En la breve estancia de finales del verano de 1919, que el destino convertiría prácticamente en la penúltima etapa de su carrera y, lo que es más importante, la última de mar, Joaquín Sorolla (1863-1923) supo captar la identidad estética de la isla y pensamos que este hombre ya mayor quedó fascinado por la singularidad de Ibiza, a la que prometió volver el año siguiente. No pudo ser. En junio de 1920 sufrió una hemiplejia que le dejó impedido durante los tres años de vida que le quedaban. Algunas biografías de Sorolla se interrumpen cuando en junio de 1919 el pintor ultima el encargo de Huntington, la Visión de España, para la Hispanic Society de America. Sin embargo, en el final del verano de ese año y primeros meses de 1920, en Sorolla se mantuvo bien activo, culminando su faceta de retratista y, sobre todo, pintando jardines primorosos como podemos ver en la exposición que se exhibe actualmente en la Fundación Bancaixa de Valencia.

Su influencia está en la obra de Narcís Puget Viñas (1874-1960), autor de cuadros, algunos de pequeño formato al estilo en cierto modo también de otro gran pintor valenciano, Ignacio Pinazo, que describen los ritos y costumbres típicas, las mujeres del campo, fiestas tradicionales, la procesión del Corpus, la berenada popular en Puig des Molins y los personajes con la indumentaria típica de la Ibiza rural. Joaquín Sorolla lo conoció con ocasión de la visita de septiembre de 1919 y, según las crónicas de la época, le disuadió de proseguir su carrera de fotógrafo y de responsable de la academia de dibujo y pintura que tenía en un piso del paseo de Vara de Rey. Para evocar la figura de Puget Viñas nada mejor que el soberbio autorretrato de 1933 que cuelga en el museo, con su testa leonina y la barba libertaria, el bello retrato a la acuarela hecho por su hijo y las fotos en las que le vemos con su barba poblada y blanca y la foto, anciano ya, en pleno campo ibicenco con los bártulos del oficio de pintor. También se nota esa influencia del artista valenciano en Laureà Barrau i Buñol (1863-1957), pintor prácticamente coetáneo, nueve años mayor que Puget Viñas y nacido el mismo año que Sorolla, 1863. Su museo se encuentra en Santa Eulària, la villa donde fallecieron Barrau, en 1957, y Puget Viñas tres años después, a los 94 años. Barrau se había instalado desde su Cataluña natal en la isla en 1911. Sus obras -oleos, dibujos y acuarelas- recrean el universo colorista y refinado propio de un excelente pintor de género, que fue discípulo directo en París de Gérôme y cuya producción puede ser incluida en el catálogo de los grandes pintores catalanes postmodernistas, tras dejar pronto la senda historicista de 'La rendición de Gerona' (1884). De hecho, tras sus años de formación, vivió en París, fue discípulo directo de Gérôme y convivió con la colonia de artistas españoles. Fruto de ello y de sus frecuentes viajes es un estilo cosmopolita que, con el paso del tiempo, fue evolucionado hacia un estilo más comercial influido por el eco del último Renoir y por las tendencias estéticas de los años 30, su época más valorada. Son espléndidos los retratos al óleo y los numerosos dibujos que dedicó a su mujer, la francesa Berta Vallier, 18 años más joven, una relación que me recuerda el amor incombustible de Joaquín Sorolla y Clotilde García.

Estilo abierto

Hay que felicitar al Ayuntamiento de Santa Eulària por la meritoria labor de investigación y documentación y recuperación de este relevante artista, incluido el libro magnifico que ha patrocinado. ¿Impresionistas? ¿Postimpresionistas? Da igual, cada uno en su estilo (Puget mas costumbrista, más local, más rural, más campesino, más ibicenco; Barrau, más cosmopolita) ambos representan ese estilo abierto del arte de entre siglos donde la pintura se ha desprendido de las limitaciones del academicismo y de las servidumbres de la pintura histórica y de la pintura religiosa como géneros casi normativos, para abrirse al aire libre y a la naturaleza. No fueron pintores de vanguardia -las vanguardias históricas ya se estaban gestando en aquellas primeras décadas del siglo XX- porque eran algo mayores de edad, porque desarrollaron su obra en un entorno cultural distinto pero, sobre todo, porque quisieron cultivar su estilo propio. Su figuración personal, llena de luz y de color, pero también de sentimientos.

De estos pintores, Sorolla, Puget y Barrau, destacaría algunas características comunes, como la formación académica, aquí no hay aficionados ni casualidades. Hay horas de academia, aprendizaje y esfuerzo en los talleres, becas, viajes y concursos. Formación académica no significa academicismo. De hecho, Sorolla y sus seguidores se distancian radicalmente del clasicismo y del historicismo, de mero paisajismo y de la retratística formalista que caracterizan la pintura española de la segunda mitad y hasta finales del XIX. El naturalismo: como ha señalado Tomás Llorens, el estilo que caracteriza a Sorolla es el naturalismo que trata de captar la vida y representarla sin deformaciones, sin las distorsiones del idealismo y sin la fidelidad óptica y mecánica del realismo puro. Para el naturalismo, la pintura se basa en la naturaleza pero la supera. Va más allá, selecciona, crea una imagen. La realidad se amolda a la pintura. Y hay una carga simbólica (naturalismo simbólico). Cuando pintan una playa o una escena campestre, la obra persigue no o no solo reflejar una realidad material sino también una idea intangible de belleza, paz, armonía. Si Velázquez hubiera vivido en el tiempo de entresiglos hubiera pintado seguramente de forma muy parecida a Sorolla y viceversa. Técnicamente, sobresale lo pictórico, el dibujo directo sobre el lienzo como vemos en muchas fotos de Sorolla trabajando sin la ayuda de calcos, cuadriculas ni cámara oscura.

