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Arte&letras

Agatha Christie El viaje y la vida, esos misterios

Agatha Christie El viaje y la vida, esos misterios

Que la vida es un viaje lleno de aventuras ya nos lo mostró quien se considera el primer poeta de Occidente, Homero, a través del itacense Ulises, protagonista de la ‘Odisea’. A finales del siglo XIX, el alejandrino de origen constantinopolitano Constantino Cavafis supo ver y condensar en un magnífico poema, ‘Viaje a Ítaca’, la metáfora que encierra la ‘Odisea’ y que tanta repercusión ha tenido, bellamente versionado y musicado por el cantautor catalán Lluís Llach: es preciso disfrutar del camino, y no tener como único objetivo la meta. No deja de resultar simbólico que el viaje vital de Cavafis fuese circular, pues nació y murió un 29 de abril, en un lapso de 70 años exactos.

Como la misma vida, un viaje es siempre un misterio y no pocas veces una odisea. Según reza un proverbio chino, el que vuelve de un viaje no es el mismo que se fue. Precisamente eso le sucedió a Agatha Mary Clarissa Miller, más conocida como Agatha Christie, la mundialmente célebre novelista de misterio, cuyas obras, bestseller por antonomasia, ocupan el tercer lugar en número de lectores tras la Biblia y Shakespeare (se calcula que rondan el billón) y han sido traducidas a más de cien idiomas. Hace justamente cien años, un mes de enero de 1922, Agatha se embarcaba en su ‘Grand Tour’ particular para acompañar a su marido, Archibald Christie, por consejo de su propia madre, a cargo de la cual quedó la pequeña Rosalind, hija de ambos, durante los meses en que recorrieron juntos distintos lugares del planeta visitando las posesiones del Imperio Británico (Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, Canadá…). Ella no había salido antes de Inglaterra, y a raíz de aquel primer viaje (que tenía el propósito de supervisión de los preparativos de la exposición del imperio británico que habría de inaugurarse en 1924 en Wembley, y que le proporcionó materia de inspiración para los personajes y escenarios de sus novelas), no dejó de viajar. Hasta entonces únicamente había publicado ‘El misterioso caso de Styles’, novela en que da vida al célebre Hércules Poirot, mientras trabajaba como enfermera durante la primera Guerra Mundial.

Once días desaparecida

A su vuelta nada fue igual, pues poco después su marido la abandonó por una mujer más joven y seguramente eso fue lo que la llevó a protagonizar un episodio propio de las intrigas de sus obras de ficción, desaparición incluida. Durante once días no se supo nada de su paradero, y parecía habérsela tragado la tierra. Se encontró su coche abandonado con algunas pertenencias suyas y se especuló incluso con la posibilidad de que su marido hubiera podido asesinarla. Fue descubierta al tratar de registrarse en un balneario bajo el nombre de Teresa Neele (apellido de la amante de su marido). El país entero le mostró su repulsa por la preocupación que habían vivido y los gastos que había ocasionado su ‘aventura’, que sigue siendo en parte un enigma y que se explicó como un episodio de amnesia temporal en aquellos días.

Pese a su divorcio, siempre conservó el apellido de su primer marido con el que se había catapultado a la fama. Solo dos obras de su extensa producción aparecen firmadas con este y el de su segundo esposo, Max Mallowan, un arqueólogo catorce años más joven que ella, a quien conoció en 1930 y con quien además de recorrer medio mundo, en particular Oriente Próximo, donde se conocieron cuando él era ayudante de Sir Charles Leonard Woolley emprendió un viaje urgente de vuelta desde Atenas al Reino Unido para atender a su hija, que contaba entonces once años de edad, aquejada de una neumonía de la que afortunadamente se recuperó.

El viaje, en el Orient Express, en el que también había viajado en solitario hasta la antigua Mesopotamia, donde conoció a Mallowan en las excavaciones de Ur, sería clave en una de sus novelas más conocidas, ‘Asesinato en el Orient Express’, de la que se realizó una versión cinematográfica que se estrenó en 1974, dos años antes de que muriese, a los 86 años de edad, a tiempo de asesinar a Hércules Poirot pero sin alcanzar a hacer otro tanto con Miss Marple, como tenía planeado.

En dicho viaje se consolidó su relación, que acabó en feliz e inseparable matrimonio cuya convivencia únicamente quedó interrumpida durante la Segunda Guerra Mundial en los tres años en que él fue destinado al Cairo por sus conocimientos de árabe.

Agatha Christie fue viajera, escritora de éxito, en especial de novelas de misterio, pero también dramaturga, cuentista y poeta, arqueóloga consorte (de lo que dejó fiel reflejo en muchas de sus novelas y en su ensayo autobiográfico ‘Come, tell how you live’, publicado en 1946) y ocasional fotógrafa en las expediciones en las que acompañó a su marido por medio mundo. La arqueología fue en ella pasión y la colaboración con Mallowan la llenaba de anhelo de ser arqueóloga por su cuenta, según confesaba. La restauración y clasificación de piezas, así como su conservación, formaron parte de sus cometidos, y patrocinó de forma anónima buen número de excavaciones, en distintos lugares de Siria e Irak.

Fregando los platos

Se ha destacado su sentido del humor (entre las anécdotas más conocidas se encuentran la referida a fregar los platos, que según ella convertía a cualquiera en un maníaco homicida de categoría, y añadía que en ese quehacer se le habían ocurrido los mejores crímenes para sus novelas, o aquella en la que animaba a casarse con un arqueólogo, ya que tenía la ventaja de que cuanto más vieja se hiciera una más encantadora la encontraría su marido), pero se dice que fue tímida y esquiva con la prensa, y que evitaba los actos públicos: pese a su celebridad únicamente pronunció un discurso en su vida, en Nueva Zelanda, durante su primer viaje junto a su también primer marido.

Su único nieto, Mathew Prichard, la describe como la típica señora inglesa, una abuelita encantadora y amorosa y al mismo tiempo una mujer avanzada. Una señora común y corriente en la que destaca su amor a la vida y su condición de viajera. La vida y el viaje, esos misterios.

(*) Charo Guarino es doctora en Filología Clásica y profesora

titular de Filología Latina de la Universidad de Murcia

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