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Valéry

Aunque algunos de sus poemas han envejecido, su poética sigue siendo fecunda, pero lo más fascinante es la vida del propio escritor

Valéry

Creíamos que Valéry era el Monsieur Teste bajo el que muy pronto se ocultó. Pero vamos sabiendo que el ser intelectual inventado por él nunca pudo anular la persona y el ser real que era. La amplia nómina de sus amantes, hoy ya catalogada, y la sorpresa que produjo tanto la publicación de Corona et Coronilla, 150 poemas dedicados a Jeanne Lovitton, como del Journal de Catherine Pozzi nos han hecho ver a un poeta de alta temperatura erótica, muy distinto del máximo exponente de la poesía pura con el que se le ha querido identificar. Benoît Peeters (París, 1956) nos presenta un Valéry en Self variance, muy próximo a las investigaciones filosóficas del segundo Wittgenstein y que anticipa la fenomenología de Husserl y de Merlau-Ponty. Su juicio no puede ser más tajante: «Valéry no es lo que la posteridad ha hecho de él» y si «muchos de sus poemas han envejecido», su poética, no. Lo que le lleva a proponer un sugerente recorrido por su biografía. El hemistiquio de su verso Il faut tenter de vivre le sirve de brújula en un itinerario que comienza por su preferencia por el poema concentrado y breve «con una evocación cerrada por un verso sonoro y pleno», su interés por las teorías de Poe, «la omnipotencia del ritmo» y «sobre todo del epíteto sugerente» e inicia su amistad con Pierre Louÿs, cuando ninguno de ellos ha cumplido aún los diecinueve años. Como expondrá muchos años después en el College de France, la métrica para él es «un álgebra», el verso logrado, «una ecuación», y el ritmo, «una cuestión de múltiplos». Admira cómo Mallarmé «se vuelve erudito sin vacilar» y «luego, épico» y «luego trágico». Le dice a Gide que Rimbaud es «el único ingeniero de este siglo que no es hijo del precedente». Recibe los elogios de Maurras, que ve en él al único de los discípulos de Mallarmé capaz de liberarse «de ese virtuosismo puro» cultivado por todos los demás. Poe, Rimbaud y Mallarmé son su tríada capitolina. La llamada «Noche de Génova», tan determinante en su vida, también es comentada aquí. Pero más aún lo es el ejemplo que le brinda la ciencia, la voluntad de construir un sistema, y su dedicación «al arte de pensar». De la vida burguesa, mediocre, gris y convencional que lo envuelve se libera escribiendo esas páginas en prosa que Maurice Blanchot describe como una mezcla de «entusiasmo y soberbia». Jules Renard en su Diario lo define como «un conversador fabuloso» que «querría darles a las frases algo que sólo tienen las palabras: una genealogía». Un telegrama, enviado por la hija de Mallarmé, le comunica la muerte de éste y, con Régnier y Heredia, viaja en tren y luego a pie para decir el último adiós a su maestro, ante el cual se encuentran Clemenceau, Rodin y Renoir. Es un duro golpe para él y deja de publicar durante veinte años. Instigado por Louÿs y Gide vuelve a la poesía, pero sin entusiasmo. La edición de los seiscientos ejemplares de La Joven Parca hace que Paul Soudain le dedique una amplia reseña, y que lo mismo haga John Middleton Murry, el compañero de Katherine Mansfield, en el The Times Literary Supplement. Los salones parisinos de la alta sociedad se le abren. Los jóvenes poetas (Saint-John Perse, Breton, Aragon, Tzara) van a visitarle. Valéry intenta ser un poeta moderno, pero sabe que no lo es. Los surrealistas se dan cuenta de ello muy pronto.

Las partes más interesantes de este ensayo biográfico tal vez sean las consagradas a la vida afectiva, amorosa y sentimental, aquí muy detalladamente descrita y documentada, y el dedicado a sus curiosísimas finanzas, así como su relación con Einstein y el momento en que está a punto de convertirse en el Bossuet de la Tercera República. Se siente «de derechas, por instinto; de izquierdas, por el espíritu; de derechas en medio de las izquierdas; de izquierdas en medio de las derechas» porque un intelectual -según él- «siempre es un solitario, cuya función, sea cual sea su oficio, es aumentar el capital de las cosas de la mente». No es fácil enjuiciar a Valéry; tampoco, comprenderlo. Pero Benoît Peeters nos permite internarnos en las complejidades de su momento y de su mundo e intuir por qué sus Cahiers son muy superiores a su poesía. A fin de cuentas Valéry se había esforzado por ser otro que los otros y se resignó a ser poeta, muy a su pesar.

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