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El menos divo, pero el mejor de 'Il Divo'

El talento para el musical del cantante Carlos Marín, fallecido a causa del coronavirus

Carlos Marín, de Il Divo.

Trending topic de las noticias del mundo entero, Carlos Marín –cantante de Il Divo fallecido recientemente por covid– fue citado en multitud de comentarios en las redes sociales no porque el maldito virus se lo llevara de una brutal manera, sino porque era un artista más importante de lo que habíamos imaginado. Me incluyo en esa lista de incrédulos a pesar de ser buenos amigos. Lo fuimos más cuando empezó su triunfal carrera, pero nunca perdimos de todo el afecto a pesar de la distancia.

Marín es otro típico ejemplo del “nacido para triunfar”. Reunía desde la cuna todas las cualidades que se exige a un niño prodigio que canta como un ángel, es guapo como un ángel, y tiene los ojos azules y la sonrisa de los querubines. Y vocación de triunfar. Y era encantador. No perdió ninguna de esas cualidades durante su formación y ya de chaval se le veía venir. Se habían pasado las épocas doradas de los niños prodigio del show business y del cine, si no habría entrado en esa lista. Su mirada apuntaba más arriba porque tenía una voz prodigiosa que le llevó a la fama mundial. Pero con una pega: tenía voz de barítono. Y con eso se nace y no tiene remedio. Salvo nuestro grandioso divo Plácido Domingo, que nació barítono pero se fue transformando en el mejor tenor tal vez de todos los tiempos.

Carlos Marín no siguió ese camino. Por eso muy pronto conectó con el mundo de la zarzuela, a pesar del declive del género. Y sí tuvo una suerte enorme de pillar justo a tiempo el renacimiento del musical. El bello galán entró en escena por la puerta grande, puesto que a los 23 años ya fue uno de los protagonistas de 'Los Miserables', uno de los mejores musicales de todos los tiempos que aún continua en cartel en Londres a los 36 años de su estreno.

Y de ahí, a 'El hombre de la Mancha', el musical que adapté. Y al comienzo de nuestra amistad, que duró hasta siempre. Resultaba muy fácil ser amigo de Carlos. Quería aprender el oficio de actor porque tal vez era consciente de su único defecto: ser un mal cómico. Él no quería ni saberlo. Y me costó nuestra única bronca al intentar que no fuera tan “zarzuelero”. El género musical se parece en esencia a la zarzuela, pero tiene otras normas. La historia de Don Quijote y Cervantes que tan bien están contadas en el excelente musical ya convertido en clásico, no comulga con los tonos y sonidos del género musical más nuestro. Y yo que había hecho la versión española con enormes esfuerzos, me vi obligado a corregir al niño prodigio que venía de otra escuela.

No era un papel secundario de menor importancia. Fue elegido, pese a que sumaba apenas 26 años, como suplente, o cover, de José Sacristán. El grandioso Pepe debutaba a los 60 años en un musical de grandísimas dimensiones y no sabíamos cómo reaccionaría su voz y su garganta ante el desafío de ser el protagonista sin apenas salir del escenario. Por eso era tan importante la suplencia. El show debe continuar, como decimos los teatreros.

Carlos estuvo un mes sin hablarme. Pero algo debió de pasar cuando un día me pidió perdón por no haber comprendido mis consejos. Yo ya había notado el cambio, aunque a su edad era insuficiente. Pero cada vez que le veía cantar en sus conciertos, aún se acordaba. Nos reíamos y me preguntaba “¿A que ya no soy un zarzuelero?” Y, efectivamente, no lo era. Aunque su otro defecto no vocal tiene muy difícil arreglo. En escena era un palo. Su lenguaje corporal se antojaba torpe. Pero todo se disimulaba con ese torrente de voz que al final de las canciones te ponía en pie.

Sin embargo, no tuvo suerte con nuestro manchego universal. Sacristán, sorprendentemente, dio muestras de disponer de una garganta de acero. Y no faltó a ninguna representación en casi un año de presencia en la Gran Vía. Ni en Barcelona en un Palacio de Deportes. Ni siquiera en Buenos Aires cuando nos fuimos todos a vivir una gran experiencia.

Pero no dudo de que le sirvió de enorme ayuda ver al gran Sacristán no cantar como él o escuchar a Plácido Domingo interpretar la hermosa canción 'El sueño imposible'. Supongo que habrá aprendido mucho al recordar la escena final del musical, cuando Don Quijote decía cosas bellas sobre el amor y se moría en escena.

Cuando bajamos el telón del Quijote, volvimos a encontrarnos y en el mismo teatro Lope de Vega porque el gran productor Luis Ramírez seguía con su idea de convertir la Gran Vía madrileña en un nuevo Broadway. Había grandes teatros que fueron envejeciendo dedicados solo al cine. Su sueño, en este caso posible, nos llevó al estupendo 'Grease', que fue, y aun es, el gran clásico del musical rock. Y vino Carlos acompañado a los castings con una casi niña monísima que se llamaba Geraldine Larrosa. Gerarda, como la llamamos los amigos, reunía todo para ser Sandy, la tonta en vano enamorada de Rick. Carlos no era precisamente un rockero, pero hizo uno de los papeles secundarios y cantaba una de las canciones de moda en los 60 que le venía como anillo al dedo. Geraldine fue un descubrimiento y no entiendo por qué no alcanzó después la categoría de estrella.

Se habían conocido en 'Los Miserables' y su gran y hermosa historia de amor duró 17 años. Nunca se divorciaron de verdad. Seguirían siendo amigos del alma hasta el final. Me he acordado mucho de ella en estos días tristes.

Por otra parte, Carlos y yo teníamos un trato no firmado desde hace dos décadas: hacer un musical cuando acabara su compromiso con “Il Divo” puesto que la fuerza del exitoso cuarteto iba menguando, como está escrito en los cánones. Se había enamorado del gran musical “Jekyl & Hyde”, que estrenamos hace 19 años. Raphael alcanzó un enorme triunfo haciendo el doble papel de bueno y malo y aparte de la calidad literaria, las canciones son estupendas. Y parecen escritas para su imponente voz de barítono.

Pena que te hayas ido, amigo, sin cumplir ese deseo. Y hubieras cerrado, ya con experiencia sobrada, una carrera compartida a cuatro. Aunque hayas sido siempre el bueno de la función, porque eras una persona entrañable.

Cuánto se agradece una actitud vital así en ese mundo lleno de divos orgullosos e insoportables. Tú, querido Carlos, siempre fuiste el antidivo.

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