«Yo no soy ceramista. Soy alfarero. No tengo pretensiones ni soy megalómano. Que los otros sean ceramistas». Las palabras de Giuseppe Pinu Albanese (Calabria, 1939 - Ibiza, 2019) en una entrevista concedida a Diario de Ibiza en 1987 son una auténtica declaración de principios, de compromiso y de amor por su profesión. Albanese falleció el pasado domingo después de 50 años viviendo en la isla, a la que llegó en 1969 como guía turístico y en la que pronto montó un taller alfarero, Hellas, primero en Dalt Vila y después en la carretera de Sant Josep, en Can Bellotera.

Nacido en Nicotera (Calabria) en 1939, estudió en Italia y Suiza, aprendió el arte de la cerámica en Darmstadt (Alemania) y viajó y tuvo un sinfín de oficios por Grecia, Turquía, Francia, Inglaterra y Estados Unidos antes de recalar en Ibiza.

«Era una persona espontánea y temperamental, cálida y cercana. Siempre dispuesto a una charla en compañía de buena gente y de un buen vaso de vino. Muchos de sus amigos decían que era un filósofo. Sus ideas, que expresaba con franqueza eran siempre originales, pues rehuía la mediocridad y la superficialidad», cuentan su esposa e hijos, Stephanie, Patrizio y Paolo, en una carta escrita después de su muerte.

La cultura griega

La cultura griega

Su amor por la cultura griega hizo que bautizara Hellas a sus dos tiendas y que buscara siempre el clasicismo en sus piezas, que torneaba a la manera tradicional mientras escuchaba a Vivaldi o a Mikis Theodorakis: «Cuido mucho la pureza de la forma, dejando atrás todo el barroquismo de los falsos alfareros», afirmaba.

Pinu cultivó la amistad y se adaptó pronto a la vida de la isla: «Estoy muy a gusto en Ibiza, y la prueba es que he aprendido ibicenco en seguida -aseguraba en una entrevista en este diario en 1974-. Lo lógico es que el que venga no se inhiba de todo y participe en la vida de Ibiza. Borrar estos engendros arquitectónicos ya es imposible, y de hecho el progreso se ha de fomentar, pero de manera que no rompa con la vida que se ha llevado siempre en Ibiza y que es la auténtica, porque para algo se ha llevado durante siglos... Los ibicencos no deben cambiar. Los que venimos, sí».

En la carta de sus familiares cuentan que en sus últimos años vivió muy unido a su familia y a su casa de campo en la isla, rodeado de los recuerdos de sus viajes y objetos artísticos y cuidando su jardín: «Entusiasta de la naturaleza y el arte, en especial de la música, adoraba las canciones napolitanas, la música clásica y el tango. Estos sonidos, como los libros, cuadros y estatuas, también formaban parte de la decoración de nuestra casa».

Su velatorio se celebró el martes y ya descansa en el Cementeri Nou de Sant Jordi. Deja esposa y dos hijos, uno de ellos, Paolo, es hoy alcalde de la localidad navarra de Sartaguda.