Cinco minutos antes de las 11 horas la iglesia de Sant Jordi estaba casi llena. Fuera, políticos y otras fuerzas vivas de la localidad formaban corrillos, justo antes de entrar. También aguardaban los miembros de la Colla de Sant Jordi y los oficiantes de la ceremonia detrás, para entrar en procesión.

Después de cuatro días de lluvia, viento y cielos plomizos, ayer 23 de abril, no llovía pero seguía nuboso. En los corrillos en la puerta del templo los comentarios trataban sobre el clima. «Estoy harta de tanta lluvia y mal tiempo», decía una joven periodista.

Con algo de retraso (11.15 horas) comenzaba la misa, primer paso de un programa que se repite en cada día central de las fiestas populares de la isla, misa seguida de procesión, baile payés y picoteo.

Mientras los fieles atendían al oficioso religioso, en el exterior algunos se daban una vuelta por la plaza de la iglesia en la que el Ayuntamiento había instalado un pequeño mercado artesano. Los puestos ofrecían lo habitual, artesanía como pinturas y joyas de plata; libros por ser Sant Jordi y también algo no tan habitual, un puesto de muñecas vestidas como payesas, adlib o hippies.

Su autor es Vicente Quilis un alicantino de Onil que hace a mano vestidos de payesa con la emprendada (o conjunto de joyas que exhiben las payesas en fiestas y ocasiones especiales), de payés, de moda adlib o hippy. Las muñecas las fabrica su familia en su pueblo, uno de los centros jugueteros del país.

Tras una hora, a las 12.15 horas acabó la misa, lo que provocó la salida de los fieles. Entre ellos, infiltrados, salieron también unos pocos turistas. Tras la salida, en un pasillo formado por vecinos y miembros de la colla volaban los comentarios acerca de la misa. Nieves y Maria, ambas vecinas del Sant Jordi se declararon fans de las fiestas y aseguraron que les había «gustado mucho la misa». Destacaron que el párroco de Sant Jordi les pidió a todos que llevaran a sus «hijos y nietos a las fiestas, para mantener la tradición». Además, Nieves quiso dejar claro que entre «la carretera y que el autobús ya no para en el centro de Ibiza ciudad», desde que abrió la estación de autobuses, «han partido Sant Jordi».

Y salió el sol

Y salió el sol

A continuación aparecieron los portadores de la cruz y el estandarte de la parroquia. Sin embargo, un problema con uno de los cordones del estandarte, un nudo rebelde, bloqueó la salida. La imagen del patrón, Sant Jordi, se paró justo detrás, aún debajo del porche de la iglesia. Y en ese preciso instante el cielo se abrió y los rayos del sol se abrieron camino a través de las nubes.

En el exterior una mezcla de lugareños y turistas esperaban el inicio de la procesión, que echó a andar unos minutos después. En cuanto estuvo en movimiento las nubes habían desaparecido y empezó a hacer calor.

Con Sant Jordi a la cabeza, la procesión bajó por la calle Vicent Serra ante la atenta mirada de Pablo Casado (o al menos de una de sus banderolas electorales colgada de una farola). Tras el patrón, seis imágenes más. El line up lo formaban Sant Josep, Sant Vicent Ferrer, Sant Isidro, Sant Antoni, San Mariano, la Inmaculada y la Virgen del Carmen.

Luego remontaron la carretera del aeropuerto hasta la calle Montblanc, en la que enlazaron con la calle de la Plaça Major. En ésta pasaron por delante de la mesa que había instalado la biblioteca municipal de Sant Jordi. En ella regalaban libros a quien quisiera llevárselos, aunque sin abusar, no más de tres por persona. Además, tenían juegos de bolsas reutilizables de colores para la recogida selectiva de residuos. «¡Son gratis!» animaba una de las trabajadoras de la biblioteca a los que las miraban pero no cogían.

Tras bordear la plaza de la iglesia a través de la feria instalada para las fiestas, la procesión fue a parar, de nuevo a la calle Vicent Serra, donde les recibió Albert Rivera, animándoles a regresar a la parroquia del pueblo con un ¡Vamos! de ánimo.

Tras la procesión los miembros de la colla salieron de nuevo del templo. El sol era cada vez más fuerte y el calor aumentaba. Así lo reconocía Nieves Bonet, que lleva bailando 24 años desde los siete, cuando fue a «una ballada de pou», le ofrecieron «apuntarse a la colla» y aceptó. Junto a ella el resto de integrantes amen de un buen número de niños pequeños. Por lo que a la colla respecta, el deseo del cura de Sant Jordi parece garantizado.

Los integrantes de la colla subieron a los carros en los que dieron dos vueltas alrededor de la iglesia antes de bajarse frente al templo. Entonces llegó el momento del baile payés, otro de los momentos cumbre y con más tradición en las fiestas populares de la isla.

Como es habitual, los balladors hicieron las delicias de los fotógrafos, los turistas y los vecinos del pueblo, que llenaba la plaza. Especialmente, los niños más pequeños que se animaban ya a bailar ante tanta gente.

Mientras la colla exhibía su pericia, algunas personas recorrían la plaza repartiendo dulces a diestro y siniestro. En esta ocasión, a las tradicionales orelletes les acompañó algo de flaó.