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Arte&letras

Retrato cruel del fracaso de la revolución egipcia

Con prosa maestra Alaa al Aswani relata en ‘La republica era esto’ el fracaso de la revuelta egipcia de 2011 que enterró los sueños de libertad. Aswani demuestra ser la voz literaria más importante de Egipto y heredero fiel del gran Naguib Mahfuz

Alaa al Aswani.

Al iniciarse la década de los 50 del siglo pasado Egipto era una monarquía corrupta y absolutista que tenía sumida al país en un estado de inoperancia y corrupción, con un monarca vendido a los intereses de los británicos, que eran los señores, mientras la mayoría de los egipcios vivía en la degradación y la pobreza y a sus expensas una pequeña élite privilegiada de pachás, beys y amigos del monarca. En 1952 un grupo de militares al mando de Gamal Abdel Nasser decide acabar con ese estado de cosas y de un golpe de estado derrocan la monarquía e intentan poner en marcha un estado democrático y limpio bajo principios del nacionalismo árabe. Se inició así una primavera árabe que pronto fue degenerando y volviendo a los niveles de corrupción, desfachatez e inoperancia de antes, solo que ahora de la mano de los propios egipcios, con los militares y los grandes pachás dominando el cotarro.

El escritor egipcio Alaa Al-Aswani conoció y vivió de pequeño la aventura de la revolución egipcia de 1952 y por su padre, la euforia inicial y después, ya de adulto, la degradación y la degeneración dictatorial del régimen.

La republica era esto Alaa al Aswani Editorial Anagrama Traducción: Noemí Fierro  Precio: 21,90 €

La republica era esto Alaa al Aswani Editorial Anagrama Traducción: Noemí Fierro Precio: 21,90 €

Al inicio de 2010 la situación de descontento y desesperación en muchos países árabes dio paso a levantamientos en Argelia, Libia y otros países en demanda de gobiernos que respetasen la democracia y las libertades.

En Egipto también prendió el fuego de esta nueva primavera árabe y en El Cairo y otras grandes ciudades el levantamiento popular fue poderoso y estalló con furia.

Alaa Al-Aswani, un escritor internacionalmente aclamado por sus novelas, ‘El edificio Yacobián’ o ‘El Automóvil Club de Egipto’, nos relata ahora como fue aquel levantamiento popular de 2011 en su novela ‘La república era esto’, cuando las protestas masivas obligaron al presidente Hosni Mubarak a dimitir en favor del elegido democráticamente Mohamed Morsi, quien fue derrocado de nuevo por los militares un año después lo que escenificaba el fracaso de la revolución y la vuelta a lo de siempre, con el coste personal para muchos.

Lo que se narra en las páginas de la novela es la toma de conciencia de la identidad nacional, el nacionalismo surgente, los primeros pasos emergentes de una nación adormilada por la historia y la dominación militar. Es el resurgir del sentimiento y orgullo nacional expresados en personajes como el joven ingeniero Mazen Saqqa, la maestra Asmá o el joven estudiante de Medicina, Jaled, retratados con la nobleza de espíritu que requiere el momento del país.

También, lógicamente, aparecen esos otros personajes turbios, sin escrúpulos, dueños del poder y sus prebendas. Su mejor ejemplo, el todo poderoso general Alwani, responsable del Aparato del Estado, religioso seguidor del Islam de día, implacable y miserable torturador de noche; o el sheij Shámil, que usaba su máscara de humilde predicador del Islam para amasar fortunas, lujo y mujeres. Un tartufo musulmán.

Cada uno representa una forma de compromiso, a favor de la revuelta o en contra. A través de este compromiso bifurcado afloran las mentalidades de los personajes. Desfilan la hipocresía donde la fe juega un papel importantísimo, con la presentadora de televisión Nurhán; la ingenuidad de Asmá; el temor, el desengaño, la incredulidad del actor Ashraf Waisa, la valentía, el sueño del universitario Jaled, el sueño de un Egipto nuevo, limpio y respetable, del ingeniero Mazen Saqqa, la manipulación y el engaño del jeque Shámil y el odio y la venganza a sus enemigos del implacable general Alwani.

Alaa Al-Aswani sabe dar a cada cual su papel en esta novela coral para mostrar, de una parte, el engranaje corrompido del Estado, el uso a crédito del islamismo religioso a la carta que lo permite todo y legitima incluso la tortura y la hipocresía, mientras que, del otro lado, la revolución, aparece como un acto de necesidad y de coherencia defendida con honestidad.

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