A las cuatro de la tarde del día 8 de marzo de 1939, desde el instituto de Ibiza y mirador del Ayuntamiento se asistía a un espectáculo insólito. Un gran buque, enarbolando pabellón nacional, escorado visiblemente a estribor, atestado de tropas en cubierta hasta lo inimaginable, solicitaba insistentemente práctico y su urgente entrada en el puerto. Éste, entonces, estaba cerrado, desde su antepuerto, con una red metálica antisubmarina, que era preciso retirar para dar franquía a cualquier barco que pretendiera ganar los muelles. Llegaron los de Comandancia de Marina y le abrieron ruta. ¿Qué barco era aquel? ¿Qué fuerzas trasportaba? ¿De donde venia y adónde iba?

El barco era el ‘Castillo de Peñafiel’ (4.300 toneladas, 90’36 m. de eslora y 13’76 de manga), un antiguo carguero soviético, ‘Smidovich’, que el 9 de enero de 1937 fue apresado por el destructor nacional Velasco cuando se disponía a entrar en Bilbao con trigo y lentejas, forzando el bloqueo establecido. Se le declaró buena presa y se incorporó a la flota nacional. El 6 de marzo se encontraba en Castellón repleto de mercancía al mando del capitán de la Marina mercante don Celestino Aguirre Olózaga, habilitado como teniente de navío.

Sin escolta y sin radio

Y por la tarde embarcaron apresuradamente en él: El Batallón Expedicionario de Infantería de Marina de Ferrol (comandante D. Gerardo Barro Pravia) el Batallón nº. 1 del Regimiento de Zamora nº. 29 (comandante D. Luis Enseñat Soler), el Batallón nº 13 del mismo regimiento (comandante D. José Mosquera Palleiro) y un grupo de Transmisiones. Unos 2.000 hombres.

Los días 4, 5, 6 y 7 de marzo se produjo en Cartagena una insurrección contra el Gobierno de Negrín dispuesto a la resistencia a ultranza, pero la revuelta se transformó en un caos, un verdadero disparate en el que sobraron titubeos y faltó un mando único decidido. Al proclamarse en la madrugada del 5 por la emisora «de la flota republicana» FR 1 de los Dolores que Cartagena se ponía a las órdenes de Franco, que se habían sublevado las baterías de costa y que, por tanto, podían entrar libremente los buques nacionales en el puerto - y en efecto así era en aquel momento-, se decidió por el Cuartel General del Generalísimo, en Burgos, ocupar apresuradamente la base naval.

Para ello se dispuso que desde los puertos de Málaga y Castellón, donde se hallaban apostadas fuerzas, en previsión de una posible ocupación de Valencia y Alicante ante un desmoronamiento del frente, embarcaran éstas urgentemente en mercantes y partieran hacia Cartagena, junto a barcos de guerra que también debían transportar tropas de desembarco. Casi toda la fuerza que se dispuso que embarcara se hallaba encuadrada en unidades de la 83 división, del general Martín Alonso, perteneciente al Cuerpo de Ejercito de Galicia, cuyo jefe era el general Aranda.

Embarcaron con la premura que exigía el mando. Ni siquiera se pudo alijar la carga de algunos mercantes como en el caso del ‘Castillo de Peñafiel’, con las bodegas atiborradas de cemento, tablones, ¡bidones de gasolina y cerillas!, hasta el punto que toda la tropa tuvo que acomodarse en cubierta. Así a las 16 horas zarparon rumbo a Cartagena, ¡sin escolta y sin radio! El general Martín Alonso protestó débilmente por ello y la respuesta de Burgos no pudo ser más tajante: «No se meta en lo que no debe».

La mayor masacre naval de la guerra

Entretanto, había fracasado la intentona en Cartagena y el barco navegaba en su demanda sin contacto con ningún otro barco de la expedición, ni con el mando. Le precedía el ‘Castillo de Olite’, que tampoco disponía de radio y que, por tanto, no se enteró de que la operación se había suspendido. Fue hundido al intentar entrar en el puerto. Resultado: la mayor masacre naval de la guerra más de mil muertos y otros tantos prisioneros.

El ‘Castillo de Peñafiel’ tuvo mejor fortuna, Aunque alcanzado por un disparo bajo la línea de flotación pudo virar en redondo y alejarse de las baterías de costa pero no de los aviones que lo ametrallaban a los que hizo frente con fuego de fusil y ametralladora que, gracias a su enorme densidad de fuego, derribaron cuatro aviones. Con el cemento y tablones de la carga se pudo medio tapar el boquete y alcanzar Ibiza.

Aquí fueron recibidos con enorme cordialidad. Al desembarcar acudieron en masa a la iglesia de Santo Domingo a cantar una salve de gratitud por su milagrosa salvación. Se les acondicionó en los cines y hasta en el campo de futbol. Recuerdo que la gente competía en agasajar a los soldados ofreciéndoles lo que podía y tenía: embutidos, quesos, pan payés, tabaco, prendas de abrigo.

Al día siguiente, jueves, faltamos los estudiantes del instituto a clase para estar con los militares. Casi todos eran gallegos y pese a su calvario se mostraban jubilosos por haber conseguido escapar de una buena. Nos daban balas y nos las cambiaban por quesos y sobrasadas, Fue milagroso que no hubiera ningún accidente entre nosotros los irresponsables estudiantes.

Usamos las balas para hacernos pulseras de balines, quemar la pólvora y hasta echarlas en hogueras que encendimos en el Soto para observar su explosión. Estuvieron pocos días. El ‘Castillo de Monforte’ y el ‘J. J. Sister’ vinieron a buscarlos. Alguno regresó, como don Gerardo Barro Pravia, ya general, que se instaló en Santa Eulalia y al que recordamos como medio ibicenco.