Siempre se especula, investiga y se teoriza respecto de fórmulas adecuadas para preservar y ampliar públicos tan específicos como los de la música clásica y la ópera. Pero uno de los factores clave es, sin duda, el talento de los intérpretes. Nada mejor que una gran estrella para crear afición. Edita Gruberova así lo demostró sobre los escenarios, destacando sobre todo en la Ópera de Viena, en Múnich, en Zúrich o en el Liceu barcelonés, con cuyo público mantuvo un idilio durante cuatro décadas. La legendaria soprano de Bratislava (Eslovaquia), considerada ‘la reina de la coloratura’ y una de las más aplaudidas defensoras del ‘bel canto’ romántico, falleció el lunes 18 de octubre en Zúrich, según anunció la familia de la artista a través de un comunicado emitido por la agencia de la cantante.

Nacida el 23 de diciembre de 1946, Gruberova paseó su talento por los escenarios más importantes del mundo, lanzándose a la fama desde la Ópera de Viena, en la que debutó en la década de 1970 como Reina de la Noche de ‘La flauta mágica’ de Mozart, teatro en el que se despidió de los escenarios y en el que fue honrada con el título de miembro honorario y ‘Kammersänger’, reconocimiento que también le asignó la Bayerische Staatsoper de Múnich. Había debutado en su país como Rosina de ‘Il barbiere di Siviglia’ de Rossini en 1968, mientras que en el Liceu hizo su presentación en 1978 como Konstanze de ‘El rapto del serrallo’ de Mozart. A partir de entonces sus actuaciones en el Gran Teatre se sucederían para ofrecer gran parte de su repertorio, incluyendo una primera etapa con títulos como ‘La traviata’, ‘Lucia di Lammermoor’ o ‘Ariadne auf Naxos’, para posteriormente dar a conocer parte importante de su repertorio belcantista como la trilogía de las reinas Tudor de Donizetti y otros títulos de este autor, como ‘La fille du régiment’, además de las óperas de Bellini ‘I puritani’ o ‘La sonnambula’ y sin olvidar varios recitales y conciertos en los que causaba el delirio de sus incondicionales.

Sus actuaciones siempre dejaban huella. Su dominio técnico era absoluto, al igual que su pasmosa facilidad para emitir pianísimos, agudos y sobreagudos, para ornamentar con trinos, escalas y lo que hiciera falta, haciendo con su voz lo que quería y dejando a los aficionados fascinados ante sus dotes de virtuosa. A pesar de ser una soprano ligera de coloratura, sabía cómo llevarse a su terreno papeles concebidos para tesituras más centrales consiguiendo deslumbrar incluso con papeles ‘a priori’ nada aptos para ella, como sucedió con su ‘Norma’, título de Bellini que incorporó a su repertorio ya en los últimos años de trayectoria. Para la historia del Liceu quedarán aquellas veladas en las que los liceístas no la dejaban marchar del escenario con sus ovaciones una vez acabada la función: con su ‘Maria Stuarda’ de 2003 alcanzó el récord local llegando a los 25 minutos de aplausos. Contribuía de esta forma a mantener al coliseo catalán en la élite del 'belcantismo', en la huella de Montserrat Caballé.

Formada en su país natal, Edita Gruberova comenzó su carrera después de ganar el Concurso de Canto de Toulouse (Francia) para posteriormente instalarse en Viena. Desde allí, siendo miembro de la compañía, fue invitada a cantar en los principales teatros y festivales de Europa, Asia y América, conquistando a todo tipo de audiencias. Trabajó con los más grandes directores musicales y de escena de su época llevando al disco una treintena de títulos para importantes sellos, aunque a partir de 1993 solo lo haría para la casa discográfica que ella misma contribuyó a fundar.

En 2019 decidió retirarse de los escenarios después de una carrera legendaria y plagada de éxitos.