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Agustín Fernández Mallo Escritor

Agustín Fernández Mallo: «El amor mueve todo lo bueno y lo malo»

Jugando con estilos y géneros, mezclando ficción, poesía y ensayo, ‘El libro de todos los amores’ es una novela filosófica contra la distopía porque cuando el mundo se desmorona, solo nos queda el amor

El autor de ‘El libro de todos los amores’. | M.Á.MONTESINOS

Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) es uno de los mejores escritores que lleva en la mochila aquello de renovador de la literatura española, que acuño el término de la postpoesia, y que combina ensayo, poesía y prosa. Sus dos últimos libros fueron ensayos, el opulento Teoría general de la basura y el breve La mirada imposible. Ahora publica El libro de todos los amores un relato sorprendente sobre microamores y algo más.

¿Un libro bíblico?

¿Por qué lo dice?

Por el amor, los versículos y los personajes.

Igual hay un aire, pero no fue pretendido. El tema de un modo inconsciente se prestaba, con la idea de dos personas anónimas que son escogidas sin que ellos lo sepan para sobrevivir al fin del mundo, para fundar un nuevo mundo.

No lo decía en plan peyorativo.

La Biblia no tiene nada de peyorativo, es un libro más. En el libro se describe la fundación de un origen, por eso ese aire bíblico tampoco le sienta mal. Describo un mundo mineralizado, también vegetal.

¿Lo hubiera podido escribir antes de cumplir los cincuenta?

Es un libro al que llegas tras haber escrito otros. Cada época tiene su narrativa y su expresión vital y desde luego no lo podía haber escrito hace quince años.

El libro recoge la parte fundacional de los amores. Existe el ‘amor bigdata’, otro de ‘Internet profundo’, pero no un ‘amor científico’.

El interés por la ciencia está en todo, en muchos de los microamores. Me parecía redundante poner el ‘amor ciencia’, porque está implícito, como la antropología, las ciencias sociales...

«Lo que pasa con Tinder, igual que cualquier expresión del amor hecho en plataformas, es lo que llamo amor estadístico»

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¿El amor es científico?

Claro que tiene una dimensión científica, aunque solo sea porque es el resultado de algo que ocurre en el cerebro a través de unas sustancias químicas y es susceptible de ser estudiado por la ciencia y como dice el libro puedes encontrar el amor, científico, poético, religioso, tecnológico antropológico.

¿Cuál le interesó más?

Todos, no hay uno que me interese más que otro. Me interesa la red que forman todos, el conjunto de esa interacción a lo que dan lugar todos esos amores, que se pueden ver desde muchos puntos de vista. Si no hubiera escrito un libro de una clase de amor.

Ese conjunto de amores le sirve para reflexionar sobre nuestra vida.

El amor mueve todo lo bueno y todo lo malo. Esa es otra de las cosas del libro, que un exceso de amor o nombrar a cualquier cosa amor puede llevar a resultados que no queremos. Legislamos el mal, pero habría también que legislar el bien. Por amor al prójimo se han hecho barbaridades.

En la época de Tinder, ¿externalizamos más los sentimientos?

Más que externalizados, están ampliados, porque por muy externalizado que estuviera si no está en ti es difícil manejarlo. Lo que pasa con Tinder, igual que cualquier expresión del amor hecho en plataformas, es lo que llamo amor estadístico.

Su novela no es nada moralista.

Huyo de las novelas moralistas que pretenden pastorear al mundo y el mundo es inteligente y ya sabrá lo que tiene que hacer. El amor estadístico es que cuando te enamoras de algo que en realidad son millones de datos que componen supuestamente a un sujeto con una serie algorítmica, que en realidad es la mezcla estadística de muchos datos que te presenta un objeto del que tú te enamoras. Que no es igual de cuando te enamoras de alguien que no es un sujeto estadístico. Tinder ha conceptualizado el amor de otra manera. No quiere decir que sea inválido.

¿Por qué Venecia?

No se puede hablar del amor, como Tinder, sin el capitalismo, que comienza en Venecia. Además de ese lado factual, había una parte metafórica, poética, que me interesaba y es que Venecia es una ciudad inversa, de piedra asentada en troncos vegetales, con esa apariencia endeble. Y el sentimiento amoroso tiene algo de eso, que puede parecer de piedra, pero es algo muy frágil.

Algunos pasajes recuerdan ‘Muerte en Venecia’.

No pensaba en Muerte en Venecia, más en La peste de Albert Camus, no como influencia directa, sino como un eco. O en libros de literatura fantástica como Las ciudades invisibles de Italo Calvino.

¿Y por qué Montevideo?

Por una cuestión personal. No quería poner nada europeo, porque parecería que estoy aludiendo a la decadencia europea. Quería unos personajes de nuevo mundo y Montevideo es una ciudad que me gusta.

¿En el diálogo entre los personajes, él persigue a ella?

Curioso. Si es así no era pretendido, incluso intentaba que fuera equilibrado.

El libro está muy trabajado.

Son tres años escribiendo. La parte de los microensayos no me costó nada porque se me da bien, porque viene de mi poesía, los diálogos tampoco, y la trama en novelesca me costó un poco más, porque se habla tanto de distopías y del fin del mundo, y no quería caer en eso, porque no soy apocalíptico. La distopía no me interesa, me parece una forma de meter el miedo a la gente. Lo que es seguro es que no sufrí haciéndolo, porque escribo para pasarlo bien.

¿Escribe indistintamente prosa y poesía?

Sí, no tengo ningún método especial. Escribo cuando algo me llama la atención.

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