Uto apoya su cabeza en la rodilla de Nerea. La niña, que está a punto de cumplir ocho años, pasa el brazo alrededor de la cabeza peluda de la labrador y apoya su sien izquierda en la testuz del animal, que, sujeto al carrito de la niña, se tumba a su lado. Hace un mes que Uto, Utopía, en realidad, llegó a casa de Nerea, su mellizo Iker y sus padres, Zaira y José, pero la relación de la familia con la perra, que en julio cumplió tres años, comenzó mucho antes. Antes, incluso, de que la propia Uto naciera y cuando Nerea era muy pequeña y estaba muy malita. (Mira aquí todas las fotos)

«Estaba ingresada en la UCI de Son Espases y le dieron un perro de peluche de la fundación Bocalán», recuerda Zaira Martín, madre de Nerea. A raíz de aquel muñeco, la familia comenzó a investigar en qué consistían los perros de terapia y si Nerea, que sufre parálisis cerebral, era apta para tener uno de estos animales. Cuando vieron que sí, descubrieron lo que costaba un ejemplar entrenado para ella y se llevaron las manos a la cabeza. ¡Casi 12.000 euros!

«Ahí entró Proyecto Juntos», comenta la madre frente al parque Marià Villangómez, cerca de donde vive la familia. «Hace casi dos años que hablamos con ellos sobre la necesidad de contar con este apoyo. El coste era muy elevado, pero tuvimos suerte y encontramos rápido una persona que lo financió todo», explica el responsable de la asociación, Carlos Ramón, cuya mano no suelta Nerea.

Con Uto a su lado, la niña mejora la movilidad. La perra le ayuda a subir y bajar escaleras. Pero sobre todo la calma. La relaja. «A veces chilla y tiene algunos problemas de conducta, pero Uto la ayuda mucho», comenta la madre, que recuerda el momento en el que la labrador y la pequeña se encontraron. «Fue precioso. Llegó en una furgoneta. Cuando le abrimos, no paraba de mover la cola y Nerea no hacía más que darle besos», detalla. Aunque ése fue su primer encuentro, la niña ya conocía a Uto. La esperaba. Antes de que se conocieran sus padres le enseñaban fotografías del animal y le explicaban que en algún momento, sería parte de su día a día. Y del de toda la familia. «Ya habíamos tenido perros, pero ninguno de terapia», comenta Zaira. «Todos los días entrenamos un poco con ella, para que no pierda lo aprendido», apunta José Antonio.

Iker confiesa que estaba un poco «nervioso» antes de incluir a Uto en la rutina familiar, pero le encanta la perra. «Es muy lista y muy obediente», comenta. Además, juega con ella. Cuando no lleva su chaleco azul, claro. Y es que cuando la labrador luce esta prenda está en modo trabajo y no se la puede tocar, algo que en la familia tienen muy asumido, pero que tienen que explicar cuando llevan a Nerea al colegio. «Cuando los demás niños la ven quieren acercarse y acariciarla», explica Zaira mientras Uto sigue tumbada en la acera, a los pies del carrito de Nerea, impasible al follón de cámaras, fotógrafos y periodistas que se arremolinan a su alrededor.

«¿Te gusta Uto?», le pregunta Ramón a Nerea, que le escucha atenta, con sus ojazos azules muy abiertos. La pequeña mueve la cabeza de arriba a abajo y un tímido «¡sí!» se hace oír desde detrás de la mascarilla de arcoíris con fondo rosa. El mismo color de la correa que la une a su inseparable compañera de cuatro patas.