Hubo una época en la que todos los años escribía un artículo en defensa del cerdo. Si Ramón Gómez de la Serna había querido ser cronista de circo ¿por qué uno no podía ser cronista de cerdos? Ramón llegó a dar una conferencia subido en un trapecio, yo nunca me atreví a hacerlo ante una piara, aunque he de confesar que algunas peroratas he largado ante un buen plato de jamón y una copa de vino.

No he podido evitar recordarlo, en vista del pollo que le han montado al ministro Alberto Garzón a propósito de la ganadería industrial. En aquellos años, escribí en contra de la inseminación artificial y a favor de la libre sexualidad porcina. Y por supuesto también, contra la estabulación industrial y a favor de su libertad de movimiento por las dehesas de la España bellotera. También me hice eco de dos estremecedoras conferencias que el premio Nobel de literatura J. M. Coetzee hace pronunciar a su personaje Elisabeth Costello: Los filósofos y los animales y Los poetas y los animales. La comparación con los crímenes del III Reich es de una lógica impecable. «Fueron como ovejas al matadero», decimos de las víctimas, «los mataron los carniceros nazis». Nadie quiso ver entonces los campos de concentración.

Hoy seguimos sin que querer saber dónde ni cómo funcionan las macrogranjas ni los mataderos. Le Sang des bêtes (La sangre de los animales), un documental de Georges Franju de 1949, fue filmado en blanco y negro porque según su autor, «si hubiese sido en color, habría sido repulsivo». Y tuvieron que pasar cincuenta años para que la película que rodó Georges Stevens sobre la liberación del campo de concentración de Dachau pudiera verse en color, tal como se rodó.

Pero si hay un tema que a este cronista de cerdos le ha apasionado durante décadas es el de los trasplantes. A finales de los noventa me hice eco de los primeros avances en xenotrasplantes de Jeffrey L. Platt en la Clínica Mayo de Rochester. Tras el cambio de siglo, de los de Akira Iritari en la Universidad de Kinki. Y ahora, por fin, el equipo del doctor Muhammad Mohiuddin de la Universidad de Maryland ha conseguido trasplantar a un hombre el corazón de un cerdo modificado genéticamente.

Me gustaría pensar que cuando los xenotrasplantes se generalicen, ese cerdo que todos llevamos dentro se transformará, por compasión hacia los chanchos trasplantados, en un hiperbólico antídoto contra todas las xenofobias, incluida la que genera el complejo de superioridad sobre el resto de las especies animales. Porque la cuestión no es si los animales piensan, como planteaba Descartes, sino si sienten, como señaló Bentham. Quiero cerdos con buena vida y buena muerte.