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Arte&letras | Complicidades

El pollo está en el horno

Corregir pruebas Carlos Marzal

Siempre he soñado con que el azar -ese dios niño con mentalidad infantiloide- me deparase la ocasión de pronunciar frases solemnes. Frases de esas que quedan esculpidas en el mármol -como les gusta decir a los cronistas hiperbólicos-, para que la posteridad reflexione sobre ellas, y para que las utilice en ocasiones memorables.

Pero el caso es que no me ha tocado en suerte vivir grandes acontecimientos que requiriesen el empleo de una frase histórica, y bien que lo lamento. Y bien que lo echo en falta. (Me temo que la Historia, para fabricarse y escribirse con mayúscula, necesita la distancia exagerada de sí misma, del tiempo, que todo lo engrandece y todo lo disminuye.)

De modo que he tenido que emplear el ‘Método Alonso Quijano’ en el desempeño de mi vida. Se trata de un complejo sistema filosófico de raíz idealista, para uso doméstico, y que resumiré en unas pocas líneas coloquiales, porque los periódicos no son lugares en los que extenderse acerca de los métodos epistemológicos con los que uno se maneja a diario en el mundo.

Poco más o menos, el ‘Método Alonso Quijano’ (desde ahora el MAQ) podría explicarse así: Si la realidad no está a la altura de tus expectativas, muchacho, no te preocupes, porque nunca lo estará, a poco que tus expectativas sean interesantes, y sobre todo, porque la realidad no existe fuera de la palabra realidad y de lo que tú quieras entender en esa palabra. De modo que disponte a encontrarte con lo que te apetezca. A partir de ahora, los molinos de viento son gigantes, los rebaños de ovejas son ejércitos, etcétera, etcétera. Tienes barra libre de deseos, y happy hour de interpretaciones sobre lo que se te antoje desear.

Desde que me aplico el MAQ, entro en el comedor y les digo a mis hijos: No os preguntéis por lo que esta familia puede hacer por vosotros, sino por lo que vosotros podéis hacer por esta familia, y los dejo allí, meditativos y absortos. O sorprendo a mi mujer, mientras se maquilla en su espejo mágico, y proclamo: Esta casa espera que cada cual cumpla con su deber. Y ahí queda la cosa: mezclada con los destellos de su Rouge Coco 460 Lover, de Chanel, por supuesto.

Ahora me relamo en el uso futuro de la esotérica y, a la vez, clarividente frase de las películas bélicas y de espías, para anunciar el comienzo de una operación secreta. Mi operación será el acto de preparar las maletas para irnos al chalet. Miraré a mi familia con severidad de almirante de la flota, y anunciaré: El pollo está en el horno.

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