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Arte&letras

Raíces al viento

La antillana Maryse Condé refleja en ‘La Deseada’ los avatares de una identidad por construir

Raíces al viento Fernando Menéndez

Sucede con relativa frecuencia: uno está leyendo un libro y durante esa lectura va descubriendo que mucho antes de leerlo, e incluso de conocerlo, se han dado réplicas, señales previas que anunciaban el encuentro con esa novela o ese libro de poemas que ahora tiene entre sus manos. Me ha sucedido con La Deseada, la nueva novela de Maryse Condé, en la que su protagonista, Marie-Nöelle, remonta la corriente de ese río caudaloso que puede llegar a ser la vida con el objetivo de conocer sus orígenes.

Raíces al viento

Las corrientes circulares de esa réplica me llegaron de manera nítida hacia el final del libro, aunque sospecho que ya se hacían notar mucho antes y a mí me pillaron enfrascado en la trama, relacionándome con los personajes. Un taxista de Guadalupe conduce a Marie-Nöelle por las calles de París. El hombre, al saber que a su coche se ha subido una compatriota, relaja el trato y le hace una confesión con tintes de lamento: que regresó a Guadalupe pero que nunca llegó a sentirse a gusto. Que estaba de más en todas partes. «Sabía que, a sus espaldas, la gente se mofaba de él. Hacía el ridículo. No se cortaba el pelo como Dios manda. Se ponía ropa africana en un patético intento por integrarse. El caso es que no respiró tranquilo hasta que estuvo de regreso en París. Y, sin embargo, tampoco se consideraba francés». Las quejas del taxista resumen una de las partes esenciales de La Deseada. La réplica, como si de una obviedad se tratara, me trajo a la memoria un verso de El hombre de papel, tema del álbum La canción de Juan Perro, de Radio Futura: «Soy indígena de una tierra que nunca existió». Las dificultades para construir una identidad, convierten a la tierra en algo movedizo, incluso secundario. Los lugares tan solo son de paso si no hay nada que nos ratifique. Son raíces al viento. De eso trata también la novela de Condé: para Marie-Nöelle comprender cuál es su identidad (en su doble vertiente de privada y comunitaria) supone un esfuerzo que no siempre será recompensado.

Los personajes

Novela de abundancias: en la que proliferan personajes que aportan su grano de arena a una historia que va construyéndose ante nuestros ojos. Y novela de narraciones: en La Deseada no son pocos los personajes que dan un paso adelante y deciden contar su versión de los hechos, contribuyendo a formar una madeja que el lector desenredará casi a la vez que su protagonista. También la variación de narradores ofrece al libro de Maryse Condé una confrontación de puntos de vista, algo muy importante y que contribuye a la riqueza de sus páginas.

Merece la pena recordar a la autora en alguna de sus declaraciones en la prensa, pues en ellas es fácil vislumbrar el carácter y los intereses, no solo de sus libros más autobiográficos, sino también de La Deseada, ficción muy apegada a sus experiencias personales. Es significativo lo primero que dice en una conversación que mantiene con Marc Bassets para el diario El País: «Es ahora, cuando soy vieja, que la vida es fácil. No tengo problemas de dinero. Mis hijos son adultos. Para mí, vivir significa ser un poco infeliz y pelear, todo el tiempo». Esa infelicidad y esa pelea están relacionadas con el hecho de ser mujer y de no ser blanca. Es la vejez, un horizonte al que se llega después de doblar tantas esquinas, el momento en que se aprecian los logros de una lucha. No llegamos a saber cómo será la vejez de Marie-Nöelle, pero sí podremos comprobar que el final de La Deseada significa, de alguna forma, una conformidad con la vida que le ha tocado y que en parte ha elegido. Al menos algo se ha avanzado, cuando tenía veinte años «lloraba por ella misma y por las amenazas del porvenir». Ahora solo espera que en Boston no nieve demasiado por el invierno.

A La Deseada, por méritos que van mucho más allá de los literarios, le corresponde formar parte de ese corpus de novelas que tratan el tema de la inmigración y sus derivadas (racismo, efectos prolongados del colonialismo, machismo, conflicto cultural...). Un corpus con larga tradición ya en las literaturas francófonas y anglófonas, y que supone una alternativa a un discurso más oficial y metropolitano, un contrapunto a versiones edulcoradas y sesgadas de la realidad.

Toda novela tiene sus espacios y en La Deseada iremos comprobando su importancia. Mucho más que un paisaje, Guadalupe, París, Estados Unidos, forjarán el carácter de Marie-Nöelle. Y también lo harán otros que, sin que llegue a conocerlos, componen un imaginario para ella inevitable e imprescindible. Es el caso de África. Cada vez que aparece algún lugar o paisaje de ese continente lo hace a modo de útero, de vientre materno. Allí empiezan históricamente muchas tragedias y a la vez, por parte de más de un personaje, se mantiene la ilusión de que volver algún día a los orígenes lo hará todo mucho más fácil. Pero hay estigmas que no se evaporan con un simple desplazamiento. Uno de ellos es el que supone ser mujer en ámbitos donde, por el hecho de serlo, resulta ser ninguneada, despreciada, maltratada, asesinada... La literatura de Maryse Condé alza la voz contra esto y lo hace sin renunciar a la literatura. Es más, su obra nos demuestra que es precisamente la literatura una prueba de lo que sucede y no un pliego de cargos contra algo que está ahí afuera.

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