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Arte&letras - Centenario de un genio

Los tebeos que leyó Berlanga

El humor negro y socarrón de sus películas es el de esas viñetas que hablaban de cómo sortear el hambre en cada esquina o de la represión sexual institucionalizada

Los tebeos que leyó Berlanga

En la España de la posguerra, Luis García-Berlanga era uno de esos muchos niños que conseguiría escapar de la terrible realidad circundante leyendo tebeos. El cine de los pobres, que se decía, abría puertas a alejados lugares exóticos donde se vivían las aventuras más increíbles. Los cuadernillos apaisados que producía la Editorial Valenciana eran auténtico alimento de unos sueños que se convertían en el único refugio a salvo del hambre y la miseria. Pero no solo se vivía de las aventuras de El guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín, sino también de ese humor que creó escuela en los tebeos de Bruguera. Pese a las dificultades para que los tebeos llegaran a los kioscos, revistas como Pulgarcito -que justo este mes cumple cien años- consiguieron salvar las dificultades armando una nómina de autores única que, a finales de los años 40 y primeros 50 se conocería como la famosa «Escuela Bruguera». Escobar, Peñarroya, Cifré, Nadal, Conti, Martz Schmidt, Jorge, Iranzo, Vázquez y tantos otros perfeccionaron un estilo de humor particular, vitriólico y corrosivo, que rebosaba el ámbito infantil para dirigirse a niños de «9 a 99 años» con segundas lecturas demoledoras. Tras los gags de apariencia sencilla, revistas como la citada Pulgarcito, El DDT contra las penas o Tío Vivo se convirtieron en el catálogo más fidedigno de la realidad de la calle de la posguerra española.

Los tebeos que leyó Berlanga

Sus chistes eran dardos envenenados contra las duras condiciones de vida que el franquismo imponía, que consiguieron durante años eludir la censura amparados en la inocencia de sus lectores y en la afortunada miopía de unos censores más centrados en la longitud de las faldas y anchura de los escotes. Pero lo cierto es que personajes como el estraperlista Apolino Tarúguez, el pícaro Amapolo Nevera, el hambriento Carpanta, el enamoradizo Cucufato Pí, la cascarrabias Doña Urraca, el afable Don Pío, el «influencer» consiguelotodo Don Danubio, la terrible suegra Doña Tula, los gamberros Zipi y Zape o las solteronas Hermanas Gilda eran realidades palpables de una España desolada que se pueden reencontrar con facilidad en películas como Esa pareja feliz, Bienvenido, Mr Marshall, Novio a la vista, Los jueves, milagro, Plácido, El verdugo o ¡Vivan los novios!. Casi de forma paralela, las películas del director valenciano y los cómics que editaba Bruguera estaban plasmando el retrato más desolador de vida cotidiana española. El humor negro y socarrón de sus películas es el de esos tebeos que hablaban de cómo sortear el hambre en cada esquina o de la represión sexual institucionalizada. Las dificultades de la Familia Cebolleta son las de los protagonistas de las películas de Berlanga, hasta el punto que no es difícil ver a Tony Leblanc como alter ego de Amapolo Nevera, a Manolo Morán como Gordito Relleno, Gracita Morales como Petra o a Fernando Fernández como Tribulete. Por desgracia, la censura finalmente puso su guadaña en los tebeos cerrando series y rebajando la sátira mordaz hasta hacerla desaparecer, en un movimiento que, por fortuna, llegó tarde: la semilla de la Escuela Bruguera siguió floreciendo.

Los tebeos y el primer cine de Berlanga conforman un conjunto coherente y lleno de lazos y relaciones que cimenta la base sobre la que se construye una forma de entender el humor y la cultura popular que llega a nuestro días, pero también reconocido como la mejor estampa de una época de nuestra historia que el discurso oficial quería ocultar.

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