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Arte&letras

André Aciman: «Evoco Alejandría y no estoy seguro de si recuerdo o invento»

A André Aciman le conoció el mundo gracias a que su novela ‘Call me by your name’ se convirtió en película. Nacido en Alejandría en una familia en la que se hablaba francés, italiano, ladino, árabe y griego, ahora se recupera ‘Lejos de Egipto’ (Asteroide), libro con el que se inició en la escritura y en el que cuenta cómo fue crecer en los años 50 en la cada vez más reducida comunidad judía de la ciudad egipcia

«Evoco Alejandría y no estoy seguro de si recuerdo o invento» Elena Hevia

¿Estas memorias surgieron de la necesidad de poner por escrito su atípica y exótica infancia, por la que todo el mundo le preguntaba?

Siempre quise escribir ficción, quería inventar, y pensé que eso es lo primero que iba a hacer. Pero todo el mundo que me conocía me decía que mi historia era muy interesante, muy singular, algo que yo no me acababa de creer porque yo fui un refugiado como tantos otros, un judío en Egipto que luego tuvo que marcharse a Italia.

¿Le costó contar esa historia?

Me costó, sobre todo, encontrar mi voz, esa mezcla de nostalgia, dolor y pena pero también de ironía y humor que me caracteriza. Me gusta congeniar el amor por los sentidos y los sentimientos que trasmite y a la vez el acto puramente intelectual de la escritura.

Su memoria se remonta incluso a momentos que no vivió, a lo que le contaron sus familiares. ¿Cómo se equilibran ficción y realidad en este libro?

No tengo una respuesta para eso. Como escritor no cambias el pasado, pero sí puedes mover los muebles. No inventas lo esencial pero sí algunos detalles. Cuento cosas de 50 años antes de mi nacimiento porque escuché todas las historias en casa. Mi recompensa fue que me dijeran que había captado perfectamente la voz, el sentido del humor y la tragedia de mi bisabuela o de mis tíos abuelos.

Se diría que estas memorias están cargadas de ficción mientras que sus novelas se leen como autobiografías.

Eso es algo que no puedo resolver porque soy un escritor que cree que no hay ninguna diferencia entre unas memorias, unos recuerdos y una ficción. En mis libros no hay límites y el lector nunca está seguro de lo que está leyendo, y está bien que sea así.

Nuestra idea de Alejandría está indisolublemente unida a las recreaciones de Durrell o de Cavafis, que también se dirían inventadas.

La Alejandría de Durrell seguramente no existió, pero cuando la lees sí que existe y para una persona que escribe 30 o 40 años después que él es muy difícil no sentirse contaminado -una palabra que no utilizo en un sentido negativo- por ella. Dices Alejandría y ya sientes nostalgia. Esa relación es la que Durrell tiene con Cavafis porque también él está infectado por sus versos. De hecho, yo a veces evoco la ciudad en la que nací y pasé mi infancia y no estoy seguro de si recuerdo o invento.

¿Cómo fue su Alejandría, inventada o no?

La ciudad entonces ya estaba en declive, ya no era la ciudad europea que había sido y se escoraba cada vez más al nacionalismo árabe. Todavía se podía hablar en francés, italiano o griego, además del árabe oficial, y te entendían. La mesa del comedor de mi abuela se fue reduciendo: cada vez más miembros de la familia decidían irse. Nosotros mismos acabamos haciéndolo en 1964. Alejandría pretende mantener la ficción de ser una ciudad plurinacional, pero ya no lo es.

Frente al nacionalismo árabe los suyos tuvieron que esconder su judaísmo. ¿Cómo afectó eso en la concepción de su identidad? ¿Se sentía judío?

En Egipto todas las comunidades, griegos, italianos, armenios o judíos, se odiaban pero lograban convivir. Mi padre era un hombre de ideas originales y nunca intentó inculcarme sentimientos religiosos, algo que sí percibí en mis abuelas. Yo jamás me sentí judío y mucho menos egipcio, signifique eso lo que signifique. Además a los 14 años me convertí en italiano porque mi familia se trasladó allí pero tampoco me sentí italiano. En los Juegos Olímpicos, no me interesan las banderas o los himnos, solo las buenas actuaciones de los atletas o los equipos, sean del país que sean.

Al final ha acabado siendo estadounidense, aunque como autor americano sea una rara avis.

Estadounidense no, neoyorquino. Allí he encontrado la pluralidad cultural de mi infancia. Me gustan los neoyorquinos porque son raros, desquiciados y fuera de eje. Creo que es la única ciudad en la que puedo vivir.

Frente a la pérdida de la ciudad en la que nació uno puede mostrarse rabioso pero su mirada es muy apasionada y nostálgica.

Cuando le entregué el manuscrito a mi editor este leyó la frase: «Miré una ciudad que nunca había amado» y se sorprendió. Me dijo: «¿Cómo puedes escribir esto? Pero si todo el libro es una muestra de amor por Alejandría». Esto refleja algo muy importante para mí, que desconozco la diferencia entre el blanco y el negro, el amor o el odio, en el fondo son indistinguibles.

Una de sus abuelas hablaba ladino, una lengua que para nosotros es un misterio.

Pues no debería serlo. Mi abuela jamás utilizó el término ladino, ella hablaba español y cuando vino a Barcelona a operarse de la vista se hizo entender en su lengua anticuada y trufada de elementos extraños pero española al fin y al cabo. Una vez le dije: «Escríbeme algo en español», y lo hizo en caracteres hebreos. Cuando se enfadaba solo podía hacerlo en español y yo la entendía. Todo estaba muy mezclado.

Este libro pertenece ya a su pasado, ¿qué está haciendo ahora como escritor?

El deseo y el amor son temas predominantes en mi obra y en mi vida. Lo que estoy escribiendo son las memorias de mis años italianos.

Imagino que se superpondrá a los hechos de ‘Call me by your name’.

Me interesa explorar la experiencia de alguien sin raíces.

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