Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arte&letras | Complicidades

Mi editor favorito

Corregir pruebas Carlos Marzal

El tópico sugiere que detrás de cada editor se esconde un poeta o un novelista inacabados; pero sospecho que se trata de todo lo contrario. Creo que detrás de cada escritor hay siempre un editor que no pudo ser.

Los narradores, en sus horas libres, sueñan con ser los dueños de su propia y exquisita editorial, en donde publicarían colecciones exquisitas y propias de sus libros favoritos. Los poetas, cuando descienden a la tierra, fantasean con ediciones maravillosas de sus poemas, y también, por qué no, de sus clásicos de mesilla de noche: papel Fabriano, tapas duras de cuero repujadas en oro, cosido a mano por impresores renacentistas.

Aunque no lo confiesen en público, para que no decaiga la leyenda del artista salvaje, todos los escritores se imaginan como el mejor, el más caprichoso y el más infalible de los editores que han sido y serán. Reconozco que suelo fundar dos o tres editoriales mitológicas al día.

Soy el propietario de Barlovento, Las cosas del leer, Mercado Central, Punto Geodésico, Tutiplén, La mejor compañía, Los solitarios, Iglú. Las fundé ayer por la tarde, durante la modorra clarividente de mi siesta preceptiva, y en cada uno de mis sellos editoriales he abierto colecciones que pasarán a la historia, al menos a la historia fugaz de mis ensueños vespertinos: De la A a la Z, Los insurrectos, Asentimiento y Discordia, Farolillos de colores, La Caja China, La pipa del pensador, Dinamita y Pasteles, Ninguna hora concreta, La piedra de amolar, Cafeína pura, El Peso y el Vacío, Chimpampún. En ellas publicaré ensayos filosóficos de naturaleza misantrópica, poemarios de hermetismo resplandeciente, haikus de mediterraneidad zen (sin contradicción alguna), repertorios de greguerías ingrávidas y desconcertantes, diarios de vidas improbables, diccionarios sobre cualquier asunto sin importancia, colecciones de cuentos para leer a los niños antes de dormir y lograr que no peguen ojo, porque han decidido convertirse en editores cuando sean crezcan.

Las editoriales me han cambiado la vida, han hecho de mí el artefacto medianamente averiado que soy, les debo buena parte de mi felicidad y de mi inquietud, de mis alegrías y de mis congojas. Me han hecho mantenerme en vela con sus libros entre mis manos. Estoy en deuda con ellos. Sin los libros de Aguilar, de Seix i Barral, de Bruguera, de Gallimard, de Feltrinelli, de Renacimiento, de Tusquets, de Anagrama, y de mil más, yo sería otro: es decir, no sería, porque la posibilidad de ser otro (que tiene tanta fama entre los soñadores) aniquila al que somos.

De manera que voy a seguir siendo, al menos durante las siestas, mi mejor editor, para cambiarme un poco más la vida.

Compartir el artículo

stats