Tres días. Tres voces. Tres capítulos. Así es 'Els cossos elèctrics', la novela con la que el ibicenco Carles Torres ganó el premio Just M. Casero y que, publicado por Empúries, se presenta el próximo 21 de enero en Barcelona (12,30 horas, Llibreria La Impossible) y Girona (19 horas, Llibreria 22). Torres, que hasta ahora había escrito relatos y poesía, quiere hablar de su novela, pero le cuesta. Teme destriparla (hacer un spoiler, para los modernos) y piensa bien cada comentario que hace sobre esta historia ambientada en Ibiza, redactada bajo un emparrado de Formentera y que juega con el tiempo y con el lector. «Construida de fuera hacia adentro, como los círculos concéntricos de una piedra lanzada al agua», describe la editorial.

¿Qué es un cuerpo eléctrico? El título parece más de un libro de física que de literatura.

El libro ha cambiado mucho en sus diferentes versiones. Lo de los cuerpos eléctricos es una frase que pronuncia uno de los personajes. El libro son tres jornadas y las tres acaban con la presencia de agua. Electricidad y agua... Entiendo los cuerpos eléctricos como la energía que nos mueve, pero, quizás, este ambiente acuático, líquido, no les va mucho. En cualquier caso, es una frase que dice un personaje y sirve como título porque me parece llamativo. El título lo tenía muy claro.

Pues ya es mucho.

Bueno, es la cuestión de las energías humanas vinculadas al medio. Somos isleños. Ésa es una lectura que depende de quien lea. Simbólicamente, cada capítulo acaba en agua: una playa, una ducha y una piscina.

El jurado, al definir la novela, hablaba de una comida familiar y una bajada a los infiernos.

Es interesante lo que ve cada uno en una novela. Yo no lo veo, pero si alguien sí, perfecto. Hay una comida familiar que quizás finalmente es falsa. Quizás sólo exista una invitación.

También la definieron como un tríptico.

Sí, la estructura es un tríptico y en él el turismo tiene un peso importante. El turismo deja una huella muy visible en el medio ambiente, la costa, la playa... Pero también la deja en las sociedades: cómo vivimos las islas, cómo nos relacionamos, marca nuestras temporadas vitales... La novela no va de turismo, pero el destrozo moral o ético que nos puede provocar se muestra de forma contundente cuando los protagonistas alquilan una casa y quieren...¿Puedo hacer spoiler?

Hmmmm... Mejor no.

Vale.

Comentaba el destrozo del turismo...

...ético, moral, social, cultural...

...la sensación que deja la novela es como de duermevela, espacios familiares, pero por los que no hemos pasado nunca y, sobre todo, de luz, una luz conocida.

Interesante. En la facultad, una profesora buenísima que tuve, Nora Catelli, nos decía que el miedo es cuando no reconoces aquello familiar. No sé si puede hablar de miedo, en este caso. Tampoco buscaba esa sensación de sueño. Si es por una cuestión de espacios físicos reales ésta es la primera vez que hablo de Ibiza y se reconoce. Lugares que se sabe cómo son. La novela atraviesa Vila, Platja d'en Bossa, Sant Miquel, una casa de campo reconocible por el paisaje...

¿Es difícil ver una novela desde dentro cuando todos los demás la vemos desde fuera?

[Ríe] Supongo que de eso se trata. Yo hago una propuesta, es la mía. Es importante que enganche a los lectores y que luego ellos la interpreten. Eso es lo divertido.

¿Cuándo nació 'Els cossos elèctrics'?

La tenía pensada hace mucho tiempo, pero redactarla... Diferencio entre redactar y escribir. Escribir lo haces constantemente, tomas anotaciones mentalmente y le das vueltas a otras cosas. Así he estado un año y medio o dos. Redactar es cuando te sientas a darle forma. Pues en ese momento, cuando te pones a redactar, cambian las cosas. En este caso sabía cómo quería acabar, pero tenía que encontrar la forma de llegar ahí y que fuera verosímil. Quizás me equivoco, pero una de las claves de este tríptico es que el primer capítulo no se parece a nada de lo que pasará después. Y eso, igual, desconcierta. En él se presenta un personaje, una de las tres voces, un joven que describe su relación con la isla y la familiar. La primera entrada al libro es un pórtico conocido: una isla. Luego hay giros argumentales y pasan cosas que, seguramente, no se esperan.

Tenía claro a dónde quería llegar pero, ¿la novela le dejaba?

La historia siempre manda. Creo. Como la tienes tan trabajada mentalmente igual de forma inconsciente te lleva a los sitios a los que querías llegar. Lo que yo hago es escribir y escribir, reescribir, corregir... Tengo unos caminos trazados, pero a veces ellos mismos te dicen que por ahí no y tienes que ir por otro lado. Manda la historia.

El jurado destacó el «lenguaje espléndido» de la novela. Para un filólogo esto es un piropazo, ¿no?

[Ríe] A ver, la materia de las novelas es la lengua. Me gusta que se destaque que hay un buen nivel de lenguaje. 'Els cossos elèctrics' está escrito con las formas léxicas y verbales más próximas y morfología verbal balear. Me gusta que se pueda publicar así y salir fuera de aquí. Además, lo publica Empúries, que es una pasada. La lengua es la materia de la literatura y si está trabajada, ayudas al lector.

¿La maltratamos mucho?

