Su último libro se titula 'La sed', leyéndolo creo que podría haberse titulado 'El dolor'.

Contiene mucho dolor, pero ése no fue un título que barajé. Había otros: 'El desgarro', 'La muda' o 'El deshielo'. Decidí no ser tan evidente y usar la metáfora de la sed que, de alguna manera, los engloba a todos.

¿La sociedad actual ha desaprendido el sentido del dolor?

En nuestra sociedad vivimos de espaldas al dolor, hay otras que no y, cuando aparece, los gestionan mucho mejor. Cuando empecé 'La sed', que surge de un desgarro, de un descontento con el contexto, de un derrumbamiento, me di cuenta de que el tiempo que iba a invertir trabajando en el libro y viviendo iba a ser doloroso. Lo acepté. Decidí acomodarme lo máximo posible. Como cuando tienes un vuelo muy largo, sabes que estarás en un espacio muy reducido muchas horas e intentas acomodarte y pasarlo. Dar la espalda al dolor es un error mayúsculo.

En el libro aparece un cardenal. Es la primera vez que entiendo su sentido: te haces daño, aparece, te duele, desaparece, ya no te duele. ¿No hay cardenales para el dolor no físico que nos digan cuándo debería dejar de doler?

O que nos indiquen cómo convivir con ese dolor. Tienes que saber que el dolor puede convivir con la felicidad. Estamos todo el tiempo bombardeados por mensajes extremadamente positivos y eso no nos beneficia, no nos hace ningún favor.

Dice en el libro algo así como que quería ser libre y que, una vez conseguida, esa libertad le quema las manos.

Es muy complicado gestionar la libertad, muy difícil. El proceso de aprendizaje es largo.

Libertad y felicidad...

...van de la mano.

En una balanza, ¿cuál pesaría más?

Aunque la libertad conlleve tener que tomar muchas decisiones que a veces son dolorosas, para mí significa felicidad. Enfrentarte a ti mismo, aceptar tus defectos, convivir con ellos... La libertad es dolorosa porque debes encararte a situaciones a las que pensabas que nunca tendrías que hacer frente. Es otra vez la metáfora del asiento minúsculo de los que no podemos viajar en primera clase.

¿No puede?

[Ríe] Casi todos mis trabajos están vinculados a proyectos artísticos. Todos sabemos que música, teatro, literatura o el mundo editorial no dan demasiados beneficios económicos.

Pero es su opción.

Sí, no podría vivir de otra forma. Con el primer libro, 'Qué hacer cuando en la pantalla aparece the end' es un libro bonito, preciosista. Muy doloroso, pero como el envoltorio es tan bonito, parece que no lo sea. Vi que ese envoltorio funcionaba como muro, el público no accedía al contenido de lo que quería explicar. Cada dibujo funciona de forma individual, son bonitos y podría haberlos exprimido, pero sacarlos de su contexto significaba traicionarme a mí y al compromiso que tengo con mi obra.

¿Pone mucho de usted en cada libro?

¡Todo!

Si 'La sed' duele leerlo, no quiero imaginar lo que fue escribirlo.

Ha sido doloroso, pero muy liberador. Es un libro que no da ninguna respuesta y pone sobre la mesa muchísimas preguntas. Lo único que intenta es que la pregunta de Clarice Lispector que aparece al principio [«¿Cómo se explica que no soporte yo ver sólo porque la vida no es la que pensaba sino otra?»] esté todo el rato palpitando.

El libro está lleno de metáforas.

Y de símbolos. Los ojos mirando detrás de las sombras o los pájaros muertos. Los ojos representan cómo sentimos constantemente que tenemos que justificarnos por determinadas acciones o pensamientos, cómo continuamente se nos juzga desde un punto de vista que parece inamovible. Me refiero al patriarcado o al judeocristianismo. Estoy cansada de sentir culpa, no he hecho nada por lo que me tenga que sentir culpable. El libro todo el rato se está preguntando de dónde sale esa culpa.

Esa culpa recae más en las mujeres.

Sí, ¿entramos ahí?

Entramos.

Empiezo a trabajar con 'La sed' debido, en parte, a que no existe la igualdad de género que pensaba. No soy consciente de ello hasta que no me veo expuesta públicamente y teniendo que defender mi obra. Hasta que no veo que en mesas redondas, conferencias y festivales suelo ser la única mujer, a no ser que me hayan invitado a un festival de chicas, que no sé qué es peor. Además, cuando soy la única mujer no se me trata como a mis compañeros hombres. De ellos se habla del trabajo, a mí se me cuestiona desde otros aspectos como, por ejemplo, el físico. Duele. La primera reacción es escabullirte porque piensas que no tienes por qué aguantar eso. Pero algunas somos un poco masocas y decidimos que no, que si molestamos, vamos a molestar más y nos enfadamos. Si el enfado es lo que sirve para que perdamos el miedo y hablemos, aplaudo el enfado. Se nos educa en ser complacientes. Somos el objeto que se mira, del que se habla, sobre el que se opina. No se nos deja opinar y cuando opinamos nos cuestionan por motivos que nunca aparecen cuando habla un hombre.

Hay mucha gente que piensa que vivimos en igualdad.

Sí, o que somos unas enfermas o que vemos el peligro y el rechazo y la amenaza y la violencia y la agresión donde no está. Sí que está.

¿Algún día habrá igualdad real?

Soy optimista, pero a muy largo plazo. Nuestra generación no lo va a ver.

El libro está lleno de frases políticamente incorrectas si las dice una mujer. Un ejemplo: «Qué angustia ser dos».

