El color predomina desde hace algunos años en la vida de Christine Spengler. Para darse cuenta de ello solo hay que observar su forma de vestir, en tonos vivos y alegres, o contemplar algunos de los bodegones surrealistas que crea con la luz dorada de su querida Cala Gració, donde tiene su residencia ibicenca. Sin embargo, no siempre fue así. En el pasado solo había cabida para el luto por el hermano fallecido, Eric, y para el blanco y negro de sus imágenes de guerra, donde a pesar de la tragedia, siempre trató de capturar un rayo de esperanza. Todo ese recorrido vital lo reproduce con sensibilidad y originalidad el largometraje 'Moonface. Una mujer en la guerra', que se proyectó ayer en el Club Diario de Ibiza ante la mirada atenta de más de un centenar de personas. Muchas de ellas habían acudido con más de media hora de antelación al evento para saludar a la fotógrafa francesa, adquirir uno de sus libros y contemplar las obras de su última exposición, 'Ibiza, la serenidad recobrada'. Su comisaria, Carmina Claret, acudió a la cita junto a su marido, Carlos Sentís, y su hijo David.

Entre el público congregado, estaban Javier Moll y Arantza Sarasola, presidente y vicepresidenta de Prensa Ibérica, acompañados por Joan Serra, subdirector general de contenidos de Prensa Ibérica para Cataluña y Balears, y Cristina Martín, directora de Diario de Ibiza. Acudieron también personalidades como Santiago Martínez Lage, Pina y Alfonso Ferrari, Santiago Ybarra Churruca y Mercedes Baptista de Ybarra, condes de El Abra, y Camilla de Habsburgo-Lorena, descendiente del Archiduque Luis Salvador.

Christine Spengler, junto a su compañero Phillippe Warner, comenzó la presentación del documental, del que es coautora, excusando la presencia de su director y guionista, Xavi Herrero. «Está de viaje por Barcelona y Madrid trabajando para que a partir de Navidad 'Moonface. Una mujer en la guerra', se pueda ver en las salas de cines españolas», anunció.

La primera foto

Tras esta breve introducción, toda la atención de los espectadores se dirigió hacia la pantalla de la sala, donde empezaron a sucederse las imágenes que narran la fascinante trayectoria profesional de esta intrépida corresponsal de guerra reconvertida en artista surrealista.

«Tengo la impresión de haber nacido el día de mi primera foto». Lo dice Spengler en los primeros minutos del largometraje. Su envolvente voz en off es la que sirve de hilo de conductor para el relato de la historia, que comienza en 1970 en el Chad, tras el fallecimiento de su padre, en «un viaje iniciático» junto a su hermano en el que descubre su verdadera vocación, la de fotógrafa y corresponsal de guerra. Ella pensaba que quería ser escritora, pero con la cámara Nikon que le prestó Eric en la mano, se dio cuenta de que no sentía «ni frío, ni calor, ni miedo» y de que había nacido «para dar testimonio».

De formación autodidacta, Spengler viajó a Irlanda del Norte en 1972 para aprender su oficio sobre el terreno. Allí captó su primera foto famosa, 'Carnaval en Belfast', que se publicó, entre otros medios en Life y Paris Match. Viajó luego a Vietnam. Fue la única mujer fotógrafa de guerra en la zona.

El documental, en el que se intercalan las imágenes más icónicas de la reportera gráfica con imágenes de archivo de los distintos conflictos bélicos en los que estuvo presente, también desvela algunos de los episodios personales que más marcaron a Spengler. El principal, el fallecimiento de su hermano Eric. Tras la trágica noticia, la fotógrafa decidió «volver al frente» con la idea de que su duelo personal sería más llevadero en medio del caos de la guerra. En realidad, confiesa en el documental, lo que buscaba era «la muerte».

«El miedo no lo conocía» y eso le permitió estar presente en algunos de los conflictos más destacados de la segunda mitad del siglo XX para retratar con una sensibilidad especial el horror de la guerra. Para ella «lo importante era plasmar los rostros de la tragedia». Lo hacía con su particular mirada, dispuesta a captar los momentos de esperanza y de ternura en medio de la barbarie. No siempre le fue posible. En Afganistán, Kosovo e Irak no fue capaz de ver un ápice de «esperanza» para plasmarla con su cámara.

No todo es guerra en 'Moonface'. También se abordan otras facetas de Spengler, como la de fotógrafa de moda, escritora o artista, vocación a la que ha dado rienda suelta en Eivissa. Esta isla es la que le sirvió de refugio tras cada conflicto bélico y la que le ha dado la luz para sus obras.

El primer fotomontaje que realizó en color fue diez años después de la muerte de Eric, tras visitar su tumba en Alsacia, su tierra natal. Fue entonces cuando empezó a crear «bodegones oníricos» de sus seres queridos desaparecidos. Con ellos, dice, descubrió la manera de «abolir la barrera entre los vivos y los muertos».

En 'Moonface' aparecen imágenes de su madre, la artista surrealista Huguette Spengler, y del diseñador Christian Lacroix. Otro de los protagonistas es su inseparable compañero, Phillippe Warner, que ayer sorprendió al público con dos canciones de su cosecha dedicadas a Spengler. Con su melódica voz puso la nota de color y alegría a una noche que acabó con alguna lágrima de emoción, aplausos y «¡bravos!» para los protagonistas.