Los ibicencos no se hicieron ayer de rogar: después de cinco días de lluvia, frío y vendaval, bastaron unos rayos de sol, los primeros en una semana, para que llenaran el paseo de Vara de Rey en busca de libros y rosas. El día de Sant Jordi era la excusa perfecta para poder salir, al fin, de casa.

Pedro González, copropietario de Sa Cultural, llama «experiencia sensorial» a esa necesidad que tienen algunas personas de acudir a las librerías, de hojear, como ayer, las novelas y ensayos colocados ordenadamente sobre los estands. Es, asegura, lo que aún les permite salir adelante: «Seguimos vivos a pesar de Amazon», indica. Hace dos años y medio, González abrió la librería, una heroicidad en medio del cierre masivo de este tipo de negocios. Y dice estar «muy contento». ¿El truco? «Trabajar, además de como librero, de gestor cultural», con actos y presentaciones de nuevos títulos en su local, además de estar siempre dispuesto a aconsejar lecturas (muy recomendables). Otra de las ventajas respecto al auge de Internet es esa «experiencia sensorial» que supone hojear un libro frente a las compras en la web, «que no son algo físico ni real; el lector prefiere una librería». También es fundamental que los clientes perciban que disfrutan con su trabajo: «Lo notan», dice con una sonrisa.

Sa Cultural distribuyó ayer sus libros en 30 metros de estand. Hipérbole, en 60. Quizás es la manera de rellenar los huecos que, por defunción, van dejando otros comercios del ramo. Julián Sanz, encargado de Hipérbole, coincide con González en que «los buenos lectores» necesitan pasar por sus tiendas para tocar y oler los libros: «Es un tipo de compra relajada, no como la compulsiva de Internet».

Eso les salva, de momento, frente a la gigantesca competencia de Fnac, Casa del Libro o negocios similares, aunque además buscan fórmulas para que el pulso no sea tan desigual: «Ahora intentamos que las plataformas logísticas aceleren la entrega de los libros, de manera que nuestro servicio sea más rápido y podamos competir con la inmediatez de, por ejemplo, Amazon».

Otro de los agujeros abiertos en la línea de flotación de las librerías, y que amenaza su naufragio, es que los centros educativos y las asociaciones de padres de alumnos les han birlado una de sus principales entradas de capital, la venta de libros de texto: «Esa ha sido la causa del cierre de muchas librerías», afirma Sanz.

Los editores ibicencos, como Miquel Costa, aseguran que se vive uno de los mejores momentos: «Se publica más que nunca. El sector tiene salud». Él presentaba para Sant Jordi el volumen sobre el restaurante Ca n'Alfredo; 'Estació Ibosim', de Rafel Riera, y la historia sobre Sant Antoni de Marià Torres. Otra cosa es su opinión sobre el papel del Consell: « No coment», dice Costa. Sí comenta sobre el Govern balear: «Ha mejorado bastante esta legislatura. ¿Vila? Sigue la misma línea».

Más explícito es Ramon Mayol, propietario de Edicions Aïllades, que se presentó en Vara de Rey con tres novedades: '100 gloses de Vicent Jeroni', 'Ibiza Estrellada' (del que es autor) y la reedición de 'Mots i brasses', de Nora Albert: «Ha sido una legislatura perdida con el Consell. Mejor no hablo del conseller de Cultura [David Ribas], porque me pongo de mala leche. Espero que ahora [con las elecciones] haya un cambio, me da igual de qué color sea». Considera que, respecto a las editoriales, «se necesitan políticos con más sensibilidad por la cultura».

Una de las cosas que deberían cambiar es la política editorial del propio Consell: «La institución insular es nuestra competidora. Edita más que nadie. En Mallorca se hacen las cosas de una manera diferente. Allí, el Consell no publica, sino que pasa ese papel a los editores».

«La cosa -admite Mayol- va mal, muy mal. Si quisiera hacer negocio, sería dj o vendería cds en la playa. Para esto hay que tener vocación. Cuesta mucho sacar esto adelante. Vamos con la lengua fuera».

Neus Escandell, propietaria de Balàfia Postals, cree, como Miquel Costa, que se vive un buen momento editorial en la isla: «Las instituciones, más o menos responden». Escandell ha encontrado un filón en las entidades privadas, como fundaciones y empresas. Sus aportaciones han permitido que la flamante 'Historia de Ibiza' pueda venderse a un precio asequible: «De lo contrario, habría sido prohibitivo». Es la primera vez que toca a esa puerta, y se arrepiente de no haberlo intentando antes. «Es muy difícil -explica Escandell- llevar una editorial local. Nos manejamos con cantidades muy pequeñas, lo que hace que los libros se encarezcan».

A la espera de que el Consell saque la convocatoria pública de ayudas a los libros publicados desde junio de 2017 hasta la actualidad, hace la misma crítica a esa institución que Mayol: publica mucho, no deja que se encarguen de eso los editores y, además, luego ni siquiera distribuye los libros. Es, indica, «un gasto público sin repercusión». Considera que las ediciones no deberían correr a cuenta del Consell, sino que deberían convocarse concursos públicos: «Y que no se den a dedo».

Ser editor supone hacer malabarismos, mantener el equilibrio en una permanente cuerda floja, sin red protectora. No es fácil, ni barato, publicar. Y aun así, ayer había en Vara de Rey una decena de puestos de autoediciones.