Sant Antoni oyó ayer gritos de guerra. «¡Por cartago!» , voceaban las tropas cartaginesas frente al Ayuntamiento poniendo la espada en alto justo antes de enfrentarse, una vez más, a los soldados del Imperio Romano. No se trató de una cuarta guerra púnica, sino de la XIV edición de la Fiesta de Cartagineses y Romanos que se celebra cada año dentro del programa de fiestas de Sant Bartomeu.

Más de cuarenta cartagineses se concentraron a las seis de la tarde de ayer en Sant Antoni preparados con sus escudos, sus cascos y su 'pócima', un barril de sangría atado a un carrito, que sirvió de gasolina al ejército. Mientras que para algunos fue suficiente el cepillo de una escoba y un casco de bici para convertirse en cartaginés, otros reciclaban escudos, y otros tantos decidieron comprar el traje porque se estrenaban este año. Eso sí, todos tenían ganas de derrotar a Roma. Los tambores empezaron a sonar y la bandera de Cartago, agitada por uno de los portmanyins, ondeó agresiva. Los cartagineses se pusieron en marcha presididos por 'Hannah', un caballo blanco que, decidido, indicaba el camino hacia el campo de batalla.

Sin embargo, los cartagineses no quisieron ir a la guerra sin antes recorrer algunas de las calles de Sant Antoni. «Arriba Cartago», gritaban al unísono. Los turistas contemplaban la escena atónitos y emitían gritos de guerra en apoyo del ejército cartaginés. Al ritmo de los tambores de Es Peritrons, miembros de la asociación del Vuit d'Agost, los cartagineses atravesaron el paseo marítimo y llegaron a la platja de s'Arenal, donde cientos de espectadores esperaban a ser testigos de la batalla más suculenta de la historia.

El ejército romano (interpretado por los josepins) apareció sobre las ocho menos cuarto de la tarde desde el otro lado de la bahía, siguiendo a un caballo castaño y un cartel que rezaba 'Roma', para que no hubiera lugar a confusiones. «Somos casi trescientos», bromeó un romano desde la distancia; sin embargo, no superaban en número a los cartagineses. «¿Queréis hacer las paces?», preguntó un año más el Mago Albert, mediador del conflicto, que repitió la pregunta en inglés para los turistas. «¡No!», exclamaron ambos ejércitos. «Entonces, ya que no hay tratado de paz, que el público haga la cuenta atrás», anunció Albert. Al grito de cero, los ejércitos de Roma y Cartago se abalanzaron contra el cargamento, más de dos tonelas tomates (que proporcionó la frutería Agroibiza) y atacaron a 'tomatazo' limpio al enemigo.

Algunos no dudaron en lanzar las hortalizas de tres en tres, mientras que otros se olvidaron de utilizar su escudo casero, lo que provocó algún que otro incidente. Los cartagineses, entre los que se encontraba el concejal de fiestas Raúl Díaz, hicieron uso de su ingenio y volcaron los cajones de gran tamaño que contenían los tomates, para utilizarlos de escudo y formar así un buen frente. El público también tuvo que esquivar más de un 'tomatazo' que, desviado, se salía del campo de batalla. Protección civil estuvo presente durante toda la batalla, aunque fue uno de sus miembros quien también recibió un golpe desafortunado con una de estas hortalizas. «No vale cansarse», dictó el mediador. Y no lo hiceron, durante un cuarto de hora Roma y Cartago resolvieron sus diferencias, que finalmente solucionaron con una foto de grupo y al grito de «Campeones». Al final de la batalla algunos de los soldados se tiraron al mar para desprenderse del zumo de tomate y continuar con la fiesta, que prosiguió con una barbacoa, los conciertos de 'Stone Corners' y 'Amparanoia' y fuegos artificiales.