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suplemento cultural arte&letras

La medicina es gráfica

El lenguaje médico del noveno arte se ha consolidado como uno de los géneros más interesantes del cómic actual y, sobre todo, con una utilidad más directa y cercana.

Una conversación

En 1972, el artista americano Justin Green usó el cómic para una catarsis personal que le permitiera entender y compartir los problemas que el Trastorno Obsesivo Compulsivo le había causado desde la infancia. En Binky Brown se encuentra con la Virgen María el lenguaje del noveno arte le permitía jugar con la metáfora como plasmación de una enfermedad que hacía de la realidad un lienzo en continua mutación y en la que apenas podía confiar, pero que a través de las viñetas tomaba una forma definida que le ayudaba a reconocer sus problemas. Poco podía imaginar que abría así un camino para el cómic como exploración de la enfermedad que iría poco a poco consolidándose con obras como Epiléptico, donde David B hablaba de la epilepsia de su hermano, y que en nuestro país encontraría confirmación ya en siglo XXI con dos obras magistrales: Arrugas, de Paco Roca y María yo, de María y Miguel Gallardo. El Alzheimer y el Síndrome del Espectro Autista tuvieron en estos tebeos la mejor herramienta para dialogar con los enfermos y familias que los apoyaban. Más allá de la indudable calidad artística de estas obras, la profesión médica descubría en el cómic un aliado para la divulgación y el entendimiento a partir de un concepto clave: la experiencia personal, el «yo lo he vivido» que empatiza directamente con un lector que se enfrenta a una patología con miedo, pero tiene en la metáfora visual de las viñetas un inesperado y potente mecanismo que muestra aquello a lo que se enfrenta y no comprende. No es necesario un despliegue de talento artístico, sino aprovechar las opciones narrativas de un arte que, precisamente, demuestra su gran fuerza en su capacidad para contar historias, para lograr conectar con el lector.

portada del libro "Super sorda"

portada del libro "Super sorda" Álvaro Pons

El camino de la Medicina Gráfica en nuestro país es irreversible y todo el ámbito sanitario se ha comprometido con unas posibilidades solo esbozadas que ya han dado lugar a Congresos Internacionales y páginas web especializadas, que tienen además la complicidad de autores y autoras que han encontrado en la historieta una forma de reflexionar sobre su enfermedad.

Portada de "Tiembla" de Ramon Ricart

Portada de "Tiembla" de Ramon Ricart Álvaro Pons

Obras como Tiembla, de Ramón Ricart (Bang Ediciones), en los que el autor relata su relación personal con el Parkinson: el impacto de descubrirse como enfermo, la lucha contra los síntomas iniciales o la aceptación de su realidad se muestran sin dramas ni falsas esperanzas, mostrando ese camino que lleva a asimilar el presente sabiendo que el futuro es un interrogante del que es difícil escapar. La sencillez estilística con que aborda el autor su relato es una elección ideal para despojarse de todo aditamento que no sea un mensaje directo hacia aquellos que están comenzado a pasar por lo mismo que él ha pasado.

Un movimiento que puede tratar no solo la enfermedad, sino todo su contexto, como hace Luis F. Sanz en Una Conversación (Tengu Ediciones) partiendo de la pandemia para reflexionar sobre la soledad de nuestros mayores y el enfrentamiento al final de nuestras vidas, aprovechando en este caso al máximo la potencia simbólica de la metáfora visual que el lenguaje del cómic permite.

Un discurso que no solo tiene en el adulto su público, sino que encuentra su función también entre la infancia con obras como Supersorda, de Cece Belle (Maeva Ediciones, traducción de Jofre Homedes Beutnagel), que trabaja la integración de los niños y niñas con esta discapacidad sensorial precisamente desde un relato imaginativo que usa el humor para hablar desde una experiencia personal en la que el cómic es cómplice en la difícil expresión de lo que puede oír o no la protagonista.

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