Supongo que depende del contexto. La lengua no existe sin nosotros. Si la maltratamos nos maltratamos a nosotros mismos. Me gusta cuidar la lengua que escribo, hacerlo es cuidar la literatura que haces. El cuento, el poema, la novela...

Había escrito poemas y relatos. Cosas cortas. ¿Escribir una novela ha sido difícil?

Más que difícil, largo. El campo visual es más amplio y te obliga a tener más perspectiva. Ése fue el reto de este premio. Me presenté por eso, porque pedían novela breve, entre 80 y 120 páginas, no 200. Es un género diferente. Es mi primer intento de novela y cuando me dijeron que debía ir a Girona porque era finalista o ganador ya estaba muy contento.

¿Intuía que ganaría?

No. Fui allí sin saberlo.

Es una novela que exige un poco de trabajo al lector.

Sí, pero es una exigencia de pocas páginas. Es breve, pero intensa. Y, por ejemplo, la primera voz...

Habla de voces, no de personajes.

Es que es una novela con tres primeras personas, por eso hablo de voces, no de personajes. Luego también están las citas bíblicas del Antiguo Testamento del principio. Son clave. Cuando las descubrí, me animaron mucho a acabar el libro. No es nada místico, pero me daban la razón en la historia: «Si el tercer día aún queda carne del sacrificio se tendrá que quemar», «Presenta sal con todas sus ofrendas» y... Ahora no me acuerdo de la tercera cita, pero no sé si deberías ponerlas.

¿Por?

Igual dan pistas de la trama. [Piensa] Bueno, ponlas. Hace poco pasamos un día en familia y una de mis sobrinas, al ver el libro, preguntó si hablaba de nosotros.

¿Es autobiográfico?

No. Sí aparecen personajes de mi familia. Me gusta. Sale mi abuelo, mis tíos... Pero desde la visión de cuando yo era pequeño, no de ahora. Es la visión que yo tenía de ellos cuando era niño. Es algo un poco imposible. El personaje tiene 24 años pero hablo, por ejemplo, de mis tíos que tenían un kiosco pequeño en Cala Llonga en los años 70. Es una licencia. Al leerlo, no caes en ello, pero yo lo sé.

¿Es posible recuperar esa visión de la infancia cuando uno tiene ya una edad?

Tiene que ver con cómo me gusta escribir, afrontar la escritura: jugando. La escritura es un juego de adultos. Juegas con personajes, con cosas que no existen, coges pedazos de la realidad y los haces tuyos... Quizás nunca he acabado de perder ese sentido del juego. Los adultos tendríamos que jugar más.

¿Por qué no lo hacemos?

Igual porque no nos escuchamos. Vivir en Formentera me ha hecho escucharme más. A ver, que puedo estar equivocándome y escuchándome al mismo tiempo. ¡Ah! Ya me acuerdo de la tercera cita.

Dígamela.

«Comeréis pan hasta saciaros».

¿Se leyó el Antiguo Testamento para esto de las citas?

Sólo te diré que hice trampas. ¿Sabes qué he descubierto?

¿Qué ha descubierto?

Que en el Antiguo Testamento no aparece la palabra niños. Habla de mujeres, de hombres, de hijos y de hijas, pero no de niños. El concepto niños no existe.

¿Qué está escribiendo o redactando ahora?

Pues estoy escribiendo mucho, pero no me gusta hablar de lo que estoy haciendo.

No me diga que le da miedo gafarlo.

No, ya no. Antes sí. No me da miedo gafarlo, pero es que estoy con tres cosas entre manos y no sé cuándo estará.

Ahora que está a punto de llegar a las librerías, ¿confiaba en esta novela?

No. [Ríe] Me presenté teniendo en cuenta que era difícil ganar el Just M. Casero porque era un premio conocido, pero me gustaba que el jurado seleccionaba las novelas en varias rondas y que las actas eran públicas.

¿Por qué le cuesta tanto hablar de su novela?

Porque no quiero destriparla y no sé hasta dónde puedo contar. Tú sabes cómo es la novela. Si le dices a alguien que empieza de una forma y que acaba de tal otra ya se la has contado. Ha pasado por muchos cambios y versiones.

¿Cómo la escribió? Antes escribía en el ferri entre Ibiza y Formentera.

Durante las dos semanas de vacaciones que tuve en agosto. Quería arreglar el jardín y una pared de piedra. Me levantaba a las siete de la mañana, desayunaba, me ponía con la pared y a las nueve, cuando ya hacía calor, me ponía en la hamaca bajo la enramada a redactar. Y así cada día porque tenía un plazo para acabarla. Lo disfruté mucho. Es curioso. Construía la pared de piedra con las manos y creo que eso me ayudaba a la hora de redactar, de construir la novela. Lo bueno es que cuando estás en ese momento ya no puedes parar. Tienes que seguir y la novela ya habla sola, quiere que la continúes. No era redactar, era llegar. Ha tenido mil lecturas y revisiones y los personajes se han matizado. Ahora ella, la chica, me gusta mucho más, tiene una vida más intensa, más marcada que en la primera versión. Y el cónsul también me agrada más ahora, con sus tics que dan un punto cómico. Y hay un elemento patrimonial que me gusta mucho: la casa payesa con un horno. También es protagonista y es por donde me gustaría seguir.

¿Perdón?

Pues me gustaría que otras novelas que escriba tuvieran también un elemento arquitectónico clave.

O sea, que hay otra novela en marcha.

Sí, ya tengo el argumento. Si apagas la grabadora te lo cuento.