César Ordás (León 1949- Formentera 2020) llegó a esta isla en 1974. Su inquietud personal le hizo venir a bordo de un pequeño velero que compartía con unos amigos. Desde entonces se quedó varado en Formentera, donde nacieron sus dos hijos, Celia y Luis. Este artista no se destapó como tal hasta principios del siglo XXI, a pesar de que en su círculo más cercano le animaban a profundizar en su talento.

Cuando llegó a la isla formaba parte de la generación de jóvenes insatisfechos con el sistema que buscaban una alternativa real a su forma de entender la vida y, seguramente, Ordás la encontró en Formentera. Empezó haciendo cinturones de cuero que vendía a los turistas.

Ya en los años ochenta abrió, junto a otros socios, el reconocido quiosco de Anselmo, en Punta Pedrera. Allí, junto al cocinero Antoni Planells, Mendrugo, lograron convertir un lugar sin ningún lujo en centro de peregrinación de cocineros como Juan Mari Arzak, y de artistas y famosos que se mezclaban con los residentes.

Tras el cierre de ese legendario quiosco, coincidiendo con la declaración de la Reserva Natural de Can Marroig, en cuyo entorno se encontraba, Ordás se encerró en su casa y empezó a crear. De su estudio salieron esculturas y pinturas que mostró por primera vez en 2006 en la sala de exposiciones del Consell de Formentera y que luego, en una muestra mucho más completa, repitió en abril de 2009. El resultado fue espectacular, ya que logró vender casi todas sus obras. En 2010 volvió al ataque con una nueva exposición en la que siguió abordando temas locales. La escultura del podenco a tamaño real (adquirida por el Consell), de las payesas en traje tradicional y todo el repertorio de anatomía animal que llegó a esculpir, sin olvidar sus cuadros, son solo una parte de lo que deja un ser humano excepcional que repartió cultura y amistad.