«No puede ser que el peso de todos los niños con necesidades de salud mental de Ibiza y Formentera recaiga sobre dos o tres personas, porque falla una y ...», sostiene la madre de un niño diagnosticado de síndrome de Asperger, que valora el gran trabajo de los profesionales de la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil (Usmij) y en especial de la psiquiatra Magdalena Valverde, a la que tilda de «ángel», pero que incide en que precisan de apoyo para abarcar «todo el trabajo que tienen».

Y es que, subraya, el servicio no puede quedar desatendido cuando alguno de los profesionales falta, como ha sucedido. «Nosotros ahora estamos bien, pero hemos pasado crisis y nos han cambiado dos citas; teníamos que ir [a ver a la psiquiatra] y no pudimos porque no estaba», resalta. Ni tampoco puede ser, apunta, que la atención dependa de la buena voluntad de estos profesionales «porque un día se van a cansar». «Si le mandas un mail, ella te llama y te atiende o te adelante la cita», cuenta sobre su experiencia.

Esta familia llegó a Usmij cuando su hijo cumplió tres años, al detectarle ecolalias, una repetición involuntaria de palabras o frases. «Lo derivaron a Psiquiatría y desde entonces lo trata Magdalena Valverde», indica la madre, que resalta que el diagnóstico de síndrome de Asperger tardó tres años en llegar. «Para ella supuso un reto pues no sabía por dónde cogerlo», dice y añade que aunque al principio les decían que no era autismo, según creció «se vio que sí».

«Ya lo sabíamos»

«Nosotros ya lo sabíamos», subraya y recuerda que el padre del niño y ella buscaban información y que «cada vez» les «parecía más Asperger». Ese diagnóstico lo recibieron «muy bien»: «Nos habían hablado muy bien de la asociación de Asperger y queríamos entrar ya, queríamos que alguien tratase a nuestro hijo y que le enseñase todo lo que nosotros no podíamos», resalta y alaba el papel de las asociaciones detrás de las cuales están, en definitiva, las familias, y que están cubriendo las carencias que tiene la Administración.

Con el diagnóstico, Valverde siguió el tratamiento con su hijo. En su caso, con medicación y terapia. «La terapia la hace ella también; yo nunca he ido a psicólogos» de Usmij, señala. Sí han sido atendidos por la enfermera del servicio, «que es quien controla un poco la medicación», y por la trabajadora social, que fue quien les vio tras la derivación al servicio, antes de llegar a la psiquiatra.

La frecuencia de las visitas depende cómo se encuentre el niño. «Ella nos da las citas pero yo ya no me fijo en si son para tres meses o quince días. Porque lo bueno que tiene es que tú le mandas un email y ella te llama, te atiende», comenta agradecida. Así lo hacen en los momentos «de crisis»: «Crisis puede ser que esté todos los días llorando, que pegue, que tire cosas... Y un día es igual, pero cinco no hay quien lo soporte. O si tú ves a tu hijo que le cuesta respirar porque tiene un ataque de ansiedad, que te está diciendo que se quiere morir... Entonces le mandas un email y te adelanta la cita cuanto puede».

El problema surge si la psiquiatra no está disponible. «Le pueden pasar cosas, se puede poner enferma, como cualquier persona», comenta y agrega que en esos casos, «no hay nadie» para atenderles. Y es que esta mujer no conoce al otro especialista del servicio.

Cambios de citas y sustituciones

A lo largo de 2019 no le ha coincidido que tuvieran que cancelarle cita alguna por ausencia de la psiquiatra. «Ella no ha estado durante un tiempo pero no nos ha coincidido, pues pasamos un periodo en el que estaba bastante estable y no nos tenía que ver», relata. Pero recuerda que sí sucedió en el segundo semestre de 2018: «Creo que teníamos la cita en agosto de 2018 y nos la cambiaron para octubre. En octubre tampoco estaba y no me daban otra cita hasta no sé cuándo. Y ya dije: 'No me espero más'», resalta y agrega que acudió a un especialista de la península para que viera al niño. «Luego enseguida se puso bien, nos cogió y ya está», comenta.

«Cuándo falta un pediatra, ¿no dan cita con otro? Luego querrás ir o no, pero te dan esa posibilidad. O cuando faltan médicos de urgencias, ¿no los sustituyen?», se pregunta al tiempo que incide en que la psiquiatra «debería tener un apoyo», una persona que también conozca a los niños y que pueda sustituirla cuando no esté. «Quiero que si en un momento dado ella no está, haya otra persona que conozca a mi hijo, aunque no sea tanto como ella, y que pueda ayudarnos», subraya y apostilla que no es válido el argumento de que los profesionales no quieren venir a Ibiza : «Págales. Si les pagas, los tienes».

Asimismo, reivindica la necesidad de que la Usmij cuente con un psicólogo para atender a las familias, pues ahora su único apoyo es la psiquiatra. «Nos tienen que enseñar a tratar a un niño que tiene una discapacidad. Yo no sabía cómo tratarlo cuando tenía una rabieta, tiraba cosas, pegaba... Hasta los seis años fue Magdalena Valverde quien nos enseñó a tranquilizarlo, cómo teníamos que hablarle, que si no nos entendía hiciésemos dibujos... Es que tienes que aprender muchas cosas que no sabes», apunta.

Pero no sólo eso. También que les brinde apoyo emocional. «No es fácil llevar adelante una casa con un niño con unas necesidades especiales, con unas dificultades y una manera de ser diferente», afirma y plantea: «¿Por qué no tengo yo alguien a quien acudir si tengo una depresión por este motivo? Estás desamparado. ¿Y qué pasa? Que llego a la consulta de la psiquiatra y le digo: 'Me pasa esto'. Y aunque tendría que estar pendiente del niño, lo está más de los padres porque no tenemos un servicio a dónde ir».