­«Hemos tenido un percance con los libros», admitía ayer Elías Torres, a punto de terminar la presentación de ‘José Antonio Martínez Lapeña/Elías Torres’, la obra que resume los 45 años de su estudio de arquitectura en Barcelona: «No sabemos dónde están», confesó cuando todos los presentes esperaban poder comprar el suyo para hacérselo firmar. Y eso a pesar de que su socio, ausente porque el médico le ha prohibido volar, le envió a la isla con un encargo: «A ver si vendemos muchos hoy», dice que le dijo. Pues ni uno, aunque se comprometió a volver para firmarlos cuando lleguen.

Torres también confesó que el acto llegó «con retraso», porque quería hacer la presentación el pasado invierno, tras las de Palma, Madrid y Barcelona, todas en obras proyectadas por su estudio. Pero en la isla se encontró con el Castillo «creciendo y en transformación». Admitió que no sabe «cómo quedarán las intervenciones» que realizaron él y su socio tarraconense hace algunos años, aunque espera «que las mejoren». También descartó la iglesia de l’Hospitalet, «expoliada casi desde que terminó la remodelación de 1984», que tras una larga peripecia -que le han contado- hoy está traspasada «a la iglesia rumana, que se la ha acabado de pulir». «Esto debe querer ser el reciclaje», ironizó.

Recordó que se trata de proyectos pagados «con dinero de todos» y que aquellos encargos fueron «resultado de transfusiones de sangre nueva para hacer resucitar [el Castillo y l’Hospitalet] sin perder su ADN». Para él, «cada periodo se ha de alimentar de lo precedente, para hacer lo viejo nuevo».

Finalmente, eligió la transformada Sala Capitular del Ayuntamiento para la presentación, con las mismas vistas que tenía cuando estudiaba Bachillerato en el antiguo convento de los dominicos. Criticó que se haya dejado poblar de árboles es Soto, porque «desfiguran la imagen de la fortaleza desde el mar, que no se había alterado en siglos con su aspecto de roca pelada». «Si la Unesco, o quien sea valiente y le corresponda, hace cortar esos árboles protegerá y recuperará como toca esta cara del mejor conjunto arquitectónico de la isla», sentenció.

Torres resumió el contenido del libro, con 207 proyectos -28 en Ibiza- profusamente ilustrados con 1.730 imágenes que van desde el croquis a instantáneas de la obra «recién acabada». «El tiempo a algunas les ha pasado por encima», observó, antes de reflexionar que «si mostráramos las mutilaciones que algunas [de sus obras] han sufrido, nos daríamos cuenta de la visión real de cómo los edificios se adaptan o no a la gente, y viceversa». Por eso aconseja que, para que los edificios no acaben en ruinas, «incluso morales», la arquitectura debería surgir de «estrategias esenciales que se conserven a pesar de los cambios de uso».

Una idea que lanzó es que «para que una obra quede bien al final se han de poner de acuerdo tantas variables, circunstancias y personas que es un milagro que acabe como Dios manda» y admitió su «suerte» de estar en el lugar correcto cuando «había entusiasmo y ganas de cambiar el país», en los 80 y 90, y desde las Administraciones confiaron en su gabinete para hacer obra pública: «Antes nunca habíamos hecho» pero ya no lo han dejado. Desde la rehabilitación del Parc Güell al Baluard del Príncep o la emblemática pérgola fotovoltaica del Fórum de Barcelona.

Por «una sociedad mejor»

Pero Torres recalcó que es en la vivienda unifamiliar «donde un arquitecto se explica mejor», porque expresa el mundo de ese momento y cómo se sitúa él. «Todos los edificios son como casas, de música, de salud, de entretenimiento...» Así que «quien sabe hacer bien una casa, sabe hacer todos los demás edificios». En cuanto a su trayectoria, considera que él y su «socio» han sido inconformistas, autoexigentes «y a veces muy pesados». Creen que hay que comprometer a las nuevas generaciones de arquitectos para que «con creatividad, sentido de la justicia y sin miedo» reconstruyan paisajes «destrozados», como es hoy Ibiza, hacia un «entorno físico equilibrado y respetuoso», en definitiva, creen en «una sociedad mejor».

Le acompañaron en el acto Aureli Mora, coordinador del libro, Vicent Tur, que fue compañero de Bachillerato, la pintora Pilar Villangómez y la arquitecta Maria Dolors Nadal, que estudió con Martínez Lapeña y Torres.