La paleta cálida, la luz del Mediterráneo, la imagen frontal, la distribución de formas y figuras en una serie de planos superpuestos manteniendo la solidaridad entre las figuras del primer plano y los fondos que están tratados de forma unitaria. Como decía Azorín escribiendo sobre Sorolla, el aire, y yo añadiría al viento, porque en los cuadros de playa del pintor casi siempre hace viento o al menos brisa como en todas las playas del mundo.

Pintar las playas

Hasta Sorolla, nadie había pintado playas en España ni niños y adolescentes bañándose en el mar. Hay que imaginarse la escena, con las rachas de viento, la luz dorada del sol poniente, el olor a salitre del mar y el rumor de las olas, el eco de los niños correteando y el ruido de las faenas de los pescadores y los tiros de bueyes. Delante de la línea de mar, de pie sobre la arena, con partículas de arena, agua y sal dándole en la cara, refugiado a veces por una tramoya descubierta de cáñamo y pajizal que le defiende someramente de los efectos del sol y del viento, Sorolla instala su caballete a veces de tales dimensiones que tiene que ayudarse de escalera para acceder a la parte superior del lienzo y allí desafiando los elementos, con el viento nublando la vista y aprovechando las últimas horas de sol dorado de la tarde, Sorolla pinta. Solo puede mencionarse en el XIX el mar violento y oscuro de Courbet, el gran pintor realista francés. Después, nadie ha sido tampoco capaz de hacerlo como él pese a haberlo intentado muchos. Tampoco los impresionistas franceses (Van Gogh, Monet, Gauguin o Toulouse-Lautrec) que eran, sobre todo, pintores de caballete y de gabinete, no hacían arte comprometido y acudían a la técnica de la pincelada corta (Van Gogh) o del puntillismo (Seurat) y salvo Renoir -cuya calidad tantas dudas hoy despierta a pesar del formidable aparato galo de propaganda- apenas hacían retratos, a diferencia de los pintores que hoy estamos evocando. La instantaneidad, la espontaneidad, la inmediatez de ejecución son atributos del mejor naturalismo que, a veces, se han interpretado erróneamente como superficialidad o apresuramiento, cuando no facilidad o amabilidad excesiva hacia el espectador. Un crítico de la época, Juan de la Encina, subrayaba la rapidez de Sorolla como supuesto defecto, comparándolo con la rapidez de versificar de Lope de Vega. ¡Bendita comparación! Hace poco escribía Manolo Valdés, otro gran artista valenciano, ese empeño contemporáneo por hacer que el arte sea difícil, complejo hasta lo ininteligible.

Otro aspecto a destacar en estos pintores es la sensibilidad y el compromiso social, algo que desconocían el academicismo, el historicismo y el paisajismo de la segunda mitad del XIX, pero también el impresionismo, el cubismo, el surrealismo y en gran medida las vanguardias históricas por lo menos hasta la convulsión de las grandes guerras del siglo XX e incluso después el informalismo y la abstracción. Nuestros artistas no sólo pintan sino que narran con humanismo, con mucha empatía y con ternura las faenas de los pescadores, la artesanía, fresadores, caballerizos, aguadores, la mujer trabajadora, los niños sanos o enfermos, los accidentes laborales, la prostitución, la trata de mujeres? y son en ese sentido unos avanzados de los principios de igualdad y no discriminación de nuestro tiempo.

El intimismo y el vitalismo son, en fin, otras virtudes de estos artistas. Sorolla pintaba para la aristocracia y para la burguesía, pero casi nunca a la aristocracia ni a la burguesía y sin duda prefería hacerlo para el entorno íntimo de sus familiares. El optimismo, el «principio de placer»: alegría y vitalismo, la creación artística como acto lúdico, frente a los pintores de la España negra: Darío de Regoyos, Romero de Torres, Gutiérrez Solana, incluso Ignacio Zuloaga que se recrearon en una imagen oscura y tenebrosa del país, en el pesimismo histórico de España, en el mundo cerrado y antiguo de Castilla, el nacionalismo rancio, el aislamiento frente a Europa.

Querría destacar también la generosidad de los legados instituidos por estos pintores y sus familiares a favor de todos los españoles: Clotilde García, María, Joaquín y Elena, los hijos de Sorolla, Berta Vallier, la familia Puget. Por último, pero no menos importante, el enorme sentido de responsabilidad de unos pintores que dedicaron toda su vida al arte con sobriedad, seriedad y esfuerzo físico, sin que nada les viniera regalado, pintores hasta el final, personas familiares, ajenos a las excentricidades y artificios sociales. Artistas profundos, concentrados en el arte.