Paradise city’, que seguro que no es casualidad que esa canción fuese la elegida para cerrar un concierto en una ciudad con un color especial.