El confinamiento permitió a Felip Cirer indagar en el libro de actos del Ayuntamiento de Sant Joan y en la vida de principios de siglo XX en el municipio gracias a la hemeroteca. Allí topó con un episodio similar al que le mantenía encerrado en casa. En otoño de 1918, se prohibieron las reuniones, fiestas y espectáculos por la pandemia de gripe, que acabó con 261 ibicencos. El cuartel de la Guardia Civil fue el foco principal del pueblo, con la muerte de un agente y su esposa.
«Las medidas que se tomaron entonces son las mismas que ahora», apunta Cirer. Otra constante de la historia son las tensiones entre pueblos vecinos, que en este municipio, casi llegan a dividir su jurisdicción. En verano de 1927, 50 habitantes de Sant Llorenç crearon una comisión para separarse de Sant Joan, provocando que el alcaide, Miquel Tur, les multara con 15 pesetas a cada uno por incumplir la ley que les obligaba a comunicar por escrito su reunión.
Deuda convincente
Los secesionistas no cejaron con su empeño, cartografiando la delimitación exacta de su ansiado municipio, San Lorenzo Mártir. Un año después, «cuando casi se daba por segregado el pueblo», la lucha se desvaneció. El Ayuntamiento había informado a los vecinos de Sant Llorenç de la parte proporcional de la deuda municipal que les tocaría asumir.
En su minuciosa investigación, Cirer recopila desde aspectos de la vida cotidiana a sucesos de relieve internacional como el asesinato, en 1936, de Raoul Alexandre Villain (el francés de sa Cala, magnicida del líder socialista galo Jean Jaurès en 1914). Sin embargo, antes de rescatar todas esas vivencias, el punto de partida de su libro fue el padrón municipal de habitantes de 1936.
A partir de allí, trasladó a una página excel el nombre y todos los datos de los 5.250 habitantes, con sus domicilios y las véndes donde se ubicaban, una información que se adjunta en el libro con un CD. El 74,48% de las mujeres eran amas de casa y el resto constaba «sin oficio», mientras que el 66,96% de los hombres eran pagesos y, el 25,84, sin dedicación oficial. Había 23 comerciantes, 15 peones carreteros, cuatro curas o siete panaderos, los mismos que guardias civiles, entre otras ocupaciones minoritarias.
Inmersión en los documentos
«Yo pensaba que el padrón daría más de sí, pero me di cuenta de que el trabajo necesitaba completarse y eché mano de los documentos», recuerda. Así, ‘Sant Joan de Labritja. Un municipi d’Eivissa. 1900-1936’ logra abarcar también los aspectos humanos y sociales del mundo rural ibicenco, representados en su municipio más despoblado.
Pero si hay episodios que Cirer destaca por encima de los demás son los que reflejan la lucha de los vecinos para exigir mejoras en las infraestructuras. Buen ejemplo de ello son todas las carreteras que se construyeron en la época y el caso hiperbólico de la de Sant Carles a sa Cala, que se empezó a tramitar en 1917 y concluyó en 1962.
«Un hito muy importante fue cuando se reunió el pueblo de Sant Miquel para edificar la escuela de niños y niñas en 1927». Uno de los vecinos, Antoni Marí, Marc, cedió los terrenos y, entre todos, financiaron las obras que el Ayuntamiento reembolsaba en diez años. En la misma localidad fracasó el intento de un «Centro Cultural de Sant Miquel, del que no hay otras referencias», que, en 1931, emprendió una campaña para que las jóvenes renunciaran al vestit pagès. «Llegaron a pedir a los mozos que se alejaran de las chicas con la indumentaria tradicional».
El director de la Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera, Felip Cirer, sacó provecho del confinamiento con la investigación para su nuevo trabajo, ‘Sant Joan de Labritja. Un municipi d’Eivissa. 1900-1936’.