Una de las cosas de las que habla 'La sed', algo que sufrí cuando comencé a tener una imagen pública, fue la necesidad que veía en todos los sitios, desde cualquier lugar desde el que se hablara de mi obra, por etiquetarme, por definirme de una forma muy muy muy concreta y muy muy muy delimitada. Somos poliédricos, mutantes. Esta necesidad de encasillar a cualquier persona u obra es muy negativa. Aquí digo ser dos, pero si hubiera podido hacer un libro de 800 páginas con muchos desdoblamientos de Teresa, la protagonista, lo hubiera hecho.

¿Ha sentido pudor alguna vez de mostrar algo que hubiera hecho?

No, estoy luchando contra eso. El '...the end' es tan metafórico, que no se entiende, quise... [piensa]

¿Esconderse?

No, hacer inconscientemente lo que se espera que hagamos las mujeres, disfrazarlo todo de belleza, pequé de lo que se me exigía por mi condición de mujer. También me molestaba la corriente de hacer lo opuesto. Las mujeres o dibujaban muy deformado buscando una fealdad muy evidente o de forma impecable y preciosista. Con 'La sed' quise huir de estos dos extremos, no tener miedo ni pudor.

Es también un homenaje a grandes autoras.

En un principio iba a ser un homenaje explícito a esas mujeres que aparecen citadas. Cuando Teresa se mira al espejo, ve una rata y esquiva la mirada es Anne Sexton. Cuando se cree muerta y es cuando más claramente ve es María Luisa Bombal. En el momento en el que personajes femeninos y masculinos se pueden comportar del mismo modo, intento, salvando las distancias, ser fiel a la idea de Virginia Woolf de defender esta androginia de los personajes.

Todas ellas son autoras que nos escatimaron de pequeñas.

Ahí iba. Veo que las mujeres nos hacemos las mismas preguntas que se hicieron generaciones anteriores y anteriores y anteriores. Ahora parece que sea una valiente. No lo soy. Todas esas mujeres lo fueron antes y mucho más porque su contexto era más complicado. Lo que más me molesta es que en el colegio y en el instituto leímos a sus contemporáneos hombres. Fueron valorados, premiados y vivieron de su obra como ellas. Ellos se quedaron fijados en los libros de texto y ellas no. Por eso están todas ellas aquí. Me molesta mucho llegar a ellas con 35 años. ¿Por qué leo a Baroja con 19 y a Benedetti con 15? ¿Por qué me flipo tanto con Bolaño y no conocía a Clarice Lispector? Al final, nuestro pensamiento se ha configurado a través de la obra de personajes hombres.

¡Y ahí tenemos el enfado!

Claro. [Ríe]

¿De verdad vivimos con miedo, como dice en el libro? Está de moda decir lo contrario.

Creo que sí. En mi entorno veo que hay miedo. Y los acontecimientos de los últimos días en Barcelona lo demuestran. Por un lado somos muy valientes y salimos a la calle a pesar de que nos puede caer un porrazo en la cabeza, pero por otro hay quien no se atreve a opinar porque la mayoría piensa otra cosa. Parece que hemos perdido la capacidad crítica, de escuchar, de leer y de entender contenido, de respetar la opinión del otro... Mucha gente, antes de sentirse agredida, se calla.

¿Se siente así ahora?

Estoy muy afectada. No apoyo este referéndum, no iba a salir a la calle. Pero lo que pasó ese domingo no sólo me hizo salir, me hizo ir al colegio electoral y no moverme de allí hasta que terminó el recuento. Eso no implica que votara o no. El pueblo catalán tiene el derecho de decir qué quiere hacer consigo mismo, que un gobierno lo castre a garrotazos es intolerable. Salí para condenar la violencia y defender los derechos fundamentales de los seres humanos. No apoyo a un gobierno ni al otro, todos los que estamos en medio estamos en una situación complicada porque te pueden caer golpes por los dos lados. Y los dos lados lo están haciendo mal. Hay mucha gente que no se atreve a hablar.

Volvemos a la libertad.

Sí. A la falta de libertad. Si este referéndum hubiera sido pactado, habría votado.

¿Hacia dónde va su trabajo después de 'La sed'?

'La sed' deja sobre la mesa muchas preguntas, es el inicio de algo de largo recorrido, profundo, dilatado. Sigo con las cuestiones de género, pero si para 'La sed' pedí dos años, para la siguiente obra no quiero firmar un contrato, quiero que se geste a su ritmo y respetar los reposos que necesite y las revisiones que hagan falta. Estoy en un proyecto que no sé cuándo saldrá y, mientras, estoy con lo de Aitor Saraiba, que es muy complejo,y trabajando con Guillermo Martorell, compositor, en un proyecto que une imagen y música.

¿Han quedado muchas preguntas fuera del libro o escribiendo le surgieron más?

Esas autoras te llevan a otras y el problema, que suponías grande, se magnifica. Cuando estaba trabajando en 'La sed' me hice una pared de despertadoras, de todas esas mujeres, y ahora esa pared es siete veces más grande.

¿Y un cambio de piso para que quepan las despertadoras?

¡Ojalá!

Su protagonista no sabe qué tipo de seísmos prefiere: los que mecen o los que sacuden. ¿Cuáles prefiere usted?

Los seísmos son imprescindibles. No se pueden predecir ni escoger. Defiendo que suceda el seísmo, el que sea.

¿Aunque te destroce?

Aunque te destroce. Vamos fuertes.