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Arte&letras

¿Como ovejas al matadero?

Raul Hilberg relata en ‘Memorias de un historiador del Holocausto’ la recepción de su obra ‘La destrucción de los judíos europeos’, muy criticada por Hanna Arendt

¿Como ovejas al matadero? Julio Antonio Vaquero Iglesias

En 1961, Raul Hilberg, catedrático de ciencias políticas en la universidad de Vermont, judío nacido en Viena de familia de origen polaco-rumano, publicaba su monumental obra La destrucción de los judíos europeos. Hilberg había vivido en la capital austriaca el Anschluss (la anexión de Austria a la Alemania nazi) y la consiguiente persecución de los judíos austriacos. Él y su familia tuvieron que huir a Estados Unidos. Pero aquella visión vienesa del golpe de mano nazi quedó indeleble en su recuerdo y con él su voluntad de hacerse historiador para poder explicar aquel mundo de violencia y discriminación racial que comenzaba a tomar cuerpo en Europa y que desembocaría en el genocidio judío.

Su obra, presentada como tesis doctoral en la universidad norteamericana de Columbia en 1955, trataba de explicar cómo se había podido producir aquel intento de exterminio de la comunidad judía, cuáles habían sido los instrumentos para llevarla a cabo y la participación del pueblo alemán en aquellos hechos. Pero también cuál había sido la actitud de los propios damnificados ante aquel intento genocida contra ellos. La respuesta a estas preguntas era necesaria para el autor de la investigación, dado que en aquellos años de posguerra un espeso manto de silencio cubría todavía aquel criminal y negro episodio.

Para realizar su pionera indagación, Hilberg llevó a cabo el análisis de la masiva documentación originada por los juicios de Núremberg, lo que le permitió conocer con detalle la actuación de la Administración, el Ejército, la Industria y otras instituciones alemanas en el Holocausto. Y, además, la derivada de la actuación de los Consejos judíos en la deportación de su propio pueblo.

Las conclusiones de su estudio confirmaron lo que, en realidad, ya estaba en el ambiente de aquel tiempo de posguerra: la sociedad alemana, no únicamente el partido nazi, había sido un actor decisivo en aquel crimen colectivo. Pero quizás la más relevante fue la de que, en gran medida, habían sido los propios judíos los que, sin oponer resistencia a su intento de destrucción, habían sido colaboradores necesarios pasivos para que se perpetrase. Su inmemorial mentalidad de gueto habría sido la causa de esa falta de resistencia contra el intento de genocidio nazi.

El actor británico Ben Kingsley,
en el papel de Adolf Eichmann, 
durante una escena de la película 
‘Operation Finale’.  Efe

El actor británico Ben Kingsley, en el papel de Adolf Eichmann, durante una escena de la película ‘Operation Finale’. Efe Julio Antonio Vaquero Iglesias

Memorias de un historiador del Holocausto es la historia de cómo fue la recepción, entre los lectores e historiadores, de aquella obra capital para el conocimiento del intento de genocidio nazi. Hilberg describe en ésta con gran detalle y una buena dosis de ironía los avatares de la publicación y difusión de su magna obra.

Publicada primero en Estados Unidos, su pionera obra no logró allí una gran difusión, del mismo modo que tampoco la tuvo en Israel. Durante treinta años tuvo que batallar para conseguir que alcanzara finalmente el éxito en Europa. Sobre todo, en su versión francesa, pero también finalmente en Alemania, donde una edición de bolsillo alcanzó un gran éxito editorial. Pero en el mercado norteamericano nunca llegó a ser una obra de gran difusión. También alcanzó cierto éxito editorial en Europa su segundo trabajo sobre el tema, Ejecutores, víctimas, testigos, en la que Hilberg abordaba el asunto desde una perspectiva diferente.

A pesar de que las tesis defendidas por el historiador judío fueron siendo poco a poco aceptadas por historiadores, politólogos y sectores amplios de la opinión pública, en los años sesenta, en el contexto del desarrollo del juicio en Israel de Eichmann, el oficial alemán de las SS que dirigió la sección encargada de los judíos, hubo cierta reacción crítica contra sus interpretaciones. En el fondo de las cuales estuvo presente para sus oponentes la actitud favorable de nuestro historiador y su familia hacia las posiciones sionistas que siempre combatieron la mentalidad pasiva de los judíos ante sus históricas persecuciones.

La protagonizó la filósofa alemana Hanna Arendt que había recogido en su libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio de la banalidad del mal sus crónicas sobre aquel célebre juicio. Arendt, aunque reconocía los méritos empíricos del libro de Hilberg, criticaba la falta de fundamento teórico de sus tesis interpretativas. El autor comenta aquí con acidez irónica sus juicios y la acusa de ser la inspiradora de las dificultades para la publicación de su obra en Estados Unidos.

Aunque se haya editado tardíamente en España, alrededor de treinta años después de su publicación original, Memorias de un historiador del Holocausto sigue teniendo, sin duda, gran interés no sólo para conocer el contenido de la magna obra de Hilberg, sino también para saber cómo fue la recepción por la opinión pública de uno de los acontecimientos más sobrecogedores de la historia del siglo XX. Y parece que interés sigue suscitando, como lo demuestra que el libro haya alcanzado ya su segunda edición.

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