Música

El milagro de Can Jordi, una anomalía en la isla

Luis Orozco, Sant Josep

Soy residente en Ibiza desde hace más de 37 años, vecino del municipio de San José desde hace más de 25 años; cuando alguien me pregunta, fuera de aquí, de dónde soy tengo que mencionar dos nombres: el de esta isla y el de la tierra donde nací, dos lugares donde he recibido afecto y he tratado de compartirlo. En este tiempo he visto transformarse el paisaje de la isla, saturar de urbanizaciones calas enteras, cubrir cumbres con edificaciones… he sido testigo de la desaparición casi total de las lagartijas que se habían convertido en un emblema de la isla, y he contemplado, con perplejidad y asombro, el surgimiento por todos los lados de poblados chabolistas que no veía desde mi juventud en la península. La isla, por supuesto, resiste. El territorio lo aguanta todo, las personas no. 

He sido asiduo de Can Jordi desde sus comienzos; como tanta otra gente amo la música viva, la música en directo. Desde luego Can Jordi es una anomalía en una isla rendida al turismo masivo y depredador, dirigido por el beneficio inmediato y el flujo constante de inversiones especulativas cuyos beneficios van a parar, en gran parte, muy lejos de aquí: ¡disfrutar del privilegio de la música en un entorno natural e histórico y a precios razonables! Evidentemente, un mal ejemplo, demasiado contraste con el resto de los grandes negocios.

Es cierto que Can Jordi ocupa periódicamente un espacio público, como también lo hacen las procesiones de Semana Santa a las que, por cierto, me gusta asistir. Para muchas personas, entre las que me encuentro, la música tiene un valor religioso. Por eso Can Jordi nos parecía un milagro, un milagro que no podía durar; y, efectivamente, ha bastado un cambio político en el municipio para acabar con él.

El cierre de Can Jordi es un hito más en el deterioro social de la isla, una nueva agresión a su población y su cultura que se efectúa desde el poder con el pretexto de la ley.